Día veinte.

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Hoy, ella le mostró su cuadernillo azul. Aquel diario en el cual se leían poemas profundos e hirientes donde las metáforas relataban hechos significativos de su juventud. Cada una de sus lágrimas plasmadas sobre el papel, al igual que las minúsculas sonrisas. Y se alegró al descubrir su nombre tras los versos, al igual que su corazón dio un vuelco al enterarse de sus problemas familiares y emocionales. Sin embargo, algo acaparó su atención más que alguna otra cosa que estuviese entre las hojas.

"Algún día...

Ver un cielo estrellado, nada comparado con la entristecida y devastadora negrura de una noche en la ciudad.

Cantar fuertemente bajo la lluvia hasta que mi voz se esfume y ardan mis pulmones.

Ser el motivo de una sonrisa verdadera, y que ésta dure lo suficiente como para generar una en mí.

Apreciar la ciudad desde el punto más alto y menos riesgoso posible.

Dar un beso bajo una tormenta, tal y como en las películas.

Danzar al ritmo de una canción compuesta especialmente para mí.

Presenciar un milagro sin perder la esperanza de que ese pueda ser yo.

Enamorarme infinita y perdidamente.

Ser feliz.

No enfadarme al darme cuenta de que ésta lista no podrá ser completada".

Para el momento en que concluyó, más noticias habían llegado.

"Disculpe, joven McAllister, ¿Podría hablar con usted un segundo?", interrumpió un médico. Jason giró su vista hacia la castaña, la cual lo observaba con ojos empañados y tristeza contenida.

"Adelante, ya es hora de que pierdas la esperanza", hizo un esfuerzo por mantener su voz firme, con el pensamiento egoísta surcando su mente de que el muchacho no la abandonase al enterarse de la verdad.

Jason volteó hacia el suelo durante un instante, armándose de valor para escuchar lo que ya sospechaba. Se colocó de pie y caminó hacia el sujeto de bata blanca, con su pulso yendo a mil por segundo. Al cerrar la puerta tras sus cuerpos, suspiró, aclaró su garganta y se dedicó a buscar su voz. No la encontró, recurriendo a comunicarse con los ojos. Y el doctor negó con la cabeza.

"Lo siento. Aquella era la única opción y ahora también ha quedado descartada".

Después de aquellas palabras, el muchacho regresó a su casa. No era lo suficientemente fuerte como para ingresar una vez más a aquella recámara, observar a la chica y pretender que todo estaría bien. No era así, y lo supo por el hecho de que sus lágrimas no cesaban. Nada estaría bien.

Y la comparó con la mejor de las ideas sin ser desarrollada por el escritor, simplemente porque no halla la manera de iniciar el relato.

Para su suerte, él había escrito ya un par de líneas, quizá las suficientes.

Mariposas de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora