Capítulo 3 - El Imperio

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Eden

Hacía tanto frío como supuse. Me había quedado dormida en algún momento del vuelo y supongo que Nikolái me sacó del avión en brazos, porque al despertar estaba en el asiento trasero de una camioneta con mi cabeza inclinada sobre su hombro. Me recompuse rápido nada más notar la situación. Nikolái no dijo nada, solo siguió mirando al frente como si aquello no hubiera pasado, como si yo no estuviera allí.

Era mi primera vez en Rusia y estaba completamente desorientada, pero entendí que la casa del emperador se encontraba apartada de la ciudad, al menos no veía ninguna muestra de civilización cercana. El camino estaba cubierto por una fina capa de nieve, aunque en ese momento no estaba nevando. Unos minutos después vi unos imponentes muros, tan blancos que parecían parte de la nieve misma, alzarse con unos cinco metros de alto. Unos portones del mismo color se abrieron para darle paso a las camionetas, eran tres, nosotros íbamos en el centro. No pude detallar mucho la estructura de la casa, pero era enorme y, también, blanca. A Nikolái le gustaba mucho ese color. Algunos cristales ocupaban toda la extensión de paredes en el segundo piso, pero estaban tintados de negro para que no se pudiera observar nada desde afuera.

Las camionetas se detuvieron en la entrada y Nikolái bajó sin decir una palabra. Un hombre en un traje gris, como todos los escoltas, me abrió la puerta y ayudó a bajar. Luego se subió en la camioneta y estas se alejaron hasta una casa un poco más apartada, pero que permanecía dentro de los límites de los muros.

—Vamos —dijo Nikolái, colocando una mano en mi espalda baja y exhortándome a caminar hacia la puerta.

Era de madera gruesa y oscura, y estaba abierta. Con solo tocarla se abrió, pero Nikolái no le dio importancia, supuse que así había dejado ordenado que estuviera para su llegada. Antes de entrar a la sala vi como los portones del muro comenzaban a cerrarse y, luego, como la puerta de la casa también se cerró tras de mí. Un escalofrío me recorrió la columna y ya no tenía que ver con la temperatura. Adentro estaba puesta la calefacción. Nikolái se despojó de su abrigo y lo dejó sobre el brazo de uno de los sofás. Yo mantuve el mío puesto. Me guio hasta el comedor y me señaló una mesa de seis sillas para que tomara asiento. Me dejé caer en uno de los asientos a la cabecera. Él se mantuvo de pie.

—Supongo que debería comenzar por explicarte qué es Imperio —dijo.

—Suena bien.

Caminó hasta la otra cabecera de la mesa, pero no se sentó. Apoyó los brazos sobre el espaldar de la silla y recostó su peso en ella. Sus ojos me enfocaron y el glacial en ellos lució tan gélido como de costumbre.

—Imperio es una organización de tráfico de armas, Eden. Le suministramos armas a prácticamente todo el planeta, incluyendo a gobiernos de varias naciones. Estamos formados por dieciséis países, cada uno tiene un emperador al mando y cada emperador tiene una llave.

Llevé los dedos a mi cuello instintivamente, la llave ahora reposaba sobre mi blusa. Sentí que de repente pesaba más.

—La llave es sumamente importante —continuó—. Nos da inmunidad. Si la llevas eres intocable.

—La he llevado todo el día y han intentado asesinarme en más de una ocasión —dije.

—Déjame terminar —exigió—. Llevar la llave no te vuelve emperador o emperatriz al instante. Para eso debes ser aprobado por Imperio en una reunión. Puedes recibir la llave por herencia o asesinar al que la heredó antes de que se presente ante Imperio. La cuestión es que solo tendrás inmunidad cuando Imperio te acepte formalmente como una emperatriz. Hasta que eso pase, todo el que quiera esa llave intentará matarte.

—Entonces, no soy una emperatriz formalmente hasta que Imperio me reconozca como tal —dije—. Y darte la llave no es una opción.

—No lo es —afirmó.

Reina de Diamantes [PD#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora