SANTIAGO.
Tal parece que este día no podría ir peor.
Creo que la mala suerte me persigue. Cuando era niño, solía agradarle a la cocinera. Es por ello que, camino a la clínica, le propuse a mi papá que me dejara ayudar en la cocina y él aceptó.
Pero supongo que debí prever que, cuando yo venía, Addison tenía como setenta y ocho años.
No fue una manera muy agradable de enterarme de su muerte.
Así que terminé bajo el mando de Annie. Intentaba hacer todo bien, pero me mandaba muchas cosas y muy rápido hasta que por accidente tire el caldo.
Lo peor: cayó en mi pie. Según la enfermera solo es una quemadura de primer grado. Aunque todo esto me hace sentir como una piñata a la que no dejan de golpear.
A pesar de que yo prácticamente le doblo la estatura a Annie, en cuanto comenzó a gritarme me sentí intimidado y con un poco de pánico. Pánico que aumentó cuando mi papá entró para ver a qué se debían tantos gritos.
Así que ahora debo pasar a las habitaciones a leer. No me gusta leer; tengo tan poca imaginación que siempre que abro un libro, no llego a la página diez cuando ya estoy dormido.
Suspiro cerrando la puerta de la habitación de Tom, un paciente bastante... Extraño.
Me aseguraron que todos los pacientes se cambiaban solo en el baño de sus habitaciones, así que cuando entré y lo vi medio desnudo no pude evitar gritar.
Avanzo hasta estar frente a la habitación catorce, la penúltima de hoy gracias al cielo. Solo me quedo quince minutos en cada una de ellas y estoy tan ansioso por irme que hasta puse una alarma en el celular.
Abro la puerta con temor de encontrarme con lo mismo de Tom, así que prefiero cerrar los ojos con fuerza por mi propia salud mental.
—Hola, mi nombre es Santiago Campbell. Estoy aquí para leer un momento. ¿Puedo abrir los ojos o si lo hago esto se volverá incómodo?
Nada. No obtengo respuesta, por lo que creo que posiblemente se encuentre en el baño. Así que abro los ojos y lo que veo me sorprende un poco, aunque no en la misma manera que con Tom.
En la cama sentada con las rodillas pegadas al pecho, está una chica que se ve como de mi edad. Tiene el cabello largo y oscuro enmarcando su bonita cara, sus ojos son grandes y de un tono azul grisáceo. Trae un pijama navideño puesto —lo cual es raro porque apenas son como las seis de la tarde y es febrero— y me observa fijamente.
Es muy linda.
Los ojos muchas veces pueden reflejar las cosas que sentimos. Los de ella lucen tremendamente tristes, como su estuvieran cristalizados, pero a la vez si ningún brillo en ellos.
¿Por qué está aquí?
En esta clínica solo se suelen admitir adultos de treinta y cinco años en adelante. Desconozco las razones de porque es así y en especial de porque si ella es evidentemente más joven, puede estar aquí.
¿Por qué no me respondió?
—¿Cómo te llamas?
Ni siquiera hace ademán de hablar.
¿Tan rápido le he caído mal? Porque eso debe ser una clase de récord.
De todos modos, sé que existen diferentes situaciones y condiciones en esta clínica; cada paciente tiene sus problemas, así que lo mejor es no presionar.
—Bueno... Como dije antes estoy aquí para leer un rato. Mira, tengo un montón de libros en esta caja, aunque la verdad todos se ven y seguramente están muy aburridos —suspiro—. En una de las habitaciones pasadas, incluso me quedé dormido y la paciente tuvo que despertarme.
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Sin voz.
RomanceUna acción basta para cambiar toda tu vida; no siempre es de manera negativa. Samantha Miller sufrió un accidente del auto en el que murió su prometido. La culpa de todo lo que pasó ese día le ha llevado a la depresión y, por lo tanto, a estar inte...