Prólogo

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I

Era una noche fría y oscura en Storybrooke. Un hombre, vestido de traje y con un bastón, caminaba hacia la línea de la ciudad acompañado por una bella joven. La muchacha llevaba una blusa negra y una falda beige holgada. Sus piernas, cubiertas por unas finas medias negras, terminaban con unos preciosos botines azabache. Era castaña, pelo lacio, hermosa. De ahí venía su nombre. Sujetaba entre sus manos una bufanda marrón amarillenta, que le tendió al hombre sin emitir palabra.

El tipo sacó un pequeño botecito, que contenía un líquido transparente, y vertió la sustancia encima de la prenda. En ese instante el pañuelo emitió un pronunciado brillo azul y, al cabo de pocos segundos, regresó a su color habitual. La joven colocó la bufanda alrededor del cuello del hombre y le sonrió nerviosa.

"Allá vamos" murmuró el hombre apartándose de la chica y acercándose más a la larga línea roja del suelo.

La cruzó sin muchos miramientos y enseguida percibió una bocanada de aire embestirlo por completo, como si hubiera atravesado un portal. Se sintió desorientado durante un momento, sus ojos dirigiéndose a todas partes, intentando descifrar dónde se encontraba y cómo había llegado ahí. Se giró lentamente, apoyando todo su peso en el elegante bastón y, cuando vio a la joven al otro lado, esbozó una sonrisa. La mujer lo miraba impaciente, nerviosa, inquieta, preocupada, todo al mismo tiempo.

"Belle" musitó el hombre señalándola con su dedo índice. La joven enarboló una gran sonrisa y suspiró aliviada.

"¡Ha funcionado!" exclamó la castaña agarrándole la mano. "Ahora puedes encontrar a tu hijo"

En efecto, ese era el objetivo de toda esa maniobra. Rumplestiltskin había conseguido crear un antídoto temporal para el hechizo que preservaba la línea de la ciudad, el hechizo que mantenía a todos los habitantes dentro de Storybrooke: si salías perdías tus recuerdos y volvías a convertirte en tu versión maldita que desconocía la magia y era un ignorante sobre los cuentos de hadas. Ahora, con su nuevo descubrimiento, podía salir de la ciudad y encontrar al hijo que hace tantos años abandonó: Baelfire.

"Oh... Belle" dijo Rumple. "Ojalá pudieras venir conmigo"

"Ojalá pudiera, pero eso no importa, porque le encontrarás y yo estaré aquí esperándote" contestó la joven con una gran sonrisa.

Rumple no pudo evitar contagiarse de ese rictus de alegría que transmitía la mujer, era tan bonita, tan dulce, tan perfecta ante sus ojos. Ambos se inclinaron para hundirse en un furtivo beso, vigilando que Belle no cruzara la peligrosa línea, ya que ella no llevaba ningún objeto encantado que le permitiera conservar sus recuerdos. Cuando sus labios estuvieron a pocos centímetros de rozarse, escucharon un disparo. Un escalofriante y ensordecedor disparo que impactó por detrás en el hombro de Belle y la hizo caer hacia delante, a los brazos de Rumple en el otro lado de la barrera.

"Yo no contaría con ello" manifestó un hombre detrás de la joven, apuntándole con un revólver.

El tipo se veía joven, alrededor de los 30, 1.80 metros de altura aproximadamente y pelo negro charol. Llevaba una ropa extraña, sin duda no habitual en el mundo sin magia: una especie de casaca de pirata negra, a juego con unos pantalones de cuero de la misma tonalidad, sus dedos decorados con cientos de anillos para nada minimalistas y en su cuello, un colgante. Estaba herido, tenía sangre en la cabeza, pero eso a Rumplestiltskin le traía sin cuidado. Recostó con delicadeza a la joven que se había desplomado sobre sus brazos, llamándola por su nombre una y otra vez, pero la mujer no contestaba, al menos no lo hizo hasta que se cansó de oír ese irritante nombre.

"¡¿Quién es Belle?!" gritó de una vez por todas.

Estaba confusa, herida y le dolía el hombro como jamás le había dolido nada en su vida. Tenía encima a un hombre al que no reconocía y sentía que se iba a desmayar, ya fuera por el dolor o por la ansiedad.

"¡Adelante cocodrilo, haz lo peor que sepas!" chilló una voz masculina que Belle no pudo distinguir, tampoco pudo visualizar al hombre que había pronunciado esa frase, ya que la agonía a la que le sometía su hombro no la permitía girarse.

De repente sintió cómo alguien la cogía en brazos y la movilizaba unos centímetros más adelante, al otro lado de una extraña línea roja en el suelo. ¿Qué significaría eso? Pensó la muchacha, pero no preguntó en voz alta. No estaba en condiciones.

"Oh, eso pienso hacer" amenazó el hombre que la había trasladado de sitio, justo antes de crear una bola de fuego en la palma de su mano con un simple movimiento.

La mujer se escandalizó interiormente. ¿Qué estaba pasando? ¿Estaría alucinando? ¿Había creado ese hombre de verdad una bola de fuego por arte de magia? No le dio tiempo a plantearse las miles de preguntas que pasaban por su cabeza porque un coche entró en la ciudad a toda velocidad, llevándose por delante al hombre de vestimenta extraña. En cuanto a ella, fue rescatada nuevamente por el señor de la bola de fuego, que rodó rápidamente hacia un lado protegiéndola con su cuerpo. Llegados a este punto, ya ni siquiera sentía su hombro, le dolía tanto que las lágrimas apenas caían por sus ojos, todas sus fuerzas estaban centradas en no desangrarse por esa zona. Eso fue antes de que, con un sencillo movimiento, el hombre que la sujetaba pasara su mano por encima de la herida, haciendo desaparecer por completo la lesión. Ni siquiera dejó una cicatriz. Belle sintió que por fin podía respirar, el dolor había cesado, pero sus dudas no. ¿Qué acaba de hacer y cómo?

Operación Swan-Mills [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora