Capítulo 8 - El jardín

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Nikolái

Siempre pensé que me disgustaban las sorpresas, pero comenzaba a creer que estaba equivocado.

El viaje de regreso había sido tedioso, plagado de mi lucha sin fin contra una poderosa jaqueca gracias a los intentos de un imbécil de robar uno de mis cargamentos. No lo logró, obviamente. A esta altura Shelsie ya debía de haberle cortado el cuello, o quizás Roy lo estaría torturando para sacarle algún tipo de información que él considerara importante. Como fuera, terminaría en un tanque con ácido o arrojado en una zanja en el medio de la nada, pero su insolencia fue más que suficiente para ponerme de mal humor.

No consideré saludar a Eden al llegar, primeramente, porque pensé que estaría dormida, en segundo lugar, evitaba descargar mi disgusto en ella accidentalmente. Una pregunta sobre cómo fue mi estadía en Alemania y terminaría explotando sobre la estupidez del hombre al querer retarme. Ella no parecía el tipo de persona que se tomaría bien una charla así, definitivamente no estaría a gusto sabiendo que ordené su ejecución.

Encontrarla en mi habitación, husmeando en mis cajones, fue sumamente inesperado.

Su pequeño cuerpo tembló frente a mí, pero no se volteó. Con sus manos todavía aferrándose al tirador del cajón, levantó la cabeza y encontró mi mirada en el espejo en la pared contigua. Su garganta trabajó sutilmente, quizás al sentir la tensión que me perforaba los huesos.

No pude evitar la sonrisa en mis labios al ver sus ojos escanear mi pecho desnudo en el reflejo. En otras circunstancias me habría vestido, pero fue ella quien irrumpió en mi espacio a mitad de mi ducha, colocarme los pantalones del pijama había sido un movimiento cortés de mi parte, usar la camisa ya hubiera sido demasiado. Además, no me perdería el ligero sonrojo en sus mejillas por nada del mundo. Su nerviosismo era adorable, en serio deseaba triturar esa inocencia con mis propias manos.

Me concentré en mantener mi expresión en blanco, viéndola voltearse lentamente. Su cabello caía libre por su espalda, y la fina bata de seda verde no hacía un gran trabajo en ocultar las curvas de su cuerpo bajo el camisón del pijama. Desde mi altura la curva de sus pechos lucía malditamente sugerente. Todo en ella lo hacía en realidad. Era hermosa, tendría que ser ciego para no notarlo.

—Lo siento —murmuró, con un tono inseguro y vulnerable que hacía estragos en mi autocontrol—, no pretendía husmear.

Estaba genuinamente avergonzada y, extrañamente, eso me gustaba. Más allá de que se merecía al menos eso como reprimenda por meterse en mi habitación sin permiso, ponerla nerviosa era algo que amenazaba en convertirse en mi nuevo pasatiempo favorito. Me repetí mentalmente que era Eden, la esposa de Ignatius, mi mejor amigo. Imaginarla atada con la soga que ella misma acababa de ver, era faltarle a la lealtad que le juré en vida y pretendía mantener en su muerte. Necesitaba bloquear mis arranques de adolescente hormonal.

—Llamar a la puerta hubiera sido un lindo detalle —dije, poniendo todo de mí para no sonar como un imbécil.

Eden entrelazó las manos detrás de su espalda, probablemente para evitar que viera el jugueteo nervioso de sus dedos. Demasiado tarde para eso.

—¿No puedes dormir? —pregunté, alcanzando una camiseta del fondo de la estantería a mi derecha. Juraría que escuché un ligero suspiro cuando la tela blanca me cubrió el torso.

—Sufro de insomnio a veces, se lo adjudico al estrés.

—¿Qué te tiene nerviosa? Si puedo erradicarlo, lo haré.

El sonrojo en sus mejillas aumentó ligeramente. Alcé una ceja, no había dicho nada para provocar eso. ¿También la avergonzaba admitir sus preocupaciones?

Reina de Diamantes [PD#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora