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La noche del jueves 12 de octubre, la volví a encontrar en el mismo lugar que la anterior. Esta vez tenía el pelo recogido y un vestido azul a juego con los ojos. La vi mucho más encantada. En su mirada, la curiosidad se hacía patente a la hora de mirar todos los cuadros de Silvain. Parecía como si una especie de amor se hubiese creado entre ella y las pinturas de ese autor.

-¡De nuevo, bienvenida! Por cierto, ahora que lo pienso, creo que no nos hemos presentado. Me llamo Elisa Anderson, ¿y usted?

Intenté adelantar una mano para estrechar la suya; sin embargo, la torpeza se hizo patente en esa ocasión haciendo que me costase sacar la mano del bolsillo del pantalón. «Condenados bolsillos tan estrechos».

-Soy Sybil. Y tranquila, puede tutearme. -La sonrisa la hacía verse más cercana y real.

-Veo que te gusta mucho la pintura. -Me acerqué hasta ella y la miré de reojo. Me fascinó el brillo casi de admiración que tenía al mirar los lienzos.

-¡Muchísimo! Cómo un artista puede plasmar todo su alrededor y al mismo tiempo evadirse de esa realidad.

-Tienes toda la razón. -Asentí a lo que ella había dicho, pues eso mismo me ocurría cuando me ponía a dibujar-. Cómo con tantos colores cualquier persona puede crear un mundo tal como lo imagina y que, además, termine gustando a aquellos que lo observan.

-Me hubiese encantado poder...

Su voz se fue acallando a medida que recorría la habitación hasta estar frente a un cuadro que mostraba un marco de flores blancas y rosas, de una delicadeza excepcional. La contemplé inclinar el cuello para mirar con intensidad ese lienzo en particular y fruncir el ceño, como si algo de allí no estuviera bien. Quise acercarme, pero el teléfono de la trastienda sonó en ese instante.

-¿Podrías esperar un momento?

Pero estaba segura de que no me escuchaba. Le sucedía cada vez que se encontraba envuelta en los cuadros de Silvain. Así que la dejé a para coger el teléfono.

Cinco minutos después volví a la planta superior, pero ella ya no estaba. Suspiré por no haberme podido despedir, así que apagué las luces antes de ir acostarme. A medida que cerraba los ojos, deseé volverla a ver otra vez, pues quería saber más, y descubrir la magia que parecía albergar en su interior y que desprendía con cada sonrisa.

Cuatro días pasaron hasta que volvimos a estar juntas frente a las obras de Silvain.

-¿Tú también pintas, Elisa? -Escuché la pregunta de Sybil cuando lograba colocar otro cuadro más en la exposición.

-Sí. Tengo mis pinturas abajo, ¿quieres verlas?

-¡Me encantaría!

La acompañé hasta la planta inferior donde había colgado los últimos trabajos. Por un instante, me sentí avergonzada por mostrarle algo tan íntimo a ella. Había comprobado que tenía un gusto excelente por la pintura y era una gran entendida, pero jamás la había escuchado vanagloriase sobre eso. El corazón se subió a la garganta cuando la escuché dar un pequeño grito y correr hasta una de las pinturas que había colocado esa misma tarde. Me puse tan roja que pensé que en algún momento el detector de incendios saltaría.

-¡Son maravillosas, Elisa! No tienes por qué avergonzarte de ellas. Tienes una visión preciosa del mundo y sabes plasmarlo en tus pinturas.

-¡Gra...gracias, de verdad! -No podía parar de tartamudear ante los elogios, los suspiros y las palmas de Sybil al contemplar cada una de las obras.

Entonces, como si algo le hubiese llamado la atención, se quedó parada frente a un paisaje que pinté hacía un par de noches. Se trataba de la vista de un cielo estrellado y se parecía a un cuadro de Silvain que había colgado una semana antes. En el de él reconocí el paraje que no se hallaba muy lejos del centro de la ciudad, y las sensaciones que sentí que desprendía aquel instante plasmado con delicadas pinceladas hizo que una noche buscase aquel lugar.

Una vez lo encontré, decidí ir para despejar la mente, y tanto la belleza como la tranquilidad que se respiraba en aquel lugar hicieron que la mente captase una foto del instante para luego pintarlo. En aquel lugar, sentí por primera vez que echaba en falta las conversaciones con Sybil. Ella era la primera persona que veía el mundo como yo, con infinidad de colores, todos en perfecta armonía.

Reconocí en ese momento que con ella podía ser yo misma. Disfrutar de la pintura en todo su esplendor, sin necesidad de ser juzgada por ello, sin sentir que eso no llegaría nunca a hacerme feliz ni a darme un futuro. Con ella, la confianza en lo que hacía se hacía cada vez más fuerte.

-Tienes toda la vida por delante, Elisa, para darte a conocer. Aprovecha ese momento y no dejes que nadie ni nada te lo impida.

La declaración de Sybil me pilló por sorpresa y dejé de vagar por mis pensamientos. No entendí el porqué de ello, pues ella siendo tan joven como era, tendría también esa oportunidad. Al sentir que la tristeza la invadía, y no queriendo que la chispa de la felicidad se perdiese, me acerqué a su lado.

-Podremos hacerlo, Sybil. Las dos encontraremos la oportunidad para hacernos ver, que nuestros nombres sean recordados y ser dueñas de nuestra propia vida.

Su sonrisa tenía la intención de apoyar mis palabras; sinembargo, por una extraña razón que no logré entender, su gesto parecía esconderalgo más. Quizás, en ese momento estaba ciega para no saber lo que ella estabaintentando transmitir y que, por desgracia, sabría semanas después.

Pinceladas del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora