Capítulo IV (Vicky)

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Rechacé el plan de las chicas de ir a la cafetería de siempre. Ese lugar era mágico para las tres, era como nuestro refugio, vamos, lo que viene siendo para cualquier niña pija su mansión, una biblioteca para cualquier amante del papel, una piscina para un nadador olímpico, para nosotras era nuestro diller, encargado de proporcionarnos cada día la dosis exacta de cafeína necesaria para existir.

Rocio insistió porque sabía que me haría bien ir, pero aun así me negué, no estaba de ánimos después de lo que sucedió en la exposición y de los estúpidos comentarios de Frank, aun no entiendo cómo consigue agotar la paciencia de una persona (en concreto, la mía) con tan solo dos frases, entender a ese chico era un trabajo agotador, cuando creía que podíamos establecer una relación cordial, él se otorgaba todos los méritos que conseguían arruinarlo.

Al llegar a casa, me fui a mi habitación y me acogió el abrumador silencio que necesitaban mis oídos, había sido un día muy largo y lo único que necesitaba era descansar, ya todo estaba hecho. Me tranquilicé a mí misma, diciéndome con mi voz interior que apenas era el primer día de muchos de espera y que la ansiedad no podía apoderarse de mi estabilidad mental, de momento había  funcionado, pero no estaba segura por cuanto tiempo podría mantenerme en calma. Me di una ducha y mi cuerpo cayó en la cama cual ancla cae en el fondo del mar, quería quedarme allí hasta que llegara el verano, sin ver a nadie, sin escuchar nada, solo contado segundos hasta que pudiera leer lo que tantos años había esperado. Casi conciliaba el sueño cuando mi hermana interrumpió en la recámara con un leve golpecito en la puerta.
— ¿Puedo? —preguntó.
— Tan delicada como siempre —resalte y ella sonrió, era un detalle que solo mi hermana y mi madre poseían, la delicadeza y que yo, por más que me esforzara, nunca dejaría de tener las manos de mi padre, cosas de genes —Claro que puedes, enana, pasa.
— Solo venía a decirte que la cena esta lista y que… que estoy muy orgullosa de ti, mamá me ha contado como te ha ido en la exposición y quiero que sepas que pase lo que pase siempre voy a estar muy orgullosa de que seas mi hermana mayor, ahora tienes que concentrarte en los exámenes de selectividad y teniendo una buena calificación seguro que te admiten.
— Ven aquí —la abracé entre sollozos, mi hermana siempre tenía ese efecto en mí, era mi talón de Aquiles y de las pocas personas que lograban hacerme llorar —dile a mamá que no cenaré ¿vale? Necesito dormir.
— Vale —esbozó la misma sonrisa y se marchó, dejando la habitación en unos tonos oscuros que mis ojos agradecieron grandemente.

Sonó el despertador y el sonido era como una taladradora en mis sienes, tomé varios segundos para replantearme mi existencia, ni siquiera sabía cómo había logrado dormirme la noche anterior, no quería pero tenía que salir de aquella cama, ¡unos exámenes te esperan Vicky!, dije en voz alta en un intento fallido de animarme. Me alisté para el colegio y al llegar, como cada mañana me encontré con mis amigas, verlas en aquel momento era un bálsamo porque tenía por seguro que lograrían sacarme del bucle en que estaba metida.
Entramos al salón y comenzó la clase de Física, me declaro culpable de haberme adentrado demasiado en mis pensamientos en varios minutos de la clase, pero no me culpo, el principal culpable era nuestro profesor, a veces pensaba que usaba algún conjuro para hechizarnos mientras hablaba porque aquella situación no tenía explicación científica.
En una de las citas momentáneas con mi cerebro, decidí dejar de darle vueltas al asunto de la universidad, faltaba un mes para recibir los resultados y no me apetecía pasármelo sin disfrutar el poco tiempo que quedaba de instituto. Tomé el teléfono móvil y le escribí a Ester, diciéndole que esa tarde iría a trabajar a pesar de que su respuesta fue insistente para que no lo hiciera.

Concluí las clases y me fui a la editorial, eran demasiados los folios atrasados, el material por contabilizar, la nueva materia prima que había entrado durante los días de mi ausencia y todo aquello solo podía solucionarse con morfina inyectada mediante auriculares, así que subí el volumen de la canción que estaba en secuencia y comencé con el trabajo, debo admitir que con Pablo Alborán cantándome al oído, la vida es más hermosa.
Par de horas después, me despedí de los guardias de seguridad que custodiaban el edificio donde residía la oficina y emprendí el camino a casa.
Día 1, ¡superado! Dije para mis adentros.

Es todo por hoy😁. Recuerden dejarme por acá abajito vuestra estrellita🌟.
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El camino hasta ti [# El Camino I] ✔ [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora