Capítulo 8

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Capítulo 8

Justo después del anochecer, se desviaron por la Calle 22 para llegar al Club Campestre El Arroyo. Ignacio comenzó a tararear la primera parte de la novena sinfonía de Beethoven mientras que el alcalde hablaba por el móvil. A su lado, las casas y edificios iban desapareciendo, convirtiéndose en muros altos repletos de musgo que se escurrían alrededor del Club. El chico estaba tranquilo, hacia un rato, había visto a través del retrovisor del coche como uno de los automóviles que escoltaban al alcalde había tomado otra ruta. «Ahora será más fácil», se dijo.

El alcalde hacia malos gestos sugiriendo que parara el tarareo. Su boca se encorvó en una mueca y sus ojos se entrecerraron mientras continuaba alegando por el móvil. Ignacio no le prestó atención, lo único que le interesaba era redimir al alcalde por todas las atrocidades que había cometido.

—Puedes callarte un momento, por favor —le dijo el alcalde con tono suplicante mientras abrió los ojos como un plato—. Ha pasado algo terrible y debo solucionarlo.

Ignacio sacó una sonrisa benevolente y asintió.

Mientras el alcalde continuaba con sus alegatos a través del móvil, Ignacio lo escuchó hablar sobre la desaparición de un doctor que había sido un amigo de toda la vida. «Qué pequeño es el mundo», pensó. Entonces, cuando se encontraba ensimismado en sus pensamientos, Ignacio recibió un mensaje de texto en su móvil. Era de Mariela, decía:

"Ya voy para allá. No empieces la fiesta sin mí".

Ignacio le respondió mandando una carita feliz, y luego escribió: "Nos vemos en el Club Campestre. Entre los dos lo haremos pagar :)".

Al rato, cuando entraron al club, Ignacio se sintió maravillado, pues nunca había estado en un lugar así. Los arbustos cuidadosamente podados con figurillas de perros y gatos que se cernían al costado de la entrada principal, le parecieron estupendas. Más, si se tenía en cuenta que las bombillas colocadas estratégicamente hacían que las sombras de los animales cobraran vida.

Unos cuantos metros después, llegaron a la entrada del Club. Allí escuchó el sonido de una cascada de agua que se erguía en el centro de un lago. Al frente se hallaba un conjunto de edificios de cuatro pisos teñidos de blanco con amplios ventanales adornados con un sinfín de rosas y claveles de diversos colores.

Un hombre alto de rasgos albinos y vestido de blanco con un sombrero de mariachi, abrió la puerta del coche y les hizo la recepción.

—Bienvenidos al Club Campestre El Arroyo —dijo con cordialidad—. Es un placer tenerlo de visita señor Alcalde y también a usted joven Ignacio. Sírvanse de acompañarme.

El interior del club rayaba en la amplitud de lujos, el piso era de mármol y las luces de iluminación blanca estaban en su mínima expresión. Pasaron por la recepción, en donde la mayoría de presentes saludaron al alcalde con abrazos y fuertes palmadas; además, la mayoría reconoció al joven que había salvado a las estudiantes del autobús. Muestras de gratitud recibió Ignacio por doquier por parte de los desconocidos mientras que llegaron al restaurante. Al entrar, notó que el lugar estaba vacío. Ignacio se sintió complacido, porque aquella situación hacia más fácil cumplir con su trabajo. Un fuerte olor a lavanda impregnaba el lugar.

Contó el personal: el albino con sombrero de mariachi, dos guardaespaldas situados en la entrada del restaurante y, otros dos escoltando al mandatario. «No podría ser mejor», pensó Ignacio. El albino los condujo con presura por el medio de las mesas con manteles de color beige hasta que llegaron a una, en cuyo centro reposaba una botella de vino. Los escoltas se sentaron a dos mesas de distancia. El alcalde e Ignacio tomaron asiento. Al rato, apareció una joven de aspecto oriental de ojos achinados y un andar precioso —el cual resaltaba las amplias caderas—, la chica vestía un traje de mesera azul turquí lo suficientemente apretado para realzar su figura y atormentar a cualquier hombre con su sensual sonrisa.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2016 ⏰

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