✞︎ 𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝕾𝖎𝖊𝖙𝖊 ✞︎

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— Muy bien, llegamos. — Tiago le anuncia a Mauro, quien lentamente se baja de sus brazos, sintiéndose bastante maravillado por todo lo que estaba viendo a su alrededor. — ¿Te gusta el paisaje? — consulta, mientras se sentaba en el pasto, acción que es imitada de inmediato por el peliblanco.

— Si, me gusta mucho. — Monzón responde con una bonita sonrisa en los labios, arrancando a la misma vez un poco de hierba. — Nunca me imaginé que la tierra tendría un lugar tan hermoso como este. — comenta, sin dejar de admirar aquel vasto campo de flores, con cientos de árboles a su alrededor y un increíble cielo azul con nubes que ocultaban un poco los rayos del sol. — Me encanta. — dice acostándose, para después empezar a moverse de un lado a otro en aquella posición, sin lastimar en ningún momento sus maltratadas alas, las cuáles ya no sentía tan pesadas como antes.

— Que bueno, aunque no te acostumbres a ver este tipo de lugares. — Pacheco indica de qué manera sería. — Porque los humanos no van a tardar mucho tiempo en destruir todo lo que ves para construir casas o edificios. Expandiendo de esta manera la decadencia en su propio mundo, que cada vez se está yendo más a la mierda. — agrega, a lo que Monzón no tarda mucho tiempo en sentirse conmocionado.

— ¿Los humanos destruyen su mismo hogar? — aquel pregunta, no creyendo que podían existir personas como esas. — Pero si lo hacen, ¿Dónde van a vivir después?

— ¿A quién le importa eso? Después de todo, tener plata en los bolsillos es lo único que importa en estos tiempos, por lo que destruir sus propios recursos naturales les chupa un huevo a todos. — es la seca respuesta del demonio. — Los humanos destruyen todo lo que tocan, hasta ellos mismos no son capaces de salvarse de la maldad que hay en sus corazones. — dice.

— Yo no sabía eso, o bueno, sí sabía que existían malas personas. — el ojiverde murmura decaído. — Pero nunca pensé que su maldad fuera más allá de lo pensado. — agrega de manera triste y sin ánimos de seguir disfrutando del hermoso panorama que tenía enfrente. — Creí que los humanos podían ser buenos y puros de corazón.

— Nadie es bueno, ni puro de corazón. — Pacheco dice con una retorcida sonrisa en el rostro. — Ni ustedes, los ángeles que dicen servir al Dios omnipotente, creador de todo el universo, son completamente santos. — argumenta, mientras se acercaba de manera peligrosa al contrario. — Más vos qué ya probaste lo que se siente disfrutar de los pecados de la carne misma. — indica, llevando su boca hacia el cuello del otro, mordiendo la poca piel expuesta que aquel tenía a causa del collar, aunque sus manos empezaron a tocar de manera indecente el cuerpo del contrario.

— Detente, no sigas por favor. — Monzón pide de manera desesperada, empujando un poco al demonio, quien lo sostiene de sus brazos para que no escape. Pero no contó con que el peliblanco desapareciera de sus brazos y reapareció a varios metros de dónde estaban los dos originalmente.

— Pero qué quisquilloso que sos, hasta me dan ganas de regresar al infierno si te estás comportando de esta manera. — Tiago comenta de manera burlona y sarcástica.

— Yo no tengo la culpa de que seas un maldito pervertido. — Mauro se defiende, mientras sacudía un poco su cuerpo y se ponía de pie. — Yo solo quiero sentirme bien y a salvo, pero con vos solo me siento intranquilo, con ganas de llorar todo el tiempo y querer regresar al cielo. — confiesa con una enorme rabia en su interior. — Así que maldigo el día que mi curiosidad me hizo asomarme a los límites del cielo. — agrega, elevándose un poco en los aires, con la idea de irse volando a otro lado o desaparecer como lo había hecho antes.

Pero antes de que pudiera hacer algo más, cayó al suelo de golpe, de rodillas y llevando sus manos hacia su cuello, el cual había empezado arder como un intenso sol que se fundía cada vez más contra su piel, causando que el ojiverde gritará de dolor y soltará alguna que otra lágrima.

— ¿P-pero q-qué p-pasa? — Mauro dice entre dientes, sintiendo el peor castigo de toda su vida.

— El collar mi hermoso ángel, el collar va a traspasar tu cuello si intentas escapar y creo que pensabas hacerlo, ¿O me equivoco? — es lo que el otro consulta, disfrutando en cierta manera del dolor que el ojiverde estaba sintiendo.

— H-haz q-que pa-are, de-tenlo, dete-nlo. — Mauro solloza, sintiendo que el calor de su cuello aumentaba con el paso de los segundos.

— Entonces solo cálmate y deja de quejarte, que solo empeoras tu situación. — Tiago le recomienda, no sintiendo ni la más mínima compasión por el ángel que estaba sufriendo frente a sus ojos, quien termina por tirarse al suelo y esperar pacientemente a que todo el dolor que sentía desapareciera.

Algo que sucedió poco tiempo después de que el contrario hablara, pero el ojiverde se siente demasiado débil como para ponerse de pie o al menos hablar.

— ¿Cómo se sintió? ¿Sentiste que tu alma salía de tu cuerpo una y otra vez? ¿Acaso fue placentero? — es lo que Pacheco pregunta, a lo que Monzón solo es capaz de quejarse y quedarse inmóvil en su lugar. — Vamos, responde a mis preguntas, hermoso. — dice sonriente. — ¿Quieres regresar a casa ya o prefieres seguir admirando el mundo que tarde o temprano se va ir a la mierda? — agrega, pero Monzón sigue siendo incapaz de decir algo. Debido a que no sentía su garganta, mucho menos se sentía con la capacidad de pronunciar algunas palabras. — Entonces vamos a quedarnos un poco más de tiempo, que el día sigue siendo simplemente maravilloso y el infierno se está volviendo demasiado aburrido para mí. — termina por sentenciar, sentándose al lado de Mauro, quien hace todo lo posible para ignorarlo y tratar de recuperar las fuerzas que había perdido durante el incidente.

Algo que no fue del agrado de Pacheco, quien había traído a la tierra al contrario para que no se siguiera marchitando, o que al menos tratará de resistirse al proceso de morir de la manera más dolorosa y lenta posible para un ser como él. Aunque fue él quien le puso aquello a Mauro, pero no podía arriesgarse a que este se fuera de su lado, porque en la tierra el peliblanco podría llegar muy fácilmente al cielo, siendo un territorio neutro para que regresará a su lugar.

Nada que ver con el infierno, dónde solo los demonios y quiénes eran acompañados por estos podían salir de esa maldito sitio, razón por la cual Tiago era su único boleto de salida a la tierra, pero como no podía intentar escapar por culpa del jodido collar, estaba atado de manos y pies, en todos los sentidos posibles.

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— Lo mejor será regresar, porque ya me estoy aburriendo demasiado. — Ivo se queja con molestia, llevando ya mucho tiempo esperando a que algo sucediera afuera de un boliche, el cual se encontraba en su máximo esplendor.

— Por favor, ¿Dónde está tu espíritu por la diversión? — Matías le dice, sin apartar la mirada de enfrente, en busca de alguien para divertirse un rato. — Che, mira esos dos. — indica, señalando de manera poco discreta a dos pibes que acababan de salir. — Me gusta el alto, se ve bastante atractivo y creo que será capaz de resistir todo lo que voy hacerle. — comenta, ya con una enorme excitación a flor de piel.

— El otro tampoco está tan mal, aunque se ve más delicado. — el contrario habla, observando de pies a cabeza al acompañante del castaño.

— Entonces ya sabes que hacer, y no me agradezcas por la increíble noche que vas a pasar con él, aunque solo sean unos asquerosos y sucios humanos. — Spallatti dice, para después empezar a seguir al castaño que había visto, algo que el otro imita de inmediato, aunque el con el peliblanco, correspondientemente hablando.

Siendo la clara evidencia que iban hacer de las suyas con aquellas dos almas en desgracia, quienes definitivamente no iban a olvidar nada de lo que sucediera está noche...

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𝗘𝗻𝘁𝗿𝗲 𝗻𝗼𝘀𝗼𝘁𝗿𝗼𝘀 𝗱𝗼𝘀 : ʟɪᴛɪᴀɢᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora