Capítulo 7: "Hasta que la vida"

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Fue rotando con la calma a la que induce un prestidigitador ingenioso. Al mirar a la médula, donde indicaban los tornasoles lunares, vio a Horatio sonriente y con los brazos tendidos.

La lentitud del giro dejó de ser tal y volando se inmoló en él, iniciando una coreografía de aves nocturnas, conjugando el verbo amar con cada abrazo.

No dejó un milisegundo de pronunciarlo. Diez, centenas, millares... Como si al invocarlo disipara la poca confusión sobre su presencia. ¡Era real!

Se permitió transportar por la mansedumbre del lagrimeo de aquel hombre, vertido sobre sus labios, cuando se posó en ellos. Esas gotas le devolvieron la vitalidad, apagando la asfixia sufrida por la ausencia de su complemento.

No se cansó de pedirle perdón. Y él, no se contuvo de comprimirla contra sí mismo, como si pretendiera introducirla otra vuelta en su mundo, musitando que la extrañó desde el instante de la separación.

—¡No somos hermanos, Horatio, no lo somos! —dijo.

—Me lo figuré... Tu madre me tranquilizó diciendo: "todo está muy bien", cuando hablé con ella anoche y que tú te encargarías de explicarme.

—Soy hija de William Fox, mi tío... Así como lo escuchas...

—Eran gemelos idénticos, ¿no es así? —preguntó él—. Era la "bala de plata" con la que contábamos con la doctora Novak, mi amiga genetista a la que le di nuestros ADNs.

—¡Lo eran! Intenté llamarte en varias ocasiones, pero ese condenado huracán lo complicó —Se exasperó contra el pronóstico atmosférico y se alegró por el reencuentro—. Tengo muchísimo para contarte y tantas disculpas que ofrecerte por mi escape...

—No hace falta que lo hagas, mi cielo, sé que no huiste sino que viniste por respuestas —tranquilizador recitó. La abrazó más fuerte y sus besos se profundizaron durante extensos minutos. Luego expuso—. Es hora de que bajemos; le prometí a Anna que no demoraríamos.

En el comedor, notaron que estaban solos. La mesa tendida para tres se había reducido de pronto para dos. Las flores que él le obsequió a la señora, a su chica un chocolate, dominaban en la mesa dentro de un ánfora en selecto composé con un candelabro de pincelada novelesca. Más allá en la cocina, pegada con una ventosa en la nevera, una nota que concluía: "Estoy en lo de Sarah. Espero que disfruten de la comida, chicos. Recién volveré mañana a las 9..." Lo llamativo, eran los puntos suspensivos que azuzaban una reconciliación como Dios mandaba.

Saborearon las delicias cocinadas y luego se dispusieron a revisar lo concerniente a lo acaecido.

Serenos en el living, en el diván y con la carpeta de Robert, la señorita Fox relató:

—Lo que le faltó a papá... fue saber que tenía un nieto. ¡Estaría orgulloso de Kyle! El hijo varón de su hijo, el sueño cumplido —Recordó.

El teniente le acarició el brazo, que soportaba el pesado informe, al tiempo que buceó en las incontables fotografías de su estadía por el NYPD, coincidente con el apogeo del patriarca en Asuntos Internos.

Abocados a lo fundamental de la documentación, con un testimonio que Cassie recabó, algo conmovió al armónico teniente Caine.

—Sabes algo Horatio, creo que tu verdadero padre de veras te amó, a su manera, claro.

—¿Por qué lo dices? —Vislumbraba que ese ser, no tan desconocido, había tenido corazón.

—Hablé con el administrador del centro médico en que te hospitalizaron, cuando sufriste el apuñalamiento en New York. Él fue uno de los médicos que te trasfundieron la sangre necesaria —dijo preparando el terreno—. El donante destacado de ese día, fue Robert Fox —y sin trabarse, liberó—. ¡El viejo te salvó la vida!

CSI: Miami -  El pactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora