Los primeros ruidos que percibió al recobrar la conciencia fueron los mismos de siempre. Las aves, los ligeros pasos alrededor de la habitación, su propia respiración provocando un casi insonoro silbido en su nariz, y al final un suave toque en el hombro. Abrió los ojos en un lento y agraciado batir de pestañas rizadas; una fila de cinco mujeres mayores le saludaron con gentiles sonrisas, todas con las manos juntas al frente y vistiendo largas faldas de colores opacos.
—Buenos días, príncipe —entonaron a la vez, agachando la cabeza en su dirección sin que alguno de sus delgados cabellos saliera de su lugar al estar sujetados cerca de la cabeza.
Se sentó en la cama tendida al nivel del suelo, permitiendo al fresco del amarecer acariciar la piel que la ropa de dormir no puede cubrir en su cuello y manos.
—Buenos días —respondió bajito, otorgándoles su bella sonrisa de ojos pequeños y mejillas hinchadas.
Lo siguiente ya era parte de la rutina. Con ello se permitió desvestir por dos de las sirvientas, mientras una regulaba el agua en la tina, otra prepara las toallas y su ropa, y la última se aseguraba que no hubieran mirones cerca de los pasillos antes de cerrar la puerta; ningún hombre o cualquier persona que no fuesen ellas podían tener el privilegio de ver la anatomía desnuda del príncipe. Eso sería inaceptable.
Ellas refregando su cuerpo, su cara para retirar lagañas molestas e hidratar su piel, cuidando siempre la integridad de su ser al jamás mirar más allá de lo que cubre el agua jabonosa. Una vez salió recobro ese afrodisíaco olor de las sales de baño impregnando todo lo que le rodea. Inhaló profundo para aspirar algo de ese jazmín que ahora también perfuma su cuerpo y cabello largo. Lo secaron, lo vistieron, cepillaron su cabello oscuro hacia atrás, sosteniendo las cortinas junto a su rostro en una coleta pequeña detrás de la nuca para permitir que la cascada cayese lacia sobre su espalda, dejando su rostro despejado y dándole una juvenil imagen frente al espejo. Su heterocromía se iluminó por el destello en su mirada justo donde su ojo derecho castaño hace el contraste con el suave verde en el izquierdo, denotando la fuerza de su fertilidad.
Lindo, se veía lindo. Más que lindo. Precioso. Todo el crédito se lo debía a ellas, exactamente igual que siempre.
Igual que todos los días.
Sólo faltaba un detalle, uno que él mismo podía encontrar. Su vista viajó al alhajero de madera tallada, simbolizando un pequeño cofre y su interior dejó de sentirse pesado. Una vez lo abrió, la piedra cornalina le saludó con la puesta del sol brillando desde el interior de ella. Sintió los dedos tibios al sostener el anillo, como si ahí mismo se encontrara atrapado el calor que cada rayo de sol posee. Luego de admirarla, la devolvió a su lugar en su dedo anular izquierdo, encabezando su realeza, su vitalidad, y diciéndole que ese sería un nuevo día para renovarse a sí mismo.
Las mujeres se hicieron a un lado cuando él pasó directo a la salida de la habitación, desfilando un hanbok nuevo en colores lilas y blancos, realzando la claridad de su tez y sonrosados pómulos. El trayecto hasta su siguiente destino lo hizo sin compañía, con el corazón aumentando su frecuencia conforme más se acerca hasta que los sirvientes advierten su llegada para abrirle las puertas del comedor. Seis pasos antes de detenerse, escuchó las puertas cerrarse a su espalda y ahí, justo frente a él, aquel hombre de rubia y larga cabellera finalmente lo encara desde su asiento en la mesa.
—Buenos días, mi Rey —saluda a costumbre, sin perder ni un poco de esa felicidad que tanto lo embriaga.
Tal y como se esperó, el aludido sonrió poniéndose de pie para ir hasta él. Jimin estaba seguro que su corazón iría a escaparse de su pecho como todas las mañanas, a la espera de la cercanía de su prometido. Resistió el impulso de tocarlo cuando el rey llegó directamente a sostener su rostro con las palmas de las manos acunando sus mejillas llenas. Y, como el sumiso prometido que es, Jimin agachó la cabeza apenas un poco, lo suficiente para recibir su beso de buenos días en medio de las cejas. Sus mejillas adquirieron un tinte melocotón al alzar la mirada.
ESTÁS LEYENDO
This life isn't mine! / YoonMin
FantasyEl rey Min tenía todo desde que había nacido. Poder, riquezas, los mejores alimentos, personas dispuestas a satisfacer sus necesidades y cualquier cosa que deseara. Aunque si le preguntaban, él fácilmente respondería que lo mejor era tener al doncel...