Capítulo 6.

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El ginecólogo había abierto su clínica privada a primera hora solo para ellas. Cuando oyó los latidos del corazón del niño y vio la ecografía, Valentina se sintió completamente abrumada. De hecho, sus ojos se empañaron y tuvo que parpadear para contener las lágrimas antes de que Juliana o el médico se dieran cuenta.

Mientras miraba la borrosa imagen de su hijo en la pantalla, tomó la mano de Juliana y la apretó con fuerza. Aparte de eso, intentaba no tocarla en absoluto. Era demasiado tentador y peligroso.

Cuando el ginecólogo les dijo que todo iba bien y que el niño nacería a principios de agosto, Valentina decidió enseñarle la ciudad. Visitaron la plaza de San Marcos a primera hora, antes de que llegasen los turistas, y después de desayunar en una terraza fueron de compras.

Valentina insistía en entrar en las tiendas más caras para comprarle vestidos, zapatos, bolsos, ropa y juguetes para el niño. Cuando Juliana empezó a protestar, le recordó la promesa que le había hecho a su tía.

—Le dije que cuidaría de ti y no quiero que se enfade conmigo.

—Probablemente sea lo más sensato —admitió ella. —Pero me niego a comprar un vestido de noche. No me hará falta cuando me marche de Venecia y dudo mucho que necesite uno estando aquí.

Valentina no quería pensar que algún día se marcharía.

—Si no lo eliges tú, lo elegiré yo. Y luego te compraré un collar de diamantes.

Enfrentada a tan horrible amenaza, Juliana eligió un vestido de noche y un vestido de cóctel que las satisfechas empleadas de la boutique prometieron enviar al palazzo esa misma tarde.

—Eran los vestidos más caros —protestó mientras salían de la tienda. —Espero que estés contenta.

—Mucho —dijo Valentina, con una sonrisa en los labios. —Pero supongo que ya has sufrido suficiente. ¿Seguimos explorando la ciudad?

—Sí, por favor.

Mientras exploraban los callejones, puentes y canales, Valentina la entretuvo contándole historias y anécdotas sobre Venecia.

—Es irónico que se llame La Serenissima cuando tantos hombres se han vuelto locos intentando conquistarla. Tantos hombres se han vuelto locos —repitió, mirándola a los ojos —intentando poseer lo que no podía ser suyo.

Juliana apartó la mirada.

—Es una ciudad maravillosa —murmuró.

La ciudad era preciosa, pensó Valentina, pero nunca había sido su hogar y siempre le había parecido fría... hermosa, pero fría. Como el palazzo de su familia. Como Chiara.

Juliana no era fría. Al contrario, era cálida como la tierra de su viñedo. Estar con ella le hacía sentir como la mujer que era en realidad, bajo el título y la vasta fortuna.

Cuando se detuvieron para almorzar en el restaurante más exclusivo de la ciudad, Juliana notó que muchos de los clientes las observaban descaradamente y una mujer les hizo una foto con el móvil.

—¿Por qué nos miran? —le preguntó.

Valentina se encogió de hombros.

—Es normal.

—¿Normal?

Pero mientras disfrutaban de la especialidad de la casa, linguine alle vongole, Valentina vio un grupo de gente mirándolas desde la puerta. Que hubiese tanta gente observándolas no era normal.

De repente, su guardaespaldas cruzó el restaurante para decirle algo al oído y Valentina se levantó de la silla.

—Pero aún no he terminado —protestó Juliana.

Deseo y Temor |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora