2. No te enfades tanto

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2.     No te enfades tanto

El periódico no decía nada de él en la sección de ocio y celebrities. La vida era un asco. ¿Cuándo había dejado de importar su corte de pelo o si se había dejado patillas o si se había puesto una chupa de tal marca que al instante quería tener todo el mundo? Maldita sea, los periodistas eran un asco. Era culpa de esos chupasangres con veneno de tinta bajo la piel. Sí, porque en su cuenta de twitter, con tan solo trescientos veintidós tuits, tenía un millón y medio de seguidores. Supera eso, Lady Gaga. Bueno sí, la reina de la excentricidad lo superaba. Tenía una media de dos mil retuits sobre cada gilipollez que escribía, pero que no le hacían sentirse como hacía años. Y eso que hacía años no existía toda la gilipollez de las redes sociales. Él seguía escribiendo tonterías acerca de su equipo de fútbol machacando a otro y, mientras tanto, lo único que hablaban las revistas de él era que su mujer estaba con otro después de que él le hubiese engañado a ella durante meses. ¿Y ellos qué coño sabían?

—Deneb —le decía su abogada por tercera vez. Habían quedado en una cafetería del barrio para hablar sobre las negociaciones del divorcio y él estaba pesadito con encontrar algún atisbo de curiosidad sobre el lanzamiento de su próximo álbum. No lo soportaba, Jill no lo soportaba en absoluto con sus fanfarronerías, pero le pagaba mucho y al día. Eso y que se conocían desde hacía unos quince años le otorgaba el poder de hacerse pasar por su mejor amiga—. ¿Quieres mirarme de una puta vez? ¡No tengo toda la mañana para el rey del rock!

—Elvis está muerto —le dijo el tipo con los ojos en el periódico. Inspiró aire con toda la resignación del mundo y subió la vista para encontrarse con Jill. Joder, cuando se ponía en ese plan era una petarda de campeonato. Quizá podría proponerle sexo para que se calmara, no sería la primera vez que hubieran echado un polvo. Aunque ahora parecía que el horno no estaba para bollos y Jill se ponía muy coñazo con la moralidad y con que engañar a tu pareja no está bien y toda esa caca. Sí, cuando se lo montaron en aquel viaje a Saint Tropez parecía no acordarse de que él estaba casado. Eran otros tiempos—. Dile a la zorra de Brit que se quede la casa de aquí si quiere, me gusta mi piso nuevo del centro. El Porsche y la casa de Mallorca son míos y en eso no entro a discutir.

—Hemos venido a discutir sobre la custodia de tus hijos, lo de las casas ya me lo dijiste hace semanas, ¿no te acuerdas?

Den adoraba a sus dos hijos de diez y siete años. Eso era lo que más le jodía de todo. Había actuado como un egoísta toda su vida. Se había acostado con tantas mujeres le apetecía después de cada show, con mujeres al otro lado del charco sólo porque estaba lejos de casa y luego volvía con la mujer de su vida. De verdad que la adoraba, era la única que de verdad lo entendía. Era la única que era madre de sus pequeños monstruos a los que él amaba hasta el infinito. Separarse de ellos había sido duro, pero él sabía que sus actitudes egoístas y las noches de concierto no eran las ideales para que un juez le diera la razón. Además, para ser franco consigo mismo, estaba en esa etapa de su vida en la que si no era responsable de él mismo poco podría serlo de Duhr y Ras.

            —¿Qué ha dicho ella? —preguntó él con gesto preocupado.

            —Fines de semana cada quince días. Todo el tiempo mientras ella este de gira y con excepciones cuando lo estés tú. Navidades compartidas y… —miró los papeles— una tarde a la semana que los recogerás del colegio. Vamos, lo normal.

La estrella del rock miró a su abogada y frunció un poco el ceño. Sonaba tan mal que le daban ganas de reventarle la cabeza a cualquiera que pusiera una pega. Pero sólo en su cabeza, no era plan de ponerse violento. A menos que hubiera allí un periodista para montar el número y que por fin su nombre apareciese en la Rolling Stone de nuevo. Pestañeó varias veces como si le sirviera para pensar de forma más clara y carraspeó con desatino, porque no dijo nada.

            —Fuiste tú el que le dijiste a Brit que era mejor separaros… —le dijo ella.

Así había sido. Llevaba meses follándose a Meg, su asistente personal. Parecía ser la única persona en el mundo que le comprendía. La única que le levantaba la moral, que le buscaba actuaciones con bandas amigas, fiestas a las que ir y que le recordaba, una y otra vez, que era una estrella. Desde hacía unos meses era esa mujer la que le hacía sentirse como en los noventa. Y no quería separarse de ella. Cuando Brit se enteró y montó todo el pollo, él hizo balance y le propuso un tiempo separados en el que pudieran ordenar un poco las ideas. Brit lo llevó mucho peor, aunque ahora parece ser que sale con alguien. Él y Meg están bien, aunque no puede evitar sentir que todo ha perdido una gran parte de la magia que tenía cuando era como un pecado capital. Como llevaba años viviendo en matrimonio, no había sabido vivir sólo ni una semana, así que Meg dormía todos los días en su casa. Vivían juntos. Quizá debería de haber esperado un poco, porque ahora Meg también le cargaba de vez en cuando.

Quizá tenía un humor de perros, era probable. Él siempre había actuado de forma despreocupada con la vida. Sonriéndole a cada infortunio y tomándoselo como una posibilidad de mejorar. Eso decían sus canciones, optimistas en su mayoría, las que hablaban de mundos mejores que estaban por llegar. Sin embargo ahora todo se le estaba yendo al traste. Hacía dos años de su último concierto con su banda y terminaba hace poco de grabar el que era el último de sus discos hasta la fecha. Justo antes de que sucediera todo lo de su exmujer. Toda la campaña de promo se le había hecho un poco cuesta arriba con la mala prensa de un divorcio. Aunque, como bien decía Ach, su manager, era mejor que hablaran mal de él que no hablaran nada de nada. De todos modos no era la primera vez que la mala prensa los mandaba a lo más alto, no se habían dedicado a destrozar habitaciones de hotel parte de sus primeros años para nada. Lo consideraban como una marca registrada de la banda. Todo el mundo hablaba de ellos durante un tiempo y luego ellos salían en cualquier programa diciendo que sí, que lo habían hecho y que les daba totalmente igual. Que eran ricos y famosos y que si el hotel tenía un problema que les pasaran la factura. Lo de sus escarceos matrimoniales, sin embargo, se había mantenido como un secreto durante muchos años aunque él pudiera tener pinta de no decir que no a nada. Incluso Brit había salido muchas veces en televisión diciendo que se fiaba totalmente de él, pobre ingenua. Aunque él estuvo muy enamorado de ella mucho tiempo. Sólo era de unos meses a esta parte que las cosas se habían puesto de lo más aburridas entre ellos y apareció Meg. La carrera de Brit también se estaba apagando desde hacía tiempo, ya no molaban las Courtney Love como parecían no molar los ídolos del Brit Pop. Las críticas sobre su última gira lo habían mellado mucho a él y habían calado mal en la banda. Les costó mucho tiempo volverse a juntar para trabajar. «¿Y si lo dejamos? Tenemos suficiente dinero como para poner dos McDonalds cada uno y vivir de eso». En el caso de Deneb, que era el cantante, más aún. No sólo se había dedicado a la música, también había hecho bastantes campañas para firmas de moda y esa era otra de sus pequeñas pasiones, ser sexy delante de la cámara.

            —Mira a ver si le puedes sacar los días que juega el equipo en casa, para poder llevarlos al fútbol —le dijo, finalmente, como medio suplica.

            —Va a salir bien —le dijo ella con media sonrisa agarrando una de sus manos con confianza. Lo detestaba cuando era un arrogante, pero le quería mucho en el fondo y le parecía realmente enternecedor cuando se comportaba como un ser humano con sentimientos—. Te lo prometo, no te enfades tanto.

No te emociones tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora