Cap. 5 - Escena 2

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—No quiero que salgan esta tarde.

—Pero, mamá...

—Tendremos un invitado muy importante —la interrumpió Gerlinde sin ningún miramiento—. El barón Barbleu viene a cenar.

Aquella simple frase acalló las protestas de Rapunzel.

El barón. Dioses benditos, ¿con qué cara se iba a sentar delante de él a comer?

—Ya lo sé. Es todo un honor recibirlo, ¿verdad? —dijo Gerlinde, ignorando el atontamiento de Rapunzel—. Ya sabía yo que todas esas veces que nos rechazó antes eran cosa de su esposa. Que los dioses y los ángeles la reciban en su morada.

—No... no sabía que la baronesa había muerto —dijo Fionna, para tratar de cubrir el sospechoso silencio que les había sobrevenido.

—Un accidente cuando iba bajando la escalera. Muy trágico, la verdad —. Gerlinde sorbió el té, con los labios fruncidos, como si no pensara que si la baronesa hubiera sido un poco más sociable, no le habría ocurrido ninguna desgracia—. En fin, el caso es que el barón estará aquí esta noche y quiero que todo sea perfecto. Si tú y Fionna os vais, los dioses saben a qué hora regresareis y no quiero que se retrasen.

Rapunzel y Fionna habían vuelto puntualmente todas las tardes media hora antes de la cena, pero ya sabía que sería inútil señalarlo.

—Y quiero que se den un baño y se laven el cabello —siguió ordenando Gerlinde—. Las dos tenéis un cutis muy hermoso, pero no les vendría mal un poco de carmín en los labios...

—No... ¡no pensaréis que el barón piensa cortejar a Rapunzel! —exclamó Fionna, tapándose la boca con las manos.

La cara de Rapunzel se encendió de inmediato, mientras el estómago le daba un vuelco. Siempre que un joven de buena familia, hermano de sus amigas o hijo de algún socio de su padre, cenaba con ellos o la visitaba o le pedía un baile en una fiesta, su madre lo miraba con ojos de halcón, evaluándolo de la cabeza a los pies. Y siempre hacía comentarios como: "Sí, creo que este quiere cortejarte" o "No, sólo estaba tratando de poner a otra celosa". Siempre se lo decía a su padre y era él quien decidía, después de un examen riguroso, si es que el joven en cuestión tendría permitido acceder a la presencia de Rapunzel de nuevo.

Hasta ahora sólo había ocurrido un par de veces, pero había tiempo, decían. Había tiempo para encontrar al yerno adecuado y cuando lo hicieran, Rapunzel contaría con todo su apoyo para decidirse. Si el barón quería cortejarla, su madre sería la primera en saberlo.

Casi fue un alivio cuando se echó a reír.

—¡Qué cosas dices! ¡Por supuesto que no! —dijo, sacudiendo la cabeza—. No creo que el barón esté buscando una nueva esposa, y si lo estuviera, seguramente elegiría una mujer madura, una solterona o una viuda respetable. ¡No a alguien tan joven como vosotras!

Rapunzel apenas tuvo tiempo de hundirse en la silla antes de que agregara:

—Claro, es posible que tenga algún sobrino o un primo lejano que esté en busca de una esposa —. Los ojos de su madre brillaban de entusiasmo ante las posibilidades—. Debe de ser un hombre muy bien conectado, y si logramos ganarnos su confianza, se abrirán muchas puertas para ti, hija.

A Rapunzel no le gustó la idea de que su futuro estuviera en manos de un hombre que podía arruinar su reputación solamente con comentarle a alguien que ella tenía por costumbre nadar en los arroyos en paños menores. Trató de intercambiar una mirada con Fionna, pero su amiga seguía agitada.

—¡Puede ocurrir! Mi tío Hermann tenía cuarenta cuando se casó con mi tía Kristen, y ella apenas tenía dieciocho...

—Bueno, sí, no es inusitado —replicó Gerlinde—. Pero con la posición del barón, él no se arriesgará a las habladurías de tener una esposa tan joven.

El cuento del relojeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora