Cap 1

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Derechos de autor: Bala-2006

La guerra había sido devastadora. Millones de muertos en el frente, millones de muertos en las ciudades tomadas, millones de muertos en el campo por el hambre y millones de heridos. La Segunda Guerra Mundial había devastado Europa, dejando muerte, pobreza y miseria por doquier. Tras la guerra empezaban a llegar los voluntarios con la intención de volver a levantar sus países con ambiciosos planes económicos, ayudas procedentes de Estados Unidos, reuniones de paz, etc. El Consejo de las Naciones Unidas tenía más fuerza que nunca y los grandes gobernadores eran observados de lejos por los más miserables. ¿Serían salvados? ¿O los hundirían aún más en la miseria?

Tener una televisión en casa era un lujo que muy pocos podían permitirse y más aún después de semejante guerra. Por suerte, ella había terminado en el hogar de una de las familias más ricas e influyentes del país. Se llamaba Kagome Victoria Higurashi Lefant, aunque todos la llamaban Kagome o Kag desde que podía recordar. La guerra la sorprendió muy lejos de su hogar.

Nació en Francia, en la misma capital, y vivió allí durante toda su infancia. Su padre era pintor, un auténtico artista solicitado por las más altas esferas; su madre era bailarina. Desde que era muy pequeña sus padres sembraron en ella las semillas del arte, pero nunca demostró grandes facultades. Se le daba mejor la contabilidad que la pintura y era mejor atleta que bailarina. No obstante, sabía apreciar una buena obra de arte, sabía interpretar lo que quería transmitirle y le fascinaba la danza, la ópera y el teatro. Pudo disfrutar de todo ello gracias a los contactos de sus padres.

A los catorce años, fue enviada a una academia en Polonia. Por aquel entonces, Hitler solo era otro aspirante más a las elecciones y nadie pudo imaginar tan siquiera lo que ocurriría después. Estaba en su clase de cocina cuando llegaron las primeras noticias de la victoria de Hitler en las elecciones, y también volvía a estar en mitad de una clase de cocina cuando salieron a la luz sus verdaderas intenciones. Pese a las misivas que sus padres le enviaron suplicando que regresara a París, ella continuó allí hasta que Berlín fue invadido. Afortunadamente para ella, los soldados consideraron que, debido a su educación, podrían ser útiles para pequeños trabajos administrativos.

Hicieron una selección. Ella ya tenía dieciséis años por aquel entonces. Las primeras en ser "contratadas" fueron las alemanas de once o más apellidos alemanes para ocupar los puestos de secretarias. Después, les siguieron las que tenían algunos menos para ser secretarías de menor rango. En la tercera selección aceptaron a mujeres italianas por su afiliación a los partidos totalitarios para que hicieran de telefonistas. Ella entró en la cuarta selección. Ahí se aceptaron a mujeres polacas y francesas para que mecanografiaran mensajes y conversaciones de teléfonos pinchados. Por último, se llevaron a todas las judías o estudiantes que tuvieran parientes judíos. Se habló de que las llevaban a una urbanización con colegios, hospitales y parques donde estaban concentrando a todos los judíos. En su nuevo trabajo descubrió que la realidad no era tan idílica.

Se dedicó a mecanografiar durante tres años. Las mujeres dormían en una residencia femenina constantemente vigilada. Tenían un camastro y un armario donde guardaban sus pertenencias y su uniforme oficial. Nunca volvió a ponerse la ropa de corte francés que tanto adoraba. En el trabajo, se sentaban en largas mesas en las que cabían unas ocho mujeres con su máquina de escribir y los teléfonos pinchados; allí, mecanografiaban durante horas. Al final de la jornada, le dolía la espalda y estaba lo bastante cansada como para ser incapaz de ponerle buena cara al perro guardián que la acosaba. Como no eran alemanas, unos soldados vigilaban la sala para asegurarse de que no fueran espías. Uno de ellos se había encaprichado de ella, obligándole a acelerar su fuga.

La noche que ese odioso soldado la siguió hasta la ducha con la clara intención de violarla, lo golpeó en la cabeza dejándolo inconsciente. En cuanto descubrieran lo sucedido, todas la señalarían. Todo el mundo sabía que ese soldado la perseguía con ahínco y nadie se jugaría la vida por ella. Así pues, recogió todas sus pertenencias de origen francés y dejó atrás todo lo alemán. Salió por la puerta de atrás que daba a los cuartos de baño y se escondió entre los matorrales. No podía salir, había demasiada vigilancia. Afortunadamente, un coche que llevaría a algún oficial a una reunión nocturna secreta se detuvo frente a los matorrales. Se metió en el maletero en cuanto vio la oportunidad y viajó. Cuando salió del maletero, estaba junto a un búnker en las afueras. En cuanto se aseguró de que nadie pudiera verla, de que estaba sola, corrió como nunca lo había hecho, sin mirar atrás una sola vez.

Deseos ocultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora