-Salvé Tu Vida. Al Acabar Con La Suya.-

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Capítulo 3.

Lamentaba no haber dicho adiós.

Lamentaba tantas cosas, que simplemente no tenía cabeza suficiente para enumerarlas.

Tuvo dos familias diferentes, una de ellas estaba rota, tan rota como un adorno de cristal que caía al suelo y desaparecía. Desaparecía como el padre de sangre, al que nunca pudo ver en persona.

Solo recordaba dos veces en las que aquel hombre fue mencionado. Dos oraciones que provenían de la dueña del vientre que lo cargó por cuatro estaciones diferentes.

Una de ellas dolía hasta el punto de sacarte lágrimas y la otra podía hacerte olvidar el dolor, cambiándolo por algo de paz.

La primera vez que se atrevió a preguntar por su padre, su madre biológica le respondió que se había ido. Cuando preguntó a dónde estaba, solo recibió lágrimas como respuesta y eso fue suficiente para entenderlo.

Su padre había muerto.

Su madre estaba sola y lloraba en su alcoba todas las noches.

Solo durante la noche. Porque durante el día, estaba ocupada intentando vender un par de flores que robaba de los jardines de sus vecinos. Con suerte conseguía un par de monedas y con eso era suficiente para obtener un trozo de pan y algo de leche.

George recordaba todas las veces que esa mujer se había ido a dormir con hambre, solo por dejarle el trozo más grande a él.

La segunda vez que escuchó a su progenitor ser nombrado, fue cuando su madre murió.

Segundos antes de cerrar los ojos, ella besó la mano de su pequeño y recitó en voz baja.

Finalmente voy a verlo a él...

Acto seguido, su corazón dejó de latir.

La gente que pasaba por la pequeña cabaña donde vivían pensaba que algo malo estaba sucediendo. Decían que el olor a cadáver que desprendía su hogar era suficiente para provocarle el vómito a cualquiera.

Pero el joven George no los escuchaba.

Hasta que un día, finalmente, se atrevieron a entrar.

Encontrándose al pequeño niño en los brazos de su madre, una pálida mujer, con los orbes cubiertos por sus párpados, y con sus manos tan delgadas que los huesos se podían divisar a simple vista.

—¿Cuánto tiempo ha estado tu madre dormida, Georgy?—Preguntó con cariño una señora mayor, a quien su madre solía robarle rosas.

—No lo sé.—Respondió él.

—¿Por qué nunca nos dijiste?—¿Cuestionó ahora un hombre de mediana edad, al que en algún momento le habían robado alcatraces.

—No lo sé.—Repitió. Llorando.

Lloró y golpeó las paredes. Arrancó la hierba del jardín. Gritó y soltó maldiciones a los cuatro vientos. Todo esto en el momento en el que lo obligaron a decirle adiós a la mujer que lo había alimentado.

La enterraron a un lado del río. Y George solía pasar las mañanas al lado de la vieja piedra que anunciaba a todos la tragedia que había sucedido, el cuerpo que ahora descansaba ahí abajo.

Eso era por las mañanas. Porque en las tardes y de vez en cuando por la noche, recogía un par de rosas del bosque.

Tomaba todas las que podía encontrar, cuidando de no cortarse con las imponentes espinas que las adornaban, para después dejarlas todas en el túmulo de roca.

𝕭𝖑𝖎𝖓𝖉 𝕯𝖗𝖊𝖆𝖒... Un Sueño A Ciegas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora