Jisoo solía creer que las desgracias eran cosas terribles que ocurrían en momentos inesperados y que, los milagros, por el contrario, eran cosas inesperadas que sucedían en momentos terribles.
Pero nunca había pensando que su criterio daba a entender de alguna manera u otra que cada momento terrible traía consigo un milagro, o que, un momento feliz no podía producir un milagro. Y ahora que lo pensaba bien, estaba equivocado.
Resultaba difícil predecir lo que provocaría un milagro. Algunas personas pasaban toda su vida llenas de oscuridad persistente y nunca sentían la necesidad de buscar un milagro. Otros descubren que pueden vivir con la oscuridad sólo una noche antes de buscar un milagro que la elimine.
Algunos sólo necesitan un milagro; otros pueden tener dos, tres, cuatro o cinco a lo largo de su vida. Y si tuviera que compararlo, sucedía lo mismo con la felicidad.
Nunca se podía saber qué es lo que haría feliz a una persona y dejaría en desdicha a otra. Y casi siempre parecía ir atada la una a la otra como las caras de una moneda, como cuando la felicidad de su madre resultaba en que él se convirtiera en un sacerdote y la propia residía en su libertad.
Los milagros y la felicidad eran como uno solo, y había creído que los suyos se reflejaban en la forma de Jeonghan. Su ángel.
Muchos creían que, si se producía un cambio en la vida, los acontecimientos se precipitarían uno detrás del otro, buenos o malos. Como cuando la tierra se sacudía a causa de un terremoto. Jeonghan solo había sido la llama que encendió la cadena de cambios en su vida, pero los milagros habían sido obra de Jisoo. Estaba en él mismo, en el momento en qué decidió no convertirse en un cura, en el momento que tomó valentía para declarar su amor, incluso si iba en contra de lo que por años se le había enseñado, en el momento en que se lo dijo en voz alta a su madre y en el momento en que aceptó que ella no seguiría el mismo camino que él a partir de entonces.
Habían pasado meses desde entonces y aún no dejaba de doler, Jisoo creía que nunca desaparecía el dolor y la angustia de verse, ahora si definitivamente, abandonado por su madre. Pero lo aceptaba y todos los días aprendía una nueva manera de vivir con ello, y de todas formas, aún tenía a su padre, a su hermano y a sus amigos. También tenía a Jeonghan y eso era más que suficiente.
—¿En qué piensas?
—Mhm... —Jisoo parpadeó varias veces y miró a Jeonghan con una ceja alzada.
—Me miraste de repente como si... No sé —el pelilargo se encogió de hombros y negó con la cabeza suavemente—. ¿Qué pensabas?
Jisoo lo pensó un momento, pero terminó suspirando y diciendo algo totalmente diferente a lo que ocurría en su cabeza—. No es nada... Solo que creo que voy a extrañar este lugar.
Era de noche, así que a excepción de los pequeños parches de la ciudad que lograban iluminarse con la luz de las farolas, no se veía mucho, y sin embargo Jisoo podía verlo todo con la misma claridad como si fuese de día. Había vivido en ese vecindario desde los doce años, y en los últimos meses lo había pintado con innumerables recuerdos que estaban grabados en su corazón, pero, por extraño que fuese, no podía reconocer nada.
No que el pueblo fuese cambiado. Él lo había hecho.
—Bueno, siempre podemos volver... Para visitar a Myungho y a Jun-
—Y a tu abuela —sugirió Jisoo.
Jeonghan sonrió y añadió—. Y a mi abuela. No es como si no fuesemos a volver jamás.
Jisoo asintió y apoyó su frente sobre las sienes ajenas en un gesto cariñoso, para luego girarse a la ventana del auto en el que iban y así poder continuar mirando las calles del pueblo que dejaban atrás. Ambos lo habían decidido, irse del pueblo y buscar su propio camino; el mundo entero estaba frente a ellos y tenían todas las ganas para recorrerlo.
No tenían un plan y quizá era esa la mejor parte. Jisoo había pasado la mayor parte de su vida yendo y viniendo sin sorpresas, sin intrigas, sin ansias ni miedos. Sin algo que hiciera su vida un poco menos ordinaria y más divertida.
Había pasado diecisiete años siguiendo un plan, y ahora no tenía ninguno. Estaba de más decir que le encantaba.
—Jisoo...
Al voltearse se encuentra con Jeonghan mirándolo, con ojos grandes y brillantes. Este era su ángel y, aunque el apodo ya se había quedado, no lucía como un ser místico y casi etéreo. No se parecía a ninguno de los cuadros de ángeles divinos que había visto mil veces en los pasillos del monasterio. Jeonghan se parecía a cualquier muchacho con el cabello lacio y largo, vistiendo una camiseta desteñida y converse rojas.
No iba a decir que era perfecto, porque ya había aprendido que no era así, pero aún le parecía el más hermoso ser que había visto y aún lograba robarle el aliento y hacerlo sentir como si miles de fuegos artificiales de repente explotaran en su estomago.
—¿Si?
—Gracias —dijo entonces y juntó sus manos.
No lo entendió al principio y se quedó sin responder por un momento, pero luego se rió. Con su risa suave. Porque si se trataba de lo que creía, entonces Jeonghan no tenía por qué agradecerle. El que debía dar las gracias debía ser él, pero suponía que quizá él también había sido parte de un milagro para Jeonghan.
—No... —negó, y llevó sus manos juntas hasta sus labios para besar el dorso de la mano ajena—. Gracias a ti.
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Pedacito De Cielo ➳ Jihan
FanfictionCada vez que sonríes me regalas un pedacito de cielo. (Donde Joshua cree que JeongHan es ángel caído del cielo para hacer su vida más llevadera. Y JeongHan cree que es al revés). Anteriormente publicada bajo el nombre de: "¿Los Ángeles usan Zapatos...