Capítulo 19.

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Jane y Alec odiaban estar al servicio de Aro, o como lo aborrecían, pero eran incapaces de irse por buena voluntad.

Aunque odiaban más a ese viejo de barba larga que los entrego ante Aro.

Estaban cansados, solamente querían tener una vida fácil, o lo más fácil que la vida pudiera darles.

Sus dones eran la clara manifestación de lo que ellos deseaban en esos momentos de desesperación.

Jane deseaba poder provocar dolor a su torturador como lo hicieron con ella.

Alec de privarse de cualquier sentido relacionado a la realidad, solamente ser él y la oscuridad sin sentir nada más, no sentir más dolor.

Ambos gemelos odiaban su vida.

Sin embargo, una voz suave, llena de amor y cariño hacia ambos les hacía soportar cada día que transcurría.

Aunque se les partía el corazón cuando de vez en cuando los gritos de angustia y dolor se escuchaban de la misma persona.

Las suplicas ante la otra persona, diciéndole que parara, los sollozos de desesperación...

Implorando siempre porque llegara otra persona, que no se diera por vencido, que recordara.

Pero siempre transmitiéndoles calidez y amor a ellos a pesar del dolor que tenía.

Esa voz... era su único consuelo, a pesar de no saber de quién era, o tan solo como es que ambos recordaban esa voz.

Nunca conocieron a sus padres, la única persona que conocieron en su vida fue a ese anciano que nunca fue amable con ellos.

No fue hasta que Jane y Alec cumplieron 14 años y fueron entregados ante Aro, quien no solo los trataba como un arma, sino como a sus putas personales.

Jane solo miro a la pared, mientras trataba de recuperar su dignidad.

Su hermano no estaba mejor, solamente junto sus piernas mientras las abrazaba.

Diferentes moretones se lograban ver en su piel, moretones que no se irían hasta después.

Ambos se fueron de ese lugar, mientras ambos trataban de quitar la suciedad de sus cuerpos.

Ellos no eran vampiros puros, no, eran un experimento de los dos seres que aborrecían.

Jane no pudo soportar más, lloró mientras las gotas de agua eran fundidas con el agua de su baño.

Alec quería decirle que iba a estar bien, pero ambos estaban igual de rotos, igual de usados...

Terminaron de cambiarse, mientras se acurrucaban el uno con el otro.

Su cuarto de ambos era oscuro, lo suficiente para su gusto.

Ambos se concentraron y pequeñas partículas empezaron a brillar, formando constelaciones, observando atentamente una.

Esa estrella que ellos tanto amaban.

-Jane...

- ¿Qué sucede Alec?

-Vámonos de este lugar.

La otra quitó la vista de la estrella mientras miraba a su hermano.

-Sabes que...

-Lo sé, Aro nos mataría, pero, ya no aguanto, tampoco aguanto verte sufrir, ya no.

Todo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora