Día tres.

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El la observaba con detenimiento, discreción e, inconscientemente, descaro, intentando que su mirada pasase desapercibida para aquel par de ojos alegres. Ella, por su parte, perdía su concentración en el cúmulo de hojas sobre la mesa, deslizando la punta del desgastado lápiz sobre la superficie de papel, temiendo al pensamiento de no lograr finalizar sus trabajos escolares. El tiempo era su enemigo.

El la comparó con el intranquilo conejo de Alicia en el País de las Maravillas, girando su vista hacia el reloj cada dos segundos, sumergida en la espesura del peor presentimiento.

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