El Boggart del Armario Ropero

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—Tengo que hablar con la profesora McGonagall —dijo Bella, mientras pasaba las mil y un páginas de los muchos libros que yacían sobre su cama—, necesito saber qué deberes dejaron en Aritmacia y qué dejaron...

—Yo puedo pasarte los apuntes de Aritmacia y de las demás clases —dijo Hermione, desde su cama, donde había libros igual de desordenados como en la cama de Bella.

—¿Eh? —dijo Bella, perpleja—. ¿En qué momento...?

—Hablé con la profesora McGonagall —dijo sin mirar a Bella. Estaba concentrada en su libro—. ¡Ah! Y si quieres, puedo entregarlas por ti, sé que estás muy ocupada con todo, así que puedo entregarlas por ti, sin inconveniente. Oh, y se me olvidaba, tu asistencia no importa mucho, McGonagall dijo que lo había dialogado con los demás profesores.

Bella frunció el ceño, pero no deparó mucho en ello, lo importante era que tenía los apuntes y comenzó, rápidamente, a hacer los deberes.

Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Bella, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.

—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te duele mucho?

—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Bella vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.

—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.

Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.

Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.

—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.

Ron se puso rojo como un tomate.

—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.

Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa. Bella lo miró y éste transformó su rostro en el de un dulce corderito, pero, en cuento Bella dejó de verlo, Malfoy volvió a sonreír maliciosamente.

—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.

Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.

—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.

Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.

—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.

—Pero señor...

Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.

Bella Price y El Prisionero de Azkaban©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora