Cap. 1 - Escena 2

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Aunque después de unas semanas su piel se alisó y perdió aquel tono rojizo, la llamaron Rapunzel. Ludwig había estado muy equivocado si pensó que la casa volvería a su rutina acostumbrada una vez que ella hubiera llegado, pero de pronto, descubrió que no le importaba demasiado. Las casas, como las manecillas de un reloj, tenían un eje sobre el cual giraban. Antes, ese eje había sido su madre, pero ahora era la bebé y a nadie parecía importarle mucho aquel cambio.

Frau Anselma se quejaba de que la señora no la dejaba cargarla.

—Cuando tú naciste, te puso en mis brazos cuando tenías dos días de edad y me dijo que, como ya había criado a todos sus hijos, confiaba en que haría un buen trabajo contigo también —le contó a Ludwig, mientras él, Günther y Wilmar tomaban la merienda en la cocina—. Ahora no se separa de ella y cuando me la entrega me dice: "¡Ten cuidado, sostén su cabeza! ¡No, dámela!" ¡Como si no me hubiera visto cargar a sus otros seis bebés antes de ahora!

—Quizá es porque es una niña —reflexionó Ludwig—. Quizá por eso es distinto.

—¡No seas idiota! —dijo Wilmar, pellizcándolo. Ludwig se mordió el interior de la mejilla, porque sabía que si gritaba sólo lo pellizcaría más fuerte—. ¡No hay mucha diferencia entre los niños y las niñas!

Frau Anselma soltó una risotada que sonó un poco como los ladridos de los perros de caza.

—Eso os pensáis por haber crecido sin niñas en esta casa —les advirtió—. Ya os darás cuenta...

—¿De qué, Frau?

—¡No hables con la boca llena! ¡Te ahogarás y tendré que meterte los dedos hasta la garganta!

Ludwig se daba cuenta de muchas cosas, quizá más que sus hermanos, que volvieron a salir y a jugar en el barro y con los gatos no bien mejoró el tiempo. Él, en cambio, permanecía en la casa todo el tiempo que se lo permitían.

Rapunzel no tenía que compartir su cuarto con nadie. Tenía una cuna en la habitación de sus padres, un armatoste grande con cortinas blancas que lo cubrían. Cuando, un mes después, Adolar se marchó para empezar su aprendizaje como comerciante, Günther se cambió al cuarto con Hugo y Ludwig siguió durmiendo con Wilmar, pero a Rapunzel le dieron la habitación más cercana a la de sus padres para ella sola. Por qué un bebé tan pequeño necesitaba una habitación entera, Ludwig no lo sabía.

Su madre le cantaba. Ludwig no la había escuchado cantar. Si alguna vez se había sentado con él en la mecedora, envuelto en mantas, y le había cantado canciones de cuna mientras lo mecía amorosamente, él había sido demasiado pequeño para recordarlo. Pero a Rapunzel le cantaba todo el tiempo. A veces, Ludwig se paraba en el vaho de la puerta entreabierta y miraba hacia adentro, escuchando la voz de su madre elevarse en el aire, claro y sonoro como el tañido de las campanas.

Había que caminar de puntillas cuando pasaban delante de su cuarto, no fuera a ser que la despertaran. Si se asomaban demasiado tiempo a la cuna, los regañaban. A Wilmar le dio una fiebre en mitad del invierno, y lo confinaron a su habitación. Sólo Frau Anselma tenía permitido cuidar de él, porque su madre tenía miedo de que le pasaría su enfermedad a "la niña" si lo hacía ella.

Siempre la llamaban "la niña". Por supuesto, todos en la casa sabían que se referían a ella. Decían "la niña", como una excusa para no ir a visitar a sus vecinos, porque ellos también podían tener enfermedades que serían malas para ella. Su padre no se fue en ningún viaje de negocios, porque no quería dejar sola a su madre con "la niña", aunque siempre viajaba incluso cuando Ludwig era muy pequeño. "La niña" debía estar siempre bien abrigada, pero no podía pasar demasiado tiempo al sol tampoco. Todo lo que hacía "la niña" era novedoso y fantástico. "La niña" se había sentado y había empezado a sonreír. "La niña" empezaba a balbucear, ¡cualquier día empezaría a cantar! La niña, la niña, la niña...

El cuento del relojeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora