Capítulo 11.

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Juliana, agotada después de una noche en vela, bajó a la cocina con Macario en brazos para tomar un café. El sol entraba por las ventanas, iluminando los campos y los árboles con los vívidos colores del otoño, pero sus pensamientos estaban en otro sitio.

Su tía Odette estaba en la cocina y le ofreció una taza de café con leche, mirándola con expresión seria.

—Te has convertido en un felpudo, ma chérie.

—No soy un felpudo —protestó ella—. ¿Por qué dices eso?

Odette sacudió la cabeza.

—Parece que necesitas recuperar fuerzas, así que te estoy haciendo una tortilla —le dijo, mientras batía unos huevos—. Anoche dejé la ventana abierta para disfrutar de la brisa...

—Y escuchaste la conversación.

—Oí a mi sobrina suplicando el amor de su mujer y aceptando dócilmente cuando ella se lo negó.

—¿Qué otra cosa puedo hacer? Valentina me dijo desde el principio que no podría amarme.

—¿Entonces por qué te casaste con ella?

—¡Fuiste tú quien me dijo que debía hacerlo!

—Dije que tu hijo necesitaba un hogar estable y una familia —le recordó Odette—. No dije que tenías que casarte con ella. ¿Quieres que Macario piense que lo normal es que ignore a su mujer y a sus hijos?

—No puedo obligar a Valentina a que me quiera. ¿Qué puedo hacer entonces?

—Puedes hacer muchas cosas —respondió su tía—. Pero lo que no debes hacer es dormir en la habitación de tu hijo o aceptar un matrimonio sin amor.

—Valentina nunca se divorciará de mí.

—¿Quién está hablando de divorcio? ¿No dices que has recibido una generosa oferta por la granja?

—Así es —respondió Juliana. No le gustaba la idea de vender las tierras de sus padres, pero tampoco podía dejarlas abandonadas para siempre—. Quieren una respuesta lo antes posible, así que debo tomar una decisión.

—Vete a casa —dijo Odette entonces.

—¿Quieres que vuelva contigo a Monte Saint—Michel?

—No, a tu casa, a California.

Juliana frunció el ceño.

—¿Quieres que vuelva a la granja?

—Creo que es hora de que lo hagas —respondió su tía, apretando cariñosamente su mano.

Un gesto cariñoso nada habitual en su severa tía abuela en el que Juliana seguía pensando dos horas después, cuando Odette se marchó al aeropuerto en el Rolls Royce.

Solo había estado unos días allí, pero Juliana ya la echaba de menos y se sentía tan sola y angustiada como cuando sus padres murieron.

«Vete a casa», le había dicho su tía.

¿Podía hacerlo? ¿Podía enfrentarse con ello?

La última vez que estuvo en Emmetsville fue para acudir al funeral de sus padres y había hecho lo posible para borrar ese recuerdo de su memoria. La casa calcinada, el olor a humo en el aire, el borrón de rostros angustiados, los llantos, incluido el suyo propio. Y lo peor de todo, el horrible sonido cuando cerraron la tapa de los ataúdes. Sus padres habían sido enterrados juntos para toda la eternidad, como ellos hubiesen querido.

Cody Kowalski, el vecino que una vez le había pedido en matrimonio, había intentado hablar con ella en el cementerio, pero vaciló en el último momento.

Deseo y Temor |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora