Capítulo 1 - La llave

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"Presente"

Eden

Él había muerto.

Había atravesado tal vez el peor día de mi vida. Ignatius, mi esposo, acababa de fallecer. Había sido un funeral hermoso, pero se sintió extrañamente vacío, muchos de sus más cercanos socios no asistieron. Vasnetsov no asistió. Aquello no paraba de darme vueltas en la cabeza. Conocía de la lealtad que envolvía a la amistad de esos dos, no había forma de que el ruso deshonrara aquel vínculo de semejante forma. No había forma de que no le diera un último adiós a su amigo. Debía haber una razón detrás, quizás estaba devastado y no pensaba dejarse ver así en público, o quizás Ignatius le había pedido expresamente que no apareciera. Lo último no me sorprendería, mi difunto esposo fue un hombre de deseos y decisiones extrañas, que solo él comprendía. Casarse conmigo había sido una de ellas.

Aparté los pensamientos de mi cabeza cuando crucé una calle con poca iluminación. No me tenía que preocupar por los sentimientos de un sujeto que apenas conocía, tenía mi propio dolor con el cual lidiar y parecía que no recibiría pronto un respiro para hacerlo. Tuve que enterrar al único familiar que me quedaba y luego atravesar media ciudad hasta la oficina del abogado para la lectura del testamento ya que, según indicaciones de Ignatius, yo debía saber el contenido del documento el mismo día de su deceso.

Yo era lo único que él tenía y por tanto todas sus posesiones pasaron a mis manos, incluida la llave plateada que ahora colgaba de mi cuello, oculta bajo la fina tela de la blusa oscura que llevaba. Ignatius nunca se quitó esa llave, ni en un segundo de su vida aquella figura plateada abandonó su pecho; incluso pensé enterrarlo con ella, pero él había dejado expresamente ordenado que se quedara conmigo y que no dejara que absolutamente nadie me la arrebatara.

Yo no tenía idea del significado de aquella llave, salvo que era importante, y al parecer muy valiosa. También sabía que guardaba alguna relación con Imperio, aunque aquello no me era útil en absoluto, desconocía lo que ese término significaba. Más de una vez oí a mi difunto esposo o a sus socios, mencionarla, pero jamás entendí la magnitud de aquella palabra.

Hasta ese día.

Siempre opté por mantenerme alejada de los negocios de Ignatius, sabía que era un hombre poderoso, respetado y temido por muchos, también que ostentaba el título de emperador a pesar de no gobernar ninguna nación. Era confuso, por supuesto, pero sabía controlar mi curiosidad. Él insistió en explicarme muchas veces, pero yo simplemente me quedé en la comodidad de la ignorancia, suponiendo que eso me mantendría segura.

Y lo estuve, hasta esa noche.

Luego de terminar con la lectura del testamento decidí caminar un rato por la ciudad, tomar aire, ordenar mis pensamientos y calmar mi tristeza tanto como fuera posible. Envié al chofer a tomarse la noche libre, no estaba tan lejos, podría ir andando sin mucho problema. París estaba desierta aquella noche, la oscuridad se había apoderado de sus calles y un aroma a desgracia tintaba el ambiente. El luto había caído como un pesado manto, sofocando los resquicios de vida que hallara a su paso.

Al doblar una esquina noté que, camuflado por la oscuridad, un hombre seguía mis pasos con cautela. Eso no era común. Tomé algunas curvas más y él me siguió en todas, manteniendo una pequeña distancia entre nosotros. Luego otra sombra se le unió y el miedo comenzó a extenderse por mi pecho, doblé otra esquina y ellos me siguieron, aceleré el paso e hicieron lo mismo.

En aquel instante comprendí lo que conllevaba la muerte de Ignatius, la caída total del velo protector que él había tejido a mi alrededor. Como su esposa era intocable. Ahora, por primera vez en años, estaba completamente indefensa.

Reina de Diamantes [PD#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora