Capitulo 5

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Amparito. Amparito tenía que ser la llave del misterio. Eso creía yo, al menos. Una mujer que había vivido en la misma casa que Elena tenía que saber muchas cosas. Salí del mercadito haciendo planes y sacando conclusiones. En un primer
momento había pensado en ir directamente hacia el Rawson. Pero después decidí que no, que era mejor no apresurarse y preparar una lista con todas las preguntas que debía hacerle a Amparito. Volví a casa y ahí nomás me acordé de que me tocaba cocinar a mí. Perfecto. No hubo ningún problema. Tenía tiempo de sobra para preparar la salsa de tomates, hervir los fideos y rallar el queso, según dictaba el menú del día. Por suerte, Juanjo y Javier no estaban; eso quería decir que mientras cocinaba podía pensar sin estorbos, sin ruidos, sin nadie que entrara y saliera de la cocina cada cinco minutos para abrir la heladera o la lata de las galletitas. Pensar. Yo quería pensar. Lo que había dicho doña Anita no dejaba mucho lugar para dudas: a Elena la habían matado. Después de leer la carta, nadie podría pensar en un suicidio. Ella había sido muy clara: «…si papá muere, la siguiente seré yo». Y pasó todo tal cual: murió el padre, murió ella.

Conclusión: la mataron. ¿Quién? ¿Quiénes? La esposa del padre y el hermano; los que hablaban del veneno cuando Elena subió a la torre. Primero matan al padre y hacen pasar por loca a la hija; después, un empujoncito y Elena cae de la torre. Y ellos dos, ricos. Así de simple. Ya estaba todo resuelto: víctimas, asesinos, móvil del crimen y la carta para probarlo. Claro que, ¿probarlo ante quién? Y después de tantos años, ¿para qué? Además, aunque yo estuviera muy segura de cómo habían sido las cosas, no creía para nada que la carta pudiera ser la prueba que demostrara la culpabilidad de la viuda y del hermano. Alguien podría decir, y tal vez con razón, que Elena había escrito la carta estando muy trastornada y que tenía delirio de persecución o algo semejante. Y además —y sobre todo—, ¿a quién podría interesarle descubrir la verdad de algo que pasó hace tanto tiempo? Y aunque era obvio que a mí sí me interesaba, ¿quién era yo para meterme donde nadie me había llamado?

Lo único que se me ocurrió fue dejar las preguntas a un lado y empezar a pensar en lo que le iba a decir a Amparito. Las posibilidades no eran muchas. Lo único que podía hacer era seguir con el invento de la nota para la revista. Ni el hombre del restaurant, ni el del mercadito, ni la propia doña Anita, ni siquiera Amelia, habían desconfiado de mi condición de
periodista. Y si lo hicieron, por lo menos no me dijeron nada. Además, si alguien desconfiara por verme demasiado joven, le podría decir que todavía no me recibí y que trabajo en una revista de barrio, de esas que se hacen con el esfuerzo de un grupo de vecinos. Eso era algo posible, ¿por qué no me lo iban a creer?

Después de comer, y mientras Juanjo lavaba los platos y Javier esperaba para
secarlos, me fui a mi habitación y escribí una larga lista de preguntas para Amparito. Puse de todo. No quería olvidarme de nada. Primero, me presentaría y hablaría de la revista. Después, mencionaría la casa de Bolívar y Caseros y la historia que me había contado doña Anita.

A continuación, le acercaría el micrófono y la dejaría que empezara a hablar. Si veía que no contaba demasiado, la iría guiando con las preguntas de mi lista. Fácil. Pero como no sabía adónde me iba a llevar lo que Amparito pudiera contarme, no quise adelantarme a sacar conclusiones. Por supuesto que esperaba encontrar a Malú por su intermedio, aunque también sabía que era muy difícil. Malú podía haberse mudado o haber muerto o qué sé yo. Hasta ahora, todo me había salido más que bien. Desde el principio. Desde que recibí la primera contestación de Alicia Gutiérrez; y con la segunda carta, ni hablar. Después, doña Anita… Y ahora, Amparito. Más no podía pedir.

Ya había terminado la lista de las preguntas y estaba tratando de imaginarme cómo sería Amparito, cuando Juanjo golpeó la puerta de mi habitación para avisarme que empezaba mi telenovelón de las cuatro. No lo podía creer. Me había pasado dos horas encerrada, sin tener la menor noción del tiempo. Decidí no darle más vueltas al asunto hasta el día siguiente.

Octubre, un crimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora