Errores de Muggles

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Cuando Bella bajó a desayunar a la mañana siguiente, se encontró a los tres Reynolds ya sentados a la mesa de la cocina. Veían la televisión en un aparato nuevo, un regalo que le habían hecho a Camila al volver a casa después de terminar el curso, porque se había quejado a gritos del largo camino que tenía que recorrer desde el frigorífico a la tele de la salita. Camila se había pasado la mayor parte del verano en la cocina, con los ojos tras los anteojos en la pantalla.

Bella se sentó entre Camila y el señor Marius, un hombre flacucho, que tenía el cuello corto y un enorme bigote. Lejos de desearle a Bella un feliz cumpleaños, ninguno de los Reynolds dio muestra alguna de haberse percatado de que Bella acababa de entrar en la cocina, pero ella estaba demasiado acostumbrada para ofenderse. Se sirvió una tostada y miró al presentador de televisión, que informaba sobre un recluso fugado.

«Tenemos que advertir a los telespectadores de que Black va armado y es muy peligroso. Se ha puesto a disposición del público un teléfono con línea directa para que cualquiera que lo vea pueda denunciarlo.»

-No hace falta que nos digan que no es un buen tipo -resopló la señora Carla, echando un vistazo al fugitivo por encima del periódico.

-¡Fíjense qué aspecto! -dijo Camila con tu típica voz chillona y mandona, mirando a Bella con una mueca muy fea-. ¡Fíjense qué pelo!

La señora Carla lanzó una mirada de desprecio y asco hacia la rubia, cuyo cabello, lejos de ser feo, había sido motivo de muchos enfados de la familia. Sin embargo, Bella trató de no prestarle atención, miraba al hombre de la televisión, cuya cara demacrada aparecía circundada por una revuelta cabellera que le llegaba hasta los codos.

-Pero ¿qué dices? -interrumpió el señor Reynolds-, si Bella está muy bonita... y está más grande...

Él iba a colocar su mano sobre la cabeza de Bella, pero ella lo esquivó, mirándolo recelosa. ¿Desde cuando alguien en esa casa le hacía un cumplido?

-¿Qué? -dijo la mujer, estupefacta, dejando de comer-. ¿Ya te embriagaste tan temprano esta vez?

-Solo digo lo que veo, cielito -dijo el señor Marius, irónicamente.

-Pues estás perdiendo la visión, cielito.

Volvió a aparecer el presentador en la televisión.

«El ministro de Agricultura y Pesca anunciará hoy...»

-¡Un momento! -ladró la señora Carla, mirando furiosa al presentador-. ¡No nos has dicho de dónde se ha escapado ese enfermo! ¿Qué podemos hacer? ¡Ese lunático podría estar acercándose ahora mismo por la calle!

La señora Carla, que era huesuda y tenía cara de caballo, se dio la vuelta y escudriñó atentamente por la ventana de la cocina. Bella sabía que a la señora Reynolds le habría encantado llamar a aquel teléfono directo. Era la mujer más entrometida del mundo, y pasaba la mayor parte del tiempo espiando a sus vecinos, que eran aburridísimos y muy respetuosos con las normas.

-¡Cuándo aprenderán -dijo la mujer, volviendo a la mesa y golpeándola con su puño- que la horca es la única manera de tratar a esa gente!

-Muy cierto, mami, muy cierto -dijo Camila.

El señor Marius, por su parte, miraba fijamente a Bella. Apuró la taza de té, miró el reloj y añadió:

-Tengo que marcharme. El imbécil del señor Vernon me pidió acompañarlo a la estación. El tren de su hermana, que debe ser tan gorda como él, llega a las diez.

Bella, cuya cabeza seguía en la habitación con el equipo de mantenimiento de escobas voladoras, volvió de golpe a la realidad.

-¿Marge? -dijo torpemente. Harry le había hablado de ella-. No... no vendrá a la casa de al lado, ¿verdad?

Bella Price y El Prisionero de Azkaban©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora