Capítulo 10 - El disparo

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Nikolái

Mataría a Malikov con mis propias manos si descubría que intentaba joderme.

Estrellé mi puño contra el escritorio, haciendo temblar los adornos de la esquina. Tuve que usar cada gramo de autocontrol para no lanzarlos al suelo.

Robaron el cargamento. No fue un intento, no un plan, fue un maldito golpe fructífero. Cáncana ya había movilizado a sus hombres y Shelsie estaba investigándolo personalmente. El responsable caería tarde o temprano, pero esa certeza no era suficiente para mermar la ira bullendo en mis venas.

Debía ser Malikov. Nadie en Italia tenía el valor de joder a Cáncana, nadie en Rusia lo tenía para desafiarme a mí. Solo el maldito Dimitri Malikov osaría a orquestar un ataque directo. Deseaba poner una bala en su cráneo, pero no era momento para luchas internas. La Bratva llevaba años buscando una unión entre el mando americano y el ruso, ninguno me respaldaría si asesinaba al otro Pakhan. Quizás lo considerarían si me casaba con Irina inmediatamente, pero esa no era una maldita opción.

Odiaba sentirme sin alternativas.

Salí de la casa principal dando un portazo. No tomé un abrigo, pero el enojo no me permitía sentir el frío, que era más que evidente por la nieve incrustada en el suelo que se aplastaba bajo mis pasos. Crucé la distancia al complejo de entrenamiento en pocas zancadas, deshaciendo los botones de mi camisa antes de atravesar las puertas dobles.

La vista de los tres cuadriláteros vacíos me resultó gloriosa. Cinco de mis chicos estaban desperdigados por el lugar, algunos entrenando en la esquina, otros perdiendo el tiempo, pero todos estaban completamente vestidos, lo cual era algo inusual. Los demás estarían en la bodega del subterráneo o haciendo rondas. Era una lástima que Jerek no estuviera, era el único que no me respetaba lo suficiente como para darme un puñetazo.

No me gustaba la violencia, la consideraba un medio útil para un fin, y, en ocasiones muy puntuales, podía llegar a disfrutarla, pero no era mi pasatiempo favorito. Mi perspectiva cambió un poco luego de que Roy se pasara una temporada en la Bratva e hiciera reformas al complejo en mi propiedad. Los cuadriláteros fueron su idea, el instrumento para implementar su magnífica teoría de vaciar la ira con los puños. Solía decir que cualquier cantidad de furia podría desaparecer si encontraba el objeto, o la persona correcta para darle un puñetazo. Por mi parte, la ira solía desaparecer cuando lograba agotar mi cuerpo luego de llevarlo al máximo.

Mis hombres sabían que si aparecía aquí era para golpear hasta el cansancio a alguno de ellos; Jerek siempre era el indicado cuando estaba en Rusia, básicamente porque era el único que podía patearme el trasero sin parpadear. Los demás no me pegaban con la fuerza necesaria, magullaban la ira, pero no la destruían, y eso siempre me llevaba a pasar horas quemando energía hasta sentirme satisfecho.

Ese día parecía ser uno de esos.

Yuri dejó sus flexiones de lado al verme deshacerme de mis zapatos y saltar al cuadrilátero central, no necesitaba que lo llamara para saber qué vendría. Mi camisa quedó colgando de las cuerdas cuando se unió a mí. Miré con una ceja alzada la apretada camiseta deportiva que aún no se había quitado. Esos hombres aprovechaban la mínima oportunidad que tenían para pasearse semidesnudos, ni siquiera se cubrían de Teodora o Shelsie. ¿Por qué demonios habían amanecido tan recatados ese día?

Los demás dejaron lo que estaban haciendo y se colocaron alrededor del ring, colgados de las cuerdas o sentados en el suelo. Curiosamente, Oleg no se encontraba entre ellos, y él amaba estos intercambios aislados.

Yuri se mantuvo frente a mí, inmóvil y sereno, concediéndome el asalto inicial porque sabía que lo necesitaba. Su expresión impasible se rompió cuando lancé el primer golpe y lo esquivó por milímetros. Era ágil, lo que le permitió evadir la mayoría de mis ataques, pero logré conectar mi puño con su cuerpo algunas veces. Sin embargo, solo devolvía los ataques cuando estaba acorralado y de formas que lograba bloquear fácilmente. No porque fuera débil, todo lo contrario, Yuri podía aplastar un cráneo si se lo proponía, su falta de acción se debía al ciego respeto que me profesaba. La mayoría del tiempo agradecía ese respeto, mis chicos morirían por mí y valoraba eso, pero a veces deseaba que apagaran su maldito interruptor de lealtad y me dieran una pelea real. Por eso prefería a Jerek. Que mis contrincantes se contuvieran no surtía el efecto deseado.

Reina de Diamantes [PD#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora