Capítulo 2: Disparidad

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Mientras, en el reino de Hallownest, un mal había despertado. Un hermano corrupto y desesperado, llama a sus otros hermanos, que difícilmente le escucharán.

En una cueva oculta tras una cascada, más tumbas y mausoleos venían decorando la vista de adentro. El agua abundaba por el suelo filtrado por los huecos del techo de la misma. En una tumba en específico, acostada e inerte, una vasija con ropajes peculiares se agitaba espasmódicamente. Su cuerpo se retorcía como si de una pesadilla se tratase y sus extremidades temblaban y vibraban con tensión y hasta dolor.

Se levantó de golpe sacando sus dos aguijones en pose de guardia. Su capa, muy parecida a los ropajes de las polillas, terminó mojada por la sacudida al estar a orillas del agua.

Miro a todos lados y su respiración se fue calmando.

Dejándose caer de nuevo al suelo, dejó caer sus armas y sobo lo que pareciese ser sus ojos.

Algo estaba pasando afuera. Algo muy malo. El mundo de los sueños había sido invadido. O corrompido. Aquella deidad a la que sus antiguos maestros respetaban y adoraban en el pasado... algo no estaba bien. Esa deidad... no era la misma que le habían relatado años atrás.

Miró el techo húmedo en silencio. Tampoco es que pudiera hablar en el mundo terrenal. Sus pensamientos iban en dirección a lo que vió.

El mundo onírico era un lugar tranquilo. Pacifico. Era representado por la paz y era un lugar donde la mayoría de los insectos van al dormir. Un mundo dividido en varias secciones. Millones de secciones. Cada uno representando el sueño de cada ser vivo consciente. Y ella era una viajera en ese mundo. Ver desde el sueño de una mantis bebé, hasta del mismísimo caballero Ogrim (prefería evitarlo ya que sus sueños eran siempre muy... intensos). Todo eso y más había visto en el transcurso de su vida en el que viajó por todo ese lugar.

Pero lo que la despertó en ese momento, en el ahora, no tenía palabras.

El cielo pacifico y tranquilo de los sueños se tornó brillante y amenazador. Las tierras se volvieron nebulosas y evaporantes. Se sentía la amenaza y la tensión de que algo no estaba bien.

Había sacado sus aguijones gemelos. Casi nunca los usaba, pero esa sensación, el sentimiento de una amenaza inminente de algo que se aproximaba, o nacía, no desaparecía. Se incrementaba con el pasar de los segundos.

Y de lejos, un sol nació.

Volteó la vista hacia el gran foco brillante que salía desde el horizonte. Brillante y resplandeciente. Al mismo tiempo... amenazador.

Un rayo de luz salió disparado desde el astro. Tuvo el suficiente tiempo para entrecruzar sus dos aguijones y amortiguar el golpe de energía y salir volando por los aires.

Aterrizó con una respiración agitada. Sus patas temblaban y no dejaba su guardia baja. Nadie... absolutamente nadie tenía tal poder en el mundo onírico. Esos poderes no eran normales. Eran extraños. Y más peligrosos de lo que aparentaba.

Otro rayo de luz salió disparado hacia ella. Esta vez esquivó, pero más rayos salían desde el horizonte.

Rayos, bolas de energía, espadas gigantes y lanzas; esa cosa quería matarla en el mundo de los sueños. Sabía que podía hacer eso, pues a diferencia de otras veces que se enfrentó a otras criaturas que soñaban con atacarla, el dolor era real. Se sentía real. Y eso era peligroso.

Los ataques se detuvieron. Su respiración ya era terriblemente agitada. Le dolía respirar y apenas podía ponerse en pie. Se puso en una rodilla de apoyo y se tomó un leve respiro. La luz del horizonte empezó a iluminar más, expandiéndose en unas alas brillantes. La tierra tembló. Y dentro de ella, de sí misma, el terror acrecentó. ¡Tenía que salir!

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