Capítulo 10

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Buscar en los diarios a una persona que, se supone, murió hace más de cuarenta años es tarea de por sí ardua. Más aún si no se sabe su apellido, y ni siquiera su nombre, porque desde ya que Malú sería un apodo; nadie se llama así. Lo único que más o menos sabía era la edad; Amparito me había dicho que era un poco mayor que Elena, apenas unos dos o tres años. Y Elena había muerto a los diecinueve; ahí Amparito no dudaba. Conclusión: los únicos datos con que contaba eran un apodo y una edad aproximada; y decir que esos eran datos era delirar.

Cuando le pedí a la empleada de la Hemeroteca del Congreso los diarios de
noviembre y diciembre de 1958, me miró con curiosidad. Pensé que me iba a preguntar para qué los quería; y ya estaba por improvisar una respuesta cuando se me adelantó para preguntarme qué diarios necesitaba. Le dije que todos. Me contestó que esperara y se fue por un pasillo.

Me quedé pensando qué iba a sacar en limpio de los diarios si no sabía a quién estaba buscando. ¿Aparecería alguna joven de veintipico muerta en un supuesto accidente de tránsito, por ejemplo? ¿O tal vez por un escape de gas del calefón, mientras se bañaba? Yo había escuchado muchas veces que en las casas antiguas los calefones se instalaban en el baño y que era muy peligroso si no había una buena ventilación. Pero enseguida descarté esta posibilidad porque, si Hubiera sido así, Amparito tendría que haberlo sabido. No, Malú no había muerto en su casa. Malú había desaparecido.

La habían borrado del mapa para que no acusara al médico y a la viuda y a su hermano de la muerte de Elena y su padre. Después de haber matado a dos personas, ¿por qué no matar a una más si era necesario? Malú, sola en Buenos Aires, seguramente debe de haber sido una víctima fácil. Nadie sabía
nada, nadie la había visto, nadie recordaba haber hablado con ella en el velorio de Elena; no estaba en su casa cuando Amparito le llevó el vestido con la carta. Hasta era probable que la hubieran matado antes que a Elena.

Después de este razonamiento, me di cuenta de que sería mejor que pidiera también los diarios de los últimos días de octubre, y como la carta estaba fechada el 22, directamente empezaría por ese día. La empleada apareció abrazando unos carpetones enormes, donde se archivaban los diarios; me dijo que esos eran los de noviembre y que cuando terminara me traería los de diciembre. Por la cara que puso cuando le pedí los de octubre, me di cuenta de que la paciencia no era una de sus virtudes.

No sé exactamente cuántas horas estuve ahí adentro, dedicada nada más que a leer las noticias policiales del mes de noviembre de 1958. Lo único que sé es que no encontré nada. Nada que me sirviera, desde luego, porque lo que es asesinatos y otro tipo de delitos, había a montones. Le devolví los diarios a la encargada de la hemeroteca y le dije que volvería al día siguiente para consultar el resto. Me fui
bastante decepcionada; la verdad es que estaba casi segura de que iba a encontrar algo, una pista, qué sé yo.

Antes de llegar a casa, le hablé a Amparito desde un teléfono público y le conté cómo iban las cosas. Me dijo que ella y Rosa habían averiguado algo y quedamos en vernos cuando yo terminara con los diarios. Esa noche, antes de dormirme, me hice un replanteo de toda la situación desde el comienzo, y volví a preguntarme qué necesidad tenía yo de meterme en semejante baile. Para qué tanto trabajo. Consultar los diarios, buscar una pista, escarbar en cosas que pasaron tanto tiempo atrás y que ya nadie recordaba. Por qué. Para qué. Cuando leí la carta por primera vez, lo que sentí fue una curiosidad extraña; quería saber qué
había pasado con Elena y su padre.

No podía dejar de pensar en la carta. Más tarde, cuando la señora del mercadito me dijo que Elena se había suicidado tirándose de la torre, bueno, ahí tuve bien claro que de ningún modo me olvidaría del asunto. Y después, cuando supe que Malú había desaparecido, me di cuenta de que ya era imposible salir, y menos con Amparito y Rosa interesadas en saber la verdad. Pensar en Malú era lo que peor me ponía. La muerte de Elena ya me había golpeado. Pero con Malú era peor todavía, porque su muerte era anónima y la había ligado de rebote.

Octubre, un crimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora