Capítulo 13. Revelaciones.

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– ¿Qué ocurrió? – preguntó Alana, con voz pausada. 

Ángel y protegida estaban en la habitación de Alana, después de un viaje en silencio desde la casa de Susana, la antigua maestra de Alana y, para sorpresa de ésta última, madre de su ángel de la guarda. A duras penas, la joven había logrado mantenerse al margen y no revelar a su amiga que su hijo, en realidad, estaba allí con ella, a su lado, mirándola apenado. Con gran fuerza de voluntad, pudo aguantar las dos horas que pasó en su casa, escuchándola hablar de ese ser de luz que era su hijo para ella, y que había perdido a causa de una horrible pelea, en la que él había intervenido solo para ayudar a una mujer que estaba siendo agredida. Alana, al preguntar por el destino de esa mujer, se dio cuenta de la tensión que surgió en los rasgos de su ángel, pero no tuvo tiempo de asimilar ni de pensar seriamente en ello, pues su anfitriona interrumpió el curso de sus pensamientos al responder con una respuesta a medias. Con lo cual, su pregunta no obtuvo respuesta, ya que Susana desconocía el nombre de la víctima, porque así lo había querido la mujer implicada. 

En cambio, en vez de resentimiento y odio, lo que Alana recibió de Susana fue contrariedad y, al mismo tiempo, agradecimiento. Agradecimiento hacia la chica, por haber denunciado y haber ayudado a detener al asesino de su hijo; y contrariedad por no haber logrado decírselo en persona. Aunque respetaba su decisión de mantenerse en el anonimato, le hubiera gustado ver a la persona por la que su hijo se arriesgó, y acabó perdiendo la vida. Pese a los malos momentos que había pasado con su hijo en los últimos años compartidos, debido en gran parte a su vida un tanto alocada y sin objetivos, había agradecido que realmente su hijo no hubiese perdido el norte, que solo se hallase perdido en sus problemas. El hecho de haber intervenido por esa mujer, le confirmaba lo que su hijo siempre había sido, un buen muchacho con valores y nobles sentimientos. Siempre lo había sido, hasta en los últimos momentos. Hasta en su último aliento. Ante estas sentidas palabras, Joshua se derrumbó ante su madre. Pese a haber intentado aparentar fortaleza e indiferencia durante todo el encuentro, la realidad era que, por dentro, Joshua se sentía desfallecer. Oír hablar de su muerte delos labios de la persona que le había dado la vida le hizo comprender que no había sanado, ni mucho menos aceptado, su tan temprana ida. 

Tras despedirse y salir de la casa de Susana, Joshua y Alana habían transitado, en total mutismo, el camino que los separaba del hogar de Sandra y Ernesto. Durante el trayecto, Alana había respetado la necesidad de soledad y silencio de su ángel, quien se hallaba perdido en su mundo interno. De vez en cuando, le dirigía miradas llenas de pesar, de las que Joshua aparentaba no darse cuenta, hasta que entraron en la privacidad y protección que brindaba la habitación de Alana. Donde, tras cerrar la puerta, su protegida se había atrevido a dar por finalizado el periodo de gracia y se había animado a romper el silencio con una única pregunta, en apariencia tan simple, pero que en realidad escondía demasiados matices que Joshua no se veía capaz de resolver. La respuesta al interrogante planteado por su protegida guardaba demasiados secretos, y no todos le pertenecían a él. No todos eran de su competencia desvelar. 

De modo que allí estaban, en la habitación de Alana. Ella sentada sobre el nórdico blanco de corazones rojos, a los pies de la cama. Él parado en su lugar favorito, frente a la ventana. Mirando hacia las oscuridades del paisaje de la media tarde. Desviando, así, la mirada inquisitiva de su protegida, y de la pregunta formulada. 

– ¿No puedes hablar tampoco de eso? – preguntó Alana, mal interpretando el gesto.

– No, de eso si puedo hablar, pero no me gusta recordar... Aún después de tantos años, me resulta muy duro hablar de... ése día ello. Dejé tantas cosas atrás que... – calló el ángel, cabizbajo. 

– Lo siento, si no quieres... no quiero hacerte revivirlo – se disculpó su protegida. – Retiro la pregunta...

– No pidas disculpas, tu no tienes la culpa de lo que me pasó – expresó sincero Joshua, girándose para mirarla y dándole con ello una intensidad a sus palabras que su protegida no logró entender, ya que desconocía totalmente lo ocurrido. 

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