Capítulo 6

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Capítulo 6

La tarde olía a muerte. Susana seguía fregando las paredes de la casa con el anhelo de que desapareciera el olor nauseabundo que había aparecido cuando vio el discurso de Ignacio en la televisión. «Maldito —había dicho—, el que debería de haber muerto eras tú». Recordó el trauma de aquella violación de la que nadie jamás sabría y de la cual había nacido Ignacio. Se limpió las lágrimas y en la soledad de aquella casa comenzó a gritar.

Cuando sintió el ardor en sus cuerdas vocales paró, se dirigió al refrigerador y sacó una lata de cerveza helada que se bebió al instante.

Los recuerdos galopaban en su maltrecha cabeza. Desde esa noche cuando se encontró con aquel hombre que llevaba puesta una máscara de mimo en aquel callejón a las afueras de la compañía de teatro, todo había cambiado.

El tipejo había abusado de ella en la parte de atrás de una camioneta doble cabina. El "mimo" la había amenazado con un cuchillo, pero lo que más aterraba a Susana es que al final lo había disfrutado, lo había disfrutado todo. Fue ella la que le dijo en medio de los gemidos que siguiera. No le importó el olor a azufre que emanaba del cuerpo del extraño, ni la fuerza con que la penetraba, arremolinándola en un éxtasis tal que finalizó en una calor que se regó por su cuerpo. Entonces terminado el acto, víctima de la curiosidad, quiso averiguar la identidad de su agresor, le quitó la máscara, y un frío enfermizo se filtró por toda su medula espinal. Detrás de la máscara no había nada, sólo una sombra perturbadora que casi le hizo morir. En medio del horror perdió el sentido. Luego del desmayo, despertó sola en la parte trasera de la camioneta. Pensó que todo había sido una pesadilla, pero cuando quedó en embarazo, se dio cuenta que no era así.

Siempre se preguntó por qué Marco había tomado a Ignacio como hijo suyo. El físico, la manera extraña en la que se comportaba (ella había encontrado en la mañana el ratón maloliente junto a la pelota de tenis), no tenían parecido ni con la familia de él, ni mucho menos con la de ella. «Si me hubiera dado cuenta rápido, hubiera abortado», pensó. Marco nunca le había preguntado nada, pero con certeza ella sabía que su esposo sospechaba de una infidelidad. «No es así Marco —dijo para ella misma—. Solamente que Ignacio no es hijo tuyo, no lo es porque fui seducida por un demonio».

Agarró la pelota ensangrentada de tenis y comenzó a pasearla de una mano a otra mientras pensaba en el hijo fallecido. En ese momento, tocaron a la puerta. Susana aún presa de los recuerdos se demoró en volver en sí. Un nuevo toque que requirió mayor fuerza le ayudó a reaccionar. Dejó la pelota sobre la mesa de la sala, se soltó el cabello y luego pasó sus manos sobre él, para alisarlo un poco. Sea quien fuera su visitante, no quería que la viera con el pelo alborotado, posteriormente se lo volvió a coger con la rapidez de una veinteañera. Entró al baño, se limpió un poco la cara con agua y cuando se percató de que ya no parecía una bruja de la época medieval, se dirigió a la puerta.

Se asomó por la pequeña rendija y al otro lado vio a una chica con el uniforme del instituto, era de tez pálida y cuerpo esbelto, pero lo que más llamó la atención de Susana eran sus grandes ojos grises.

—¿Qué quieres, muchacha? —preguntó Susana a sabiendas de la respuesta.

—Usted es la mamá de Ignacio —respondió la muchacha con una mirada fugaz.

—Sí lo soy.

—Es un honor conocerla, señora —dijo la chica acercándose a la rendija de la puerta—. Le he traído un regalo.

—Eres muy amable —dijo Susana con una mueca que la hizo ver más vieja—. Déjalo en la entrada, cuando llegué Ignacio se lo daré.

—No es para Ignacio, señora. Es para usted.

Susana se sorprendió. Por un instante sintió como el aire se escapaba de su pecho.

—Para mí, ¿dices? —preguntó con la voz entrecortada.

La chica de nuevo sonrió, esta vez sus gruesos labios de tono carmesí se transformaron en una sonrisa pícara.

—Sí, señora. Vera usted, yo era amiga de su hijo, de Matías...Lamento mucho su perdida, por eso le he traído un regalo.

La chica se agachó y levantó una caja enorme de cartón.

—Era amiga de Matías —musitó—. Y me ha traído un regalo.

De inmediato abrió la puerta. Una brisa salvaje se adueñó de la entrada. El cabello de la chica se ondeaba con fiereza mientras que el de Susana se esponjó.

—Entra, muchacha —dijo Susana—. Este clima está de locos.

Percibió cierta maldad en la mirada de la muchacha. Sin embargo, recibió la caja con mejor semblante y dirigió a la muchacha hacia la sala.

A pesar de haber dedicado la mañana a disimular el olor a ratón podrido que Ignacio había dejado en el sótano, el aroma aún se percibía en el ambiente. Susana se sintió apenada y por un momento se arrepintió de haber invitado a la joven.

—Qué bien huele —dijo la chica.

Susana no percibió si se trataba de una burla o si la chica hablaba en serio. La invitó a sentarse y cuando lo hizo, observó con horror como la extraña agarraba la pelota de tenis ensangrentada de la mesa, sujetándola con ambas manos.

—No debió morir así —dijo la muchacha con desdén, subiendo el tono de voz mientras apretaba la pelota—. No lo merecía, señora. Yo estaba allí y me va a disculpar, pero todo fue culpa de Ignacio.

Susana sintió como le temblaban las piernas. En cualquier otra situación habría sacado sus dotes de artista, disimulando cualquier emoción como lo había hecho en el teatro nacional, pero ahora no. Era lógico. Ahora todo tenía sentido: el muy maldito había acabado con su hijo. Unas lágrimas rodaron por sus mejillas. La muchacha apretó con más fuerza la pelota hasta que ésta se desgarró.

—¿Cómo dices? —preguntó dominada por la rabia.

La muchacha se levantó, se posó a su lado y empezó a acariciarle el esponjado cabello; luego, se acercó lentamente hacia el oído de Susana y le susurró:

—Él se fue detrás de Ignacio, para que no cometiera estupideces. Matías no iba a salvar a nadie. Si Ignacio no se hubiera hecho el héroe, Matías seguiría vivo...

Susana quedó perpleja. Ella no sabía esa parte de la historia. Lentamente buscó los ojos de la chica a su lado, cuando los encontró, sintió la mirada piadosa convertirse en destellos de ira que invadieron su ser.

—¡DEBES MATARLO! —gritó la joven dirigiéndose hacia la caja de cartón—. Por eso te he traído un regalo. ¿Sabes? Conozco a Ignacio, en alguna ocasión nos emborrachamos y cantamos en el sótano. Es un chico enfermo que no merece vivir. ¿Tú lo sabes?

Susana asintió. Debió haberlo asesinado hacía mucho tiempo, o haberlo dejado abandonado en el hospital siquiátrico.

La joven abrió la caja lentamente, cuando sacó su contenido, una luz de esperanza entró en Susana. Era un llamado a la mujer de antes, era un recuerdo de su época de gloria, de estrellato. «Todo volverá a ser como antes de la violación, ya no está Matías, pero aún puedo reiniciar mi vida con Marco», pensó.

Cuando recogió el objeto la chica ya no estaba, había desaparecido. Miró al sombrero emocionada, luego, lo acarició tiernamente, sintiendo la suavidad de sus plumas. Se lo colocó en la cabeza y se dirigió al espejo. Una sonrisa se dibujó en su rostro pues llevaba el sombrero negro de plumas que se había colocado en su primera audición.  


El Secreto de IgnacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora