Capítulo 5
El sol estaba posado en lo alto y hacía muchísimo calor. Ignacio estaba junto a su padre y el alcalde de la provincia en la entrada del edificio municipal. Una construcción que databa del siglo 18 revestida de un tono blanco que le daba un aspecto de pureza al recinto. Al frente de ellos, se hallaba una veintena de periodistas de la radio y la televisión, acompañados de una multitud de curiosos, entre los que se encontraban algunas de las jóvenes a las que él y Matías habían salvado. Éstas llevaban puestas unas camisetas que se ajustaban en sus pechos con una leyenda que decía: «Gracias Ignacio y Matías, los amamos»; para Ignacio aquello era una tontería, lo que a él le interesaba era ver a Mariela, pero por desgracia, no se encontraba entre las colegialas.
La última vez que la vio, había sido después de lanzar al “buen doc” de la azotea de la clínica. Ella le había dicho que se verían después, pero el momento todavía no había llegado.
De vez en cuando una brisa los golpeaba desde el oeste, refrescándolos del clima de ese infierno.
Ignacio estaba ansioso de averiguar cuál iba a ser su próxima víctima, por alguna extraña razón comprendió que debía fijarse en los objetos que había visto en el cuarto luminoso. Ahora debía estar pendiente de una corbata con un juego de tetris, unas zapatillas y el sombrero con plumas negras. «Las personas que lleven estas prendas son las que redimiré», pensó. Una sonrisa siniestra se dibujó en su pálido rostro mientras que los cuervos paseaban en medio del cielo azulado.
—Este joven —dijo el alcalde, palmeando el hombro de Ignacio—, es un ejemplo de lo que es ser un héroe. Él y su hermano se sacrificaron por salvar vidas. Por desgracia, uno de ellos murió. El estudiante Matías Casares será recordado por cada de uno de nosotros, como el joven Boy Scout que murió cumpliendo con su deber. En honor a él y a Matías hemos decidido con el concejo municipal, crear una beca estudiantil para el mejor estudiante del colegio de los muchachos para la universidad central, que se llamará: “la beca de los hermanos Casares” —suenan los aplausos—. Por eso pido como representante de esta provincia, me sea concedido el deseo de dedicar un minuto de silencio en honor a aquel héroe que no se encuentra con nosotros en este campo material; pero que, por fortuna, vivirá en cada uno de nuestros corazones.
De inmediato, sonaron las campanas de la iglesia que yacía al frente del edificio Municipal. Una a una fue repiqueteando hasta que llegaron a la número sesenta. El público lucía con la cabeza gacha y, las chicas a las que habían salvado, se echaron a llorar, abrazándose las unas a las otras. Don Marco, abrazó a Ignacio y en medio de un llanto cándido que se esparció por su hombro, le dijo que lo quería y que estaba muy orgulloso de él.
Luego de que sonara el último campanazo, el alcalde que era un hombre de edad, de pelo grisáceo y que había ganado en los buenos tiempos la maratón de la capital, le dio paso a Ignacio para que pronunciara algunas palabras.
Ignacio subió por unos poco escalones hasta que se acercó al micrófono. El alcalde de nuevo palmeo sus hombros y le indico que hablara. Ignacio al ver que todo el mundo lloraba, se dio cuenta de que debía de hacer lo mismo si quería continuar con sus planes.
—Hace días, perdí a un ser extraordinario. Matías para mí, era un ejemplo, un ejemplo a seguir que partió antes de tiempo y que ahora debe de estar mirándonos desde lo más alto, escuchen bien: desde lo más alto de los cielos. ¡Pero por fortuna! Cuento con mi padre, un hombre bien conocido por todos, quien nos instruyó a Matías y a mí sobre la importancia de ayudar a las demás personas. ¡Y qué decir de mi madre! Una mujer que prefirió su hogar a seguir siendo una artista famosa. Ahora no se encuentra con nosotros, porque todavía no supera el dolor de la muerte de un hijo. ¡PERO DESDE AQUÍ TE APOYAMOS MAMÁ! Ahora, como sé que a mi hermano le gustaba el escándalo. Vamos a aplaudir con fuerza en su nombre. ¡VAMOS TODOS!
Los aplausos comenzaron como pequeños graznidos que poco a poco fueron aumentando hasta convertirse en un aguacero semejante al sonido de una tormenta cuando cae en un techo de zinc.
Luego de unos minutos, el silencio reinó, pero Ignacio tenía un plan. Él quería ganarse el cariño de toda la gente y, estaba seguro que lo iba a lograr.
—Muchas gracias —prosiguió Ignacio, mientras abrazó a su padre—. ¿Saben? Desde que salí de la Clínica, no he podido visitar la tumba de mi hermano. ¿Cuántos de ustedes la han visto? —las personas comenzaron a menear con la cabeza—. Y cuántos de ustedes quieren ir.
—Yo, yo —respondieron varias personas entre el público.
—Entonces, vamos.
Ignacio bajó con presura por los escalones del edificio y echó a correr con rumbo hacia el cementerio que se hallaba a unas cuadras de allí. Una a una las personas se fueron sumando al recorrido. Los periodistas, fueron los primeros en seguirle el paso con sus cámaras y micrófonos. En un instante, alrededor de Ignacio, fue colocado un dispositivo de seguridad el cual consistía en tres oficiales de la policía.
Para cuando llegaron al cementerio, había en el recinto sagrado, entre curiosos y simpatizantes, más de un millar de personas.
El padre de Ignacio, llegó en el auto del alcalde. Un campero blindado de color negro, último modelo. Cuando se bajó, pasó con dificultad en medio de la gente que a esa hora se atiborraba sobre Ignacio. Luego de algunos gritos de ayuda y explicando de quién se trataba, logró llegar al lado de su hijo. Acto seguido, lo guió hasta la tumba de su hermano. La cruz se hallaba sobre un pequeño monte, en donde se alcanzaba a leer una descripción que decía: «Aquí mora Matías Casares, un hombre que dio su vida por salvar a los demás».
Ignacio se arrodilló frente a la tumba de su hermano. Las cámaras adornaban su rostro demacrado y lloroso a través de los flashes. Tocó la fría lapida y cerró por un instante los ojos mientras dio unos cuantos golpes al suelo.
—Lo siento, hermano —susurró a la tumba—. Ya empecé a asesinar por ti. Cumpliré con mi promesa. Mataré a quien ustedes quieran.
El alcalde se acercó, le tendió su mano y él se levantó. Una sonrisa se asomó por su amarillento rostro, terminando en una mueca que al alcalde perturbó.
—¿Te sientes bien? —preguntó el alcalde mientras trataba de averiguar qué era lo que miraba Ignacio con tanta emoción. Cuando miró hacia su traje, notó que la punta de su corbata se había salido al agacharse para levantar al joven.
—Bonita corbata —respondió Ignacio—, me gusta ese dibujito de tetris.
—A mí no, créemelo, pero es un regalo de mi esposa. Ahora, te voy a pedir un favor, vamos a tomarnos algunas fotografías. Tú sabes estamos en campaña electoral.
—Por supuesto —dijo Ignacio.
Los protagonistas posaron y las luces de las cámaras arremetieron durante unos minutos. Ignacio se percató que entre los últimos presentes se encontraba Mariela. Ella iba vestida completamente de negro, llevaba una chaqueta que le cubría toda la parte de arriba hasta las rodillas y tenía unos jeans ajustados que terminaban en unas botas altas. Ella le sonrió mientras que con su mano derecha le hacía señas como si estuviera cortando su propia garganta, a lo que él respondió con una sonrisa satisfactoria.
«Sí, Mariela, tienes razón —pensó—, encontré al próximo».
ESTÁS LEYENDO
El Secreto de Ignacio
ParanormalIgnacio Casares es un muchacho solitario que sueña con saber para qué es realmente bueno. Pero por circunstancias del destino, pierde el remordimiento. Acto, que lo hará realizar cosas terribles, que desencadenaran en una progresión de situaciones i...