El Autobús Noctámbulo

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Después de alejarse varias calles, Bella seguía sumida en sus pensamientos. Todavía temblando, escuchando los latidos de su corazón.

—¿Bella?

Bella, con cansancio, miró hacia adelante. Allí, frente ella, estaba Harry.

Harry frunció el ceño y se puso de pie, mirándola. Bella, casi sin pensarlo, soltó su baúl y corrió hacia sus brazos.

—Bella ¿qué tienes? —él la acunó entre sus brazos, sin comprender qué era lo que le ocurría—. Bella... está temblando, estás helada y... ¿estabas llorando?

Se dejaron caer sobre un muro bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedaron sentada, inmóviles. Harry no era capaz de soltarla, pero estaba sintiéndose un poco desesperado porque no sabía lo que tenía.

—Bella, dime qué pasa... —Harry se quedó en silencio por un momento, fijándose en lo rasgado del suéter y de la camisa de Bella—. Bella. —Habló seriamente—. ¿Qué te hicieron?

A Bella le daba vergüenza contarle lo que pasó con el señor Reynolds. Ella solo podía llorar y llorar. Harry tragó saliva, acercó su baúl, sin soltar a Bella, sacó de él un de él un suéter sin cremallera que, sabía bien, era perfecto para su mejor amiga.

Después de diez minutos solos en la oscura calle, Bella se calmó y le contó a Harry lo sucedido. Harry, al principio, se quedó en silencio, pero, mientras pasaban los segundos, Bella vió como la cara de Harry se fue ensombreciendo. Como era de esperase, se enfadó; tanto así que hizo amagos para ir a ajustar cuentas con el señor Reynolds, pero la rubia no lo dejó

—No —suplicó Bella, abrazándolo más fuerte—, no me dejes sola.

Harry sentía la cólera por todo su cuerpo. ¿Por qué diablos ese maldito muggle tenía que intentar poner las manos sobre Bella? Ella era una niña, ¿cómo se atreve?

—Tranquila —dijo Harry, tratando de apaciguarse—. Perdón por no haber estado allí... prometo que, mientras estés conmigo, nadie más intentará hacerte eso. Primero, lo mato.

Un poco después, los tomó una nueva emoción: el pánico. De cualquier manera, que lo miraran, nunca se había encontrado en peor apuro. Estaban abandonados a su suerte y totalmente solos en el sombrío mundo muggle, sin ningún lugar al que ir. Y lo peor de todo era que acababan de utilizar la magia de forma seria, ambos, lo que implicaba, con toda seguridad, que serían expulsados de Hogwarts. Habían infringido tan gravemente el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad que estaban sorprendidos de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran presentado ya para llevárselos.

Les dio un escalofrío. Miraron a ambos lados de la calle Magnolia.

—Harry, ¿qué nos sucederá? —preguntó Bella, abrazándose a sí misma mientras veía a Harry caminar de ida y vuelta por la acera—. ¿Y si nos detienen o, peor, nos expulsan del mundo mágico?

Harry escuchaba a Bella y peor se iba sintiendo.

—¿Sabes? —contestó—. Estaba seguro de que, delincuentes o no, Ron y Hermione querrían ayudarnos... pero ambos estaban en el extranjero, y como Hedwig se había ido, no tengo forma de comunicarme con ellos.

—Yo... yo no tengo dinero muggle —dijo Bella—. Pero me queda algo de dinero mágico en el monedero

—Sí, mágico también tengo —dijo Harry, yendo y viniendo si parar—, en el fondo del baúl.

Bella pensó en el resto de la fortuna de ambos, que le habían dejado sus padres, los Potter y los Price, estaban en unas cámaras acorazadas del banco mágico Gringotts, en Londres. Pero nunca podrían llevar el baúl a rastras hasta Londres. A menos que...

Bella Price y El Prisionero de Azkaban©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora