Capítulo 4

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Capítulo 4

Ignacio se despertó en el cuarto de la Clínica de Los Remedios. A esa hora, el sol penetraba a través de las cortinas blancas de la habitación. Por eso, él se tapó los ojos con sus manos para protegerse del calor y se preguntó si lo de aquel cuarto luminoso sólo había sido un mal sueño. Pero cuando miró a su alrededor, un frío se filtró entre sus huesos. A su lado, se encontraba la muerte vestida de colegiala. Es más, era la única visita que el joven tenía en el cuarto. Se asustó mucho y cuando se disponía a gritar como un loco, la muerte posó con delicadeza su dedo índice sobre su boca y luego lo besó.   

Un corrientazo le poseyó y sintió como algo se le escapó de su cuerpo. Cuando la muerte separó sus labios de los de él, ya no sentía miedo, era como si la parte buena de Ignacio hubiese sido absorbida por la muerte.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —le dijo la Muerte a Ignacio con un tono frío pero sensual.

Ignacio asintió con la cabeza, algo de él había muerto y no le importaba. Se veía a sí mismo con un vengador, un instrumento del más allá. Sí, su hermano había muerto de la manera más terrible, pero él le había dado otra oportunidad en el cuarto luminoso, la oportunidad de redimirse derramando sangre. Qué le tocaría hacer, no lo sabía, pero estaba seguro que muy pronto lo iba a averiguar.

Cuando regresó de sus pensamientos, la Muerte había desaparecido y entonces Ignacio se echó a dormir. Soñó con Mariela con quien iba agarrado de la mano mientras que caían en medio de picaras sonrisas hacia el fondo de un abismo.

En la tarde su padre le despertó. Don Marco tenía unas amplias ojeras y un semblante tan pálido como si estuviese muerto.

—Hijo, me alegra que hayas despertado —le dijo su padre con una leve sonrisa.

Ignacio trató de acordarse sobre lo que haría una persona normal bajo aquellas circunstancias, luego de un arduo esfuerzo logró recordar.

—Gracias, papá —respondió de una forma tan sincera que su padre se echó a llorar —, ¿y mamá?

—Tu madre se encuentra muy ocupada, luego vendrá.

Ignacio sabía que aquello era una completa mentira; sin embargo, debía aparentar ser el mismo chico al que todo el mundo le pasaba por encima, si quería cumplir con sus planes.

—Y Matías cómo está —preguntó Ignacio con un tono inocente, aunque ya sabía la respuesta.

Su padre bajo la mirada por un rato y empezó a secarse las lágrimas que para ese entonces corrían a borbotones por su arrugado rostro.

— Ignacio, Matías ha muerto.

—NOOOOOOOOO

—Sí, murió incinerado en la explosión.

—Nooo, papá... ¡No puede ser!

—Sí hijo, lo siento, pero debes saber que ustedes dos son considerados unos héroes. Salvaron a muchos en ese bus.

Ignacio se puso a llorar como un chiquillo cuando no lo amamantan. Su padre espantado ante tal escena, se le acercó y lo abrazó con suma delicadeza, pues temía hacerle algún tipo de daño. Pasaron algunos minutos hasta que Ignacio sintió que el espectáculo había sido lo suficientemente veraz.

—Y la chica que iba conmigo, Mariela, la hija del vecino, ¿cómo está?

—Ella sobrevivió, está a dos cuartos de aquí. Mariela despertó en el día de ayer y también ha preguntado por ti, se alegrará de saber que ya despertaste.

Así que Mariela estaba bien, esa noticia alegró a Ignacio o bueno, así lo asimiló él, al percatarse de ese extraño sentimiento que afloraba en sus entrañas y que ahora le era totalmente desconocido.

El Secreto de IgnacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora