Capítulo 8

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—¿Justo el 25?

—Si es una olla popular de Navidad, tiene que ser el 25. El 24 a la noche es más difícil. Los viejos se acuestan temprano.

—Está bien. Pero podrías llevar a tu prima, ¿no?

—¡Ayelén en una olla popular! Delirás, ma.

—Podrías intentarlo. La invitás y listo.

—Ni pienso.

—En el colegio de Ayelén hacen muchas obras de caridad, visitan hospitales, reparten ropa…

—Vos lo dijiste, ma. Obras de caridad. No sé por qué no querés entender. Esto es otra cosa, no hace falta que te lo explique.

—Sí, ya lo sé —suspiró mamá, resignada.

Yo también suspiré, pero de alivio. Ayelén era asunto terminado, al menos por ahora.

—¿Y dónde conociste a esa mujer?… —preguntó al fin mamá, que era lo que yo esperaba que preguntara desde que empecé a hablar de la olla popular.

—Amparito. Se llama Amparito. Es amiga de la tía de Florencia. La conocí en su casa.

No más preguntas. Mamá es una persona práctica, y ante una respuesta clara y precisa, ¿para qué seguir indagando? Por fin llegó el 25, pero antes, el 24, por suerte. Siempre me gustó la Nochebuena más que la Navidad, porque la pasamos en la casa de mi tío Jorge, que es el hermano
de papá. Ahí nos juntamos toda la familia paterna. Papá tiene dos hermanos y dos hermanas, y ninguno tiene menos de tres hijos, así que somos un batallón. Y vamos a la casa del tío Jorge porque es la más grande, con patio, terraza y jardín. Toda mi vida pasé la Nochebuena en lo del tío Jorge con mis primos y siempre me divertí; y mis hermanos, lo mismo. Pero el 25, ¡ay!, el 25 me toca Ayelén.

Un año en su casa, un año en la mía. Este año, en la mía. Tía Luisa es la única hermana de mamá y las dos son bastante unidas, no porque tengan mucho en común, sino porque son hermanas y nada más. Y me parece bien; lo que no soporto es que mamá trate de imponerme a Ayelén y me la quiera vender como una verdadera joya. Con tío Luis pasa algo parecido: papá no se lo banca. Apenas lo soporta en Navidad para darle el gusto a mamá, pero el resto del año los dos se ignoran. Y no es para menos. Mamá tampoco se lo banca, pero lo aguanta bastante porque es el marido de su hermana. Tío Luis es un tipo egoísta, un empresario exitoso que vive con la única finalidad de ganar más y más y más, y súper convencido de que todo el mundo debe estar a su servicio. Mi tía representa impecablemente el papel de esposa modelo. Le gusta aparentar y gasta mucha, muchísima plata. Y mi prima, bueno, es el perfecto exponente de lo que mis tíos esperan de ella como hija.

En fin, el 24 nos acostamos tardísimo; cuando llegaron los Luises y la heredera, Juanjo, Javier y yo todavía dormíamos. Y eso que mamá ya había probado todos los métodos para que nos levantáramos y recibiéramos a la familia real como correspondía. Lo único que faltó fue que nos tirara un baldazo de agua; todo lo demás lo hizo. Puso la radio a lodo volumen, abrió las ventanas de nuestros dormitorios, pegó unos cuantos gritos, pero nada dio resultado. Yo me levanté de un salto cuando escuché el portero eléctrico, y me metí rápido en el baño para ganarles de mano a mis hermanos y bañarme primero.

El almuerzo fue aburridísimo. Tío Luis no paró de hablar de sus éxitos
empresariales; tía Luisa y Ayelén, de los preparativos para las vacaciones en su casa de Punta del Este; lo de siempre. Pero en el momento exacto en que mi querida prima preguntó adónde íbamos a ir nosotros de vacaciones (sabiendo de antemano que, igual que todos los años, nos íbamos quince días a la casa de mi abuela en San Clemente del Tuyú, y que si no vamos ahí, no vamos a ninguna parte), me levanté de la silla como si me hubieran pinchado el traste con un alfiler y dije:

Octubre, un crimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora