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Sybil parecía un fantasma cada vez que la encontraba en la planta superior. Jamás la escuchaba entrar y salir de la galería. Siempre la veía contemplando las obras de Silvain. Disfrutaba con ello, como si encontrase un nuevo detalle, un nuevo motivo de admiración cada vez que observaba esas pinturas. Lo que más me impresionaba de ella era la conexión que parecía tener con cada uno de los cuadros, mirándolos como si fuese a hallar en ellos algo que llevaba mucho tiempo buscando.

Hoy en día aún recuerdo las primeras veces que conversé con ella. A lo largo de las más de diez tardes en las que nos veíamos envueltas de colores, nuestras conversaciones, tímidas y casi cotidianas en un principio, se fueron convirtiendo con el tiempo en más cercanas; como de dos amigas que se conocían desde hacía años. Conociéndonos a través de la pintura y de nuestros gustos. Podía comprobar cómo iba recuperando el brillo en los ojos, sonriendo cada vez más. La veía diferente; mucho más cercana.

Un día, cuando el cielo se iba oscureciendo y las farolas comenzaban a parpadear con su luz amarillenta en las calles, me acerqué hasta ella. De nuevo volvía a estar junto a los cuadros de Silvain, mirando uno en particular. El paisaje de un amplio valle bajo la oscuridad de la noche impregnado de sombras que lo hacía parecer de ensueño.

-Sybil... -Ella se giró con esa sonrisa que la hacía tan especial-. ¿Te gustaría venir conmigo a ver las estrellas?

-¿Las estrellas? -Me hizo gracia como torció la boca y frunció el ceño ante lo que le estaba proponiendo. Se la veía un poco perdida.

-Sí, esta noche hay lluvia de estrellas y me encantaría que ambas la viésemos juntas. Podemos acercarnos al valle para verlas desde allí.

Vi como los ojos se abrían de par en par, apareciendo la chispa de la felicidad en ellos.

-Quizás tengas que coger algo para echarte encima.

Las noches comenzaban a refrescar, por lo que el vestido que ella llevaba en esos momentos, de un suave rosa que hacía resaltar su cabello, no era el más indicado para estar por la noche a la intemperie.

-¿Qué te parece si las vemos desde la terraza de arriba? -Como una niña, señaló la estrecha escalera que daba a la última planta de la galería.

-Claro, podemos subir una manta. Iré a cogerla.

Cuando volví, la encontré ya en la terraza, sentada y expectante para contemplar las lágrimas que cruzarían el terciopelo negro en el que se había convertido el cielo. Me senté a su lado pasando la manta por encima de nuestras piernas. Ambas apoyamos la espalda en la pared, para dirigir nuestras miradas hacia el espectáculo de pequeñas luces centelleantes que cruzaban sobre nosotras para que pudiésemos pedir todos los deseos que quisiéramos.

-Sybil, sé que nos conocemos desde hace muy poco tiempo, pero me gustaría proponerte algo. Qué te parece si ambas trabajamos juntas, podemos...

Ella, con la dulzura que siempre la caracterizaba, apretó mi mano para evitar que siguiese hablando.

-Nada me gustaría más que eso, pero el destino ha hecho que nuestras vidas tengan que tomar caminos diferentes. -Apretó con más fuerza mi mano antes de dirigirme una sonrisa.

La decepción por aquellas palabras hizo que se me formaseun nudo en la garganta y me impidiese hablar. No sabía qué contestar, así queguardé silencio e intenté disfrutar de la noche. Nos apoyamos una junto a la otrapara terminar de contemplar la lluvia de estrellas que nos envolvía con sumagia. Sin ser consciente de ello, me fui quedando dormida a su lado, y paracuando desperté, ella ya se había ido.

Pinceladas del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora