SAMANTHA.
Simón me mira, expectante a que haga algo.
Mis terapias son un poco raras. Ya que no le hablo, a veces solo estamos en silencio, otras él me habla e intenta aconsejar, me hace preguntas de sí y no, usa imágenes, escritura y más cosas para comunicarnos.
Yo estoy sentada en el sillón de las visitas y él en el escritorio, así que me estiro para tomar de debajo de mi cama el pizarrón que me regaló Santiago.
"Siento que tengo todo encerrado en mi interior. No sé cómo llorar, cómo reír, cómo hablar. No sé cómo volver a vivir".
Se lo muestro, a lo que asiente, interesado.
—No hay nada físico que te prohíba hablar, Samantha. Eso lo sabemos. Tú misma te has introducido y encerrado en esta clase de mutismo.
Quizá es lo que me merezco.
Borro el pizarrón para poder escribir más cosas.
"Supongo que es la vida que me merezco".
—¿Por qué crees eso?
"No soy tan buena como todos dicen o recuerdan. No lo soy en lo absoluto".
—¿Es eso lo que te impide hablar? ¿Crees que tu familia te ha puesto en una clase de pedestal?
"No. Creo en el karma. Este es el mío".
Escribir esas cosas no es algo que me haga saltar de la emoción, justo ahora me siento temblorosa y con un vacío en mi interior.
—A mí me parece que todo esto es una clase de castigo autoinflingido. Un castigo que no te mereces, Samantha. O dime, ¿por qué crees que debes vivir esta clase de vida?
Temblorosa, vuelvo a escribir en el pizarrón de manera que ñel no puede ver.
"Porque yo maté a Jace".
Sin embargo, temo que pueda ir a la cárcel por lo que hice. No lo quiero. Esto no es una maravilla, pero es mejor que estar presa, así que lo borro y simplemente lanzo el pizarrón a la cama, volviendo a abrazar mis piernas y dejando de escuchar lo que me dice después.
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Hoy Santiago no vino, estuve esperando todo el día a que llegara y no lo hizo.
Eso fue un poco decepcionante, pero supongo que en algún momento debía pasar. Es decir, desde un principio supuse que no vendría todos los días aunque él lo hizo, pero tal vez ya se aburrió de mí y de leer conmigo. Y no creo que su castigo haya terminado aún.
La verdad eso me entristece un poco. Estaba empezando a gustarme esa clase de rutina que habíamos formado mientras leía y él es agradable. Sigo desconfiando un poco, pero creo que estaba algo cómoda con él.
Sin embargo, desde hace un tiempo yo he entendido que nada es para siempre y que las personas solo pasan por tu vida, no se quedan.
Al menos no en la mía.
El que no viniera hizo que mi día fuera un poco más aburrido, pero por suerte ya son las nueve veinte, así que me pongo de pie para ver el cielo. Me acerco a la ventana de mi habitación, viendo atentamente a mi estrella.
Esta vez no escuché que alguien tocara la puerta, pero cuando llevo como dos minutos en ese lugar de la habitación, esta se abre con algo de cautela y Santiago se adentra con una gran sonrisa.
—¡Hola, Sam-Samidu!... ¿Qué haces en la ventana?
Desde que descubrió mi nombre solo de vez en cuando me dice Samantha. Él me llama de todas las maneras posibles: Sam, Sammy, Samurai, Sam-Samidu y un montón de nombres más, también me dice chica linda, supongo que por costumbre.
Me gusta eso, es algo tierno.
En estos momentos me quedo algo estática, debatiéndome entre regresar a mi cama o quedarme aquí.
Aún con confusión, Santiago se acerca hasta llegar a mi lado. Regreso la atención al cielo en tanto siento su mirada en mi perfil.
—¿Qué estamos viendo?—susurra.
¿Por qué susurra?
¡Si no hay nadie más aquí!
Con mi dedo señalo el cielo como respuesta. La ventana en realidad está tan alta que yo estoy parada de puntillas. Él sí está parado en su altura normal.
—¿Quieres que te alce? Tal vez así puedes ver mejor.—se ofrece.
No quiero. Supongo que mi silencio le dio su respuesta, pues no insiste.
Extraño salir y el fresco viento nocturno. Desearía poder vivir esto en el jardín porque aquí no es muy cómodo. Pero me parece que eso no es posible.
Cuando volteo a observar el reloj y notó que en cualquier momento Aarón vendrá a darme la medicina, me regreso a la cama con él siguiéndome hasta ocupar el pequeño sillón.
—Lo lamento. Hoy tuve una emergencia con... Alguien. Hasta ahorita pude venir.
Ya me imagino qué emergencia fue.
No lo he conocido por mucho tiempo, pero parece que cada vez consigue una nueva herida.
Apenas hace unos días se le quitó el ojo morado que tenía cuando vino por primera vez y ahora, además de la cortada en la mejilla que ya es solo una marca, tiene el pómulo rojo donde evidentemente alguien lo golpeó hace unas horas.
Aunque esta vez parece que intentó ocultarlo. Así es como luce una herida con maquillaje.
Algo temblorosa, señaló su pómulo enrojecido.
Él lo toca, con vergüenza y bajando la mirada.
—Se ve muy feo, ¿verdad? Pero no duele tanto, lo juro.
Vuelvo a señalarlo, intentando descubrir si Santiago está metido en peleas callejeras o alguien lo está golpeando. No he conocido nunca al dueño de la clínica, pero quizá es uno de esos padres abusivos.
Parece entender lo que quiero saber, pues tartamudea un poco antes de darme una mentira.
—Me caí en el baño —ríe, aun nervioso—. Estaba en la ducha y al caer me pegué con la llave de la regadera. Puedo ser muy estúpido.
Bajo la mirada, lamentándome por él porque si estuviera en peleas clandestinas, no inventaría esas cosas.
Sé que es imposible que yo le sea infiel a Jace de alguna manera porque él está muy muerto.
Tampoco quiero dar señales erróneas o algo así, pero me animo lo suficiente para darle unas palmaditas amistosas en su mano, a manera de consuelo.
Él sonríe abiertamente, haciendo que sus ojos se achiquen un poco.
—Dime, Sam, ¿te gusta observar las estrellas?
Es curioso cómo sigue pidiendo que le diga algo o me hace preguntas cuando yo nunca le he respondido nada, pero en verdad me gustan, así que termino por asentir.
En ese momento llega Aarón con la pastilla para dormir y por primera vez en mucho tiempo no quiero tomarla para poder pasar un tiempo más con Santiago, no obstante, sé que debo hacerlo.
—¡Hola, preciosa!... Ah, hola Santiago. Odio interrumpir, pero ella ya se debe dormir.
—No te preocupes, lo entiendo —vuelve a verme para hablarme a mí—. Lamento no haber podido venir hoy. Te prometo que no volverá a pasar, nos vemos el lunes, chica linda, descansa.
Se va de la habitación, mientras una clase de preocupación se instala en mi pecho por imaginar lo que le está pasando.
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Sin voz.
RomanceUna acción basta para cambiar toda tu vida; no siempre es de manera negativa. Samantha Miller sufrió un accidente del auto en el que murió su prometido. La culpa de todo lo que pasó ese día le ha llevado a la depresión y, por lo tanto, a estar inte...