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Cuatro días después tras la conversación con Aiden, me encontraba sentada en una banqueta mientras contemplaba el lienzo que estaba a punto de acabar. Las suaves pinceladas de color ocre se fundían con las blancas y las azules del cielo. Quería plasmar el lugar que me estaba dando la oportunidad de poder ser yo misma, de encontrar mi camino.

Tan concentrada estaba en la pintura que me sobresalté al sentir una corriente de frío. Curiosa, salí del pequeño rincón hasta el vestíbulo para saber la razón de esa sensación. Fue entonces cuando vi que la puerta estaba medio abierta. «¿Habrá entrado alguien?». Eso fue lo primero en lo que pensé, pero al no haber escuchado las campanitas me sentí un poco contrariada.

Quise comprobar si todo había sido producto de la imaginación, así que eché un vistazo por los alrededores hasta que decidí ir a la planta superior. A medida que subía, una extraña sensación me asaltó, al mismo tiempo que la fragancia de un perfume delicado. Estaba segura de que no se trataba del ambientador, así que otra persona estaba allí.

Poniendo la mejor sonrisa, terminé de subir las escaleras para encontrarme con la figura de una mujer con una melena rubia hasta mitad de la espalda. Iba vestida con un delicado vestido de verano de color azul. Se encontraba admirando los cuadros que una semana antes Aiden había traído a la tienda. Supe que estaba inmersa en ellos, pues no se percató de que le había hablado hasta que me acerqué un poco más a ella.

-¡Bienvenida!

Al girarse pude ver su rostro. En lo primero que me fijé fue en sus ojos. De mirada felina y azules, reflejaban la dulzura y serenidad que no había visto en ninguna otra persona, pese a que me eran familiares. No obstante, también advertí una ligera sorpresa al mirarme y una pizca de melancolía al volver su vista a los cuadros. Parecía sacada de otro mundo.

-¿Le gusta alguno en particular?

Sentía una sensación de calma al contemplarla. Carraspeé un par de veces antes de ponerme a su lado y observar en el cuadro que ella miraba con tanta intensidad. Una noche cerrada enmarcada por los frondosos árboles de un bosque. El negro y el azul se mezclaban entre ellos, creando sombras y magia en un mismo lugar.

-Hay algo familiar... -Su voz vibró en mi interior y capté la nostalgia que desprendía.

-Es de Silvain McFinley, un artista local. Es de mis favoritos. Los trazos son delicados e hipnóticos, y transmite algo hermoso solo con mirarlo, ¿no le parece?

-¿Eso crees?

-¡Por supuesto! Mira cómo las pinceladas se funden entre ellas. Cómo dos colores, que no parecen tener nada en común, se unen para crear algo tan precioso como esto. -Abrí mis brazos para enmarcar el cuadro-. La persona que lo hizo fue todo un artista.

-Yo... ¿Me daría un momento?

-No se preocupe, le dejaré verlo todo el tiempo que quiera. Mientras tanto iré abajo a por unas cosas. -Parecía algo abrumada, así que opté por dejarle espacio.

Instantes después salí de la trastienda y, a medida que subía por las escaleras, contemplé cómo el crepúsculo se hacía cada vez más patente, por lo que en breve tendría que cerrar. Por ello, me encaminé dispuesta a despedirme de ella e invitarla a que se acercase en otro momento si estaba interesada en los cuadros. Sin embargo, cuando llegué hasta allí, había desaparecido. «¿Se habrá marchado cuando estaba recogiendo en la trastienda?»

Recorrí la habitación con la mirada, sin embargo, no logré localizarla. Se había esfumado. Un poco decepcionada, bajé, recogí las llaves y cerré la puerta. Antes de acostarme, recordé la intensidad que vi cuando miraba cada uno de los cuadros, lo que me hizo saber que amaba la pintura tanto como lo hacía yo. Quizás, podía convertirse en una amiga que compartiese mis gustos, algo que nunca había tenido en la vida que dejé en Londres. Antes de caer en un profundo sueño, pensé que no quería desperdiciar la oportunidad de conocerla y lo que le diría si volvía.

Pinceladas del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora