Capítulo 6 - La virreina

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Eden

Imperio era un mundo de información que comenzaba a producirme jaqueca.

Devoré los informes que Nikolái me dejó, aprendiendo cuantos nombres y detalles fui capaz. Por suerte tuvo la gran idea de colocar fotos de los emperadores como referencia. Recordaba algunos rostros de las fiestas a las que Ignatius me llevaba. Aunque la verdad siempre preferí quedarme en una esquina y no hablar con nadie más que mi difunto esposo, había conversado algunas veces con Cáncana y Marco Villareal, los emperadores de Italia y España. Habían muchas caras nuevas en el informe, emperadores jóvenes que se unieron no hace tanto a Imperio, pronto yo sería una de ellas.

Aprendí de los nexos de Imperio con la Bratva, la mafia italiana, los yakuza y las tríadas. No me sorprendió ver que algunos emperadores eran figuras importantes o líderes de otras organizaciones, pero a la vez se esforzaban en que Imperio trabajara como un sistema independiente enfocado solo en el tráfico de armas. Al menos Ignatius no tenía nada que ver con los demás grupos, además de Imperio, lo único que debía preocuparme era manejar sus acciones en corporaciones legales.

Temía que tanta responsabilidad me consumiera. No se comparaba a nada con lo que hubiera lidiado antes. Muchos me conocían como la Reina de diamantes, pero mi fama no podía ser más alejada de la realidad. Mis padres se dedicaron toda su vida al tráfico de piedras preciosas y me prepararon como su heredera. Reconozco el valor de una piedra con solo mirarle, y por ello llevé personalmente muchas negociaciones, trayendo buenos tratos a la familia, pero nunca me encargué de todo el funcionamiento de las operaciones. Mis padres lo hicieron, hasta que eso los llevó a su muerte.

Luego, cuando Ignatius me tomó bajo su protección, él se encargó del negocio familiar hasta cerrar todos los tratos pendientes y permitirme retirarme. Lo último que me ataba a ese mundo era la necesidad de justicia por la muerte de mis padres, e Ignatius me liberó de ello al asesinar al responsable.

Ser una emperatriz no era algo para lo que estuviera preparada.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras despacio, alisando los pliegues de mi vestido verde musgo. Era simple y bonito, como toda la ropa que encontré en el closet, Shelsie tenía buen gusto. Mi estómago rugió a mitad de camino. Eran pasadas las dos de la mañana cuando el sueño me venció y mi estudio se quedó a la mitad. No había logrado despertarme hasta muy tarde y me salté el desayuno.

La casa estaba en completo silencio. Nikolái aún no regresaba de Alemania. No es que esperara que volviera tan rápido, pero una parte de mí tenía la esperanza de que no me dejara sola por mucho tiempo. La otra parte estaba agradecida de poder evadirlo un poco más. La ola de vergüenza había desaparecido luego de que se marchara, posiblemente porque me convencí a mí misma de que él no estaba molesto por el hecho de que lo hubiera espiado. O, al menos, no parecía disgustado cuando me susurró al oído que lo sabía.

Tomé el camino a la cocina, comenzando a notar que no todo estaba tan desierto como pensaba. Una señora de mejillas regordetas sonrojadas tarareaba una canción mientras rayaba unas zanahorias en la meseta de mármol gris con suma concentración. Supuse que se trataba de Teodora. Su cabello castaño se apretaba en un moño recogido, y un delantal blanco protegía su camisa rosa claro. No parecía haberme notado, absorta entre la cantidad de ingredientes y cacerolas dispersas por toda la cocina. Estaba trabajando arduamente en algo.

—¿No vas a entrar? —habló alguien a mi espalda, haciéndome dar un salto en mi sitio. Shelsie se colocó a mi lado en un movimiento sigiloso—. Eres un gatito asustadizo, ¿te lo habían dicho?

—¡Shelsie! —regañó Teodora, señalándola con una zanahoria— No molestes a la señora —añadió en inglés. Ignatius debió decirle que no entendía el ruso.

Reina de Diamantes [PD#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora