Capítulo 15. Despedidas.

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El fuego en la garganta. La asfixia. La presión. El crujido de sus huesos al romperse. El desagradable pitido en los oídos. Todo desapareció y, en su lugar, se instauró el más bello de los silencios. Los grillos. El ladrido de los perros. La voz rasposa. Todo dejó de existir. La oscuridad más absoluta dio paso a otro tipo de oscuridad más luminosa. Sin dolor. Sin dificultad. Alana se sentó y se levantó. Su agresor se marchaba. Alana vio como su espalda se perdía en la noche. Miró a Joshua, con una pregunta en los labios que murió en ellos al comprender. Su ángel la observaba. El tormento devoraba su rostro. Su parte humana lloraba, mas no así su parte angelical, pues comprendía que todo había ocurrido como debía ocurrir.

– Alana – dijo una voz. 

Al lado de Joshua, Álvaro apareció. Colocó la mano sobre el hombro de su nieto y le dio un ligero apretón. Consolador. Fortalecedor.

– ¿Qué ocurre? – preguntó temerosa Alana, no queriendo escuchar de otros labios lo que todo su ser le gritaba. Evitaba girarse para no ver lo que temía.

– Debemos irnos – contestó, mostrando la misma calma y serenidad que cuando Joshua falleció. 

– ¿A dónde? – tartamudeó.

– A un lugar mejor – sonrió con amor el ángel.

Joshua se adelantó, sabiendo qué hacer a continuación, pues solo a él le correspondía. Con pasos comedidos se acercó a su protegida. La rabia, la tristeza, el dolor y un gran sentimiento de injusticia lo invadían. «¿Ese era el destino de su protegida? ¿Acabar como él? ¿Exhalar su último aliento a manos del mismo... asesino?» Se preguntaba atormentado. Su protegida, Alana, era tan joven, como él cuando... se marchó. Tal parecía que ángel y protegida marchaban con la misma edad. A cada paso que el ángel daba, la distancia que los separaba se acortaba. A medida que se acercaba, Alana empalidecía. Una parte de su ser la incitaba a girarse y mirar. A constatar por si misma que sí, que era cierto lo que todo parecía indicar. La otra parte la urgía a permanecer en su lugar, a aguantar porque todo eso no era más que una vil pesadilla. De un momento a otro, despertaría y todo... desaparecería. 

Al llegar frente a su protegida, Joshua vio el brillo del miedo reflejado en sus grandes ojos grises. Abiertos. Asustados. Al verse reflejado en ellos, el ángel comprendió. Ahora quien era importante era ella, no él. Su protegida lo necesitaba y lo necesitaba entero y fuerte. Para su protegida él era su guía. Si en él veía miedo, ella temería; pero si en él ella veía serenidad y seguridad, ella confiaría y le seguiría. Como Álvaro había hecho con Joshua, cuando lo guio hasta ese lugar... En ese momento de comprensión, una claridad diferente a las demás lo invadió, junto con un amor sin límites y sin egoísmos que ocupó todo su ser, haciéndolo mucho más luminoso y ligero. Toda la desazón y la injusticia que sentía desapareció por completo. En su lugar, una sonrisa tranquilizadora, sincera y llena de amor se dibujó en los labios del ángel. De Joshua. 

– Tranquila. Estoy contigo – le dijo el ángel, ofreciéndole la mano para que la tomase. – Ven conmigo.

Alana, asustada y temerosa, miró dudosa la mano que se le ofrecía durante unos instantes que parecieron eternos, pues en su interior se libraba una dura batalla entre la aceptación y la negación... Tras una ajustada contienda, la protegida alzó la mirada hacia su ángel. Lo que encontró reflejado en sus ojos la hizo serenarse y confiar. Con los nervios a flor de piel, Alana tomó la mano de ese ángel que siempre había estado con ella, aunque ella no siempre se hubiese dado cuenta. Álvaro los miraba desde donde estaba, atento a cada uno de sus movimientos, palabras y gestos. Al ver cómo Joshua extendía su mano y Alana la aceptaba, sonrió feliz por Alana y sonrió orgulloso por su nieto. Al fin, Joshua había trascendido. 

Sereno, Álvaro se acercó a ellos, tomó entre sus manos la otra mano de Alana y los tres juntos comenzaron a andar por el camino sin senda. El silencio seguía reinando en la llanura. La luna continuaba iluminándolos con su escasa luz. Insuficiente pero suficiente. A cada paso que daban, su luz aumentaba, arrinconando, cada vez más, a la inexorable oscuridad. La luz los llevó a ese lugar sin tiempo y sin espacio. Puro y pacífico. Blanco y... azul. 

Bajo tus alasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora