Cap 7

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Derechos a: Bala-2006

Capítulo 7

Los meses pasaban sin que nada fuera a mejor; más bien todo iba a peor día a día. Nada parecía mejorar en la casa Taisho, como si alguien les hubiera echado un de mal de ojo. Miraba a su alrededor cada día para ver una decepción tras otra, un problema cada vez más complejo y una desgana total por hacer algo para remediarlo. ¿Qué estaba pasando?

Por una parte, Rin estaba enamoradísima y frustrada. Cuando regresaron de aquella fiesta en la que conoció a Kohaku Kinomotto, proclamó su amor a los cuatro vientos. Su hermano mayor, por supuesto, no se lo tomó nada bien y, como tutor legal, le dejó bien claro que nunca permitiría que volvieran a verse. Desgraciadamente, Rin se había atrevido a retar a su hermano para verse con Kohaku. Mintió en varias ocasiones diciendo que iba a la ciudad a tomar el té con una amiga del colegio, cosa que a Inuyasha le pareció una actividad femenina que perfectamente podría aprobar hasta que descubrió la verdad. En realidad, Rin paseaba por los jardines y los viñedos de los alrededores a solas con Kohaku. Aún no sabía cómo lo había descubierto; solo sabía que estaba tan furioso que le había prohibido terminantemente salir de la casa. Desde entonces, Rin se dedicaba a llorar por todas las esquinas.

Por otra parte,Shippo, el primo lejano que Kaede adoptó, había regresado a pasar las vacaciones a la casa. Con tan solo diez años tenía la jovialidad y el entusiasmo de un niño, pero se sentía incomprendido en una casa en la que todos los miembros parecían estar enfadados entre ellos. Kagome, en ocasiones, se sentaba a jugar con él y lo arropaba todas las noches como si fuera su propio hijo, tratando de que se sintiera querido. Inuyasha solo le hablaba para gritarle por sus travesuras; Rin lloraba tanto que ni siquiera lo veía entre el mar de lágrimas; y Kaede estaba algo abstraída esos días.

Kaede... A Kaede le pasaba algo. No lo decía en voz alta e intentaba disimular, pero en su mirada perdida se notaba que algo la estaba torturando por dentro. En millones de ocasiones se preguntó si la preocupación por Kouga seguiría haciendo mella en ella. Quería sentarse con ella, confesarle sus pecados y disculparse. Una disculpa no era suficiente, aunque sí era un comienzo para lo que le aguardaba. No podía con el remordimiento por haber traicionado la confianza de Kouga y la buena fe de Kaede.

Inuyasha, por su parte, era otro asunto bastante más complicado. No sabría decir si su relación mejoraba o empeoraba por momentos. Parecía algo más agradable con ella y se mostraba más interesado en su estado, pero contemplaba su vientre con terror, como si temiera que fuera a morderle. No había vuelto a decir una sola palabra al respecto, pero era evidente que había asumido la realidad respecto a su futuro hijo, lo cual se hacía patente también en el tinte de posesión en su mirada. Ya debía quererlo casi tanto como ella misma. El problema era que, en otros aspectos de su vida, la estaba destrozando. Kikio Tama se estaba interponiendo entre ellos tanto como el propia fantasma de Kouga a la par que intentaba entrar en la familia Taisho a toda costa.

Sí, Kikio era la pieza clave de un cuadro de muy mal gusto. Esa fue la impresión que le dio en las dos ocasiones que tuvo la desgracia de hablar con ella. En la primera, dio la casualidad de que pasaba por el vestíbulo mientras la heredera esperaba a Inuyasha. Se presentó e hizo unos comentarios que le parecieron demasiado atrevidos para una persona que apenas la conocía. ¿Cómo se atrevía a hablarle de su aspecto durante el embarazo? Decía que se le había destrozado la figura... ¡Ella qué sabría! Para mantenerse tan extremadamente delgada debía comer poco más que una manzana al día. No podía creer que Inuyasha estuviera saliendo con ella; a él le gustaban las curvas. En la segunda ocasión que coincidieron, la miró como si fuera un insecto a el que aplastar. Aún sentía escalofríos cuando recordaba ese momento...

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