Capítulo 9

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Los planes de Amparito de dejar pasar las fiestas y arrancar con las averiguaciones en la primera semana de enero no tuvieron éxito. Mi abuela materna, la dueña de la casa de San Clemente, tuvo que cambiarnos las vacaciones para la primera quincena de enero y de paso se le ocurrió reunir a sus dos hijas, con sus respectivas familias, la noche del 31 y el 1º. Los Luises y Ayelén ya habían llegado a Punta del Este y ni soñaban con pasar las fiestas de Fin de Año y Año Nuevo nada menos que en San Clemente del Tuyú, después de haberse instalado en tan elegante playa. Yo tampoco lo esperaba, ya que la abuela nos había invitado para la segunda
quincena; pero, dada la circunstancia de que si no íbamos en la primera nos
quedábamos sin vacaciones porque a la abuela le caían unas primas de Santa Fe para la segunda, todos decidimos que la primera estaba bien. Antes de irnos, llamé a Amparito al Rawson y le conté.

—Bueno, nena —me dijo—: Si te vas, te queda la peor parte de la investigación.
Te vas a encargar de Malú.

Protesté, pero Amparito estaba convencida de que era justo. Ella y Rosa se
quedaban y yo me iba de vacaciones. ¿Por qué me la tenía que llevar de arriba? Por
una cuestión de dignidad, acepté. Es lo que tenía que hacer, y punto.

—En San Clemente vas a tener bastante tiempo para pensar —me dijo—. Cuando
vuelvas, nos encontramos y hablamos.

Y así quedaron las cosas. Yo me fui a San Clemente y pensé. Pensé en la playa, en
la casa de mi abuela, cuando me iba a dormir, cuando me levantaba. Trataba de
recordar todas las películas policiales y de misterio que había visto en mi vida, más
las novelas y cuentos leídos, más las telenovelas y hasta las noticias policiales que leía en los diarios. Buscaba algo, cualquier cosa que me diera una pista para encarar la búsqueda de Malú. Una noche por fin la encontré. Llovía muchísimo y nadie salió de casa. Nos quedamos mirando televisión y justo dieron una película que era más o menos lo que yo andaba buscando. Y, por increíble que parezca, todo comenzaba con una carta. Una carta del pasado, aunque no tan antigua como la mía. Esta tenía veinte años y la había escrito una mujer que pensaba que la iban a matar y efectivamente la matan, haciendo pasar su muerte por un accidente. Ahora bien: los protagonistas no saben nada de esta mujer; solo tienen la carta y su nombre. Quieren rastrearla, saber algo de ella. ¿Qué hacen? Muy simple: van a una hemeroteca y consultan los diarios de la época. Y allí encuentran la noticia de la muerte accidental de la mujer. Ellos investigan y descubren que fue un asesinato, tal como ella decía en la carta.

Pues bien, ahí me estaban mostrando cuál era el procedimiento que debía seguir. Tenía que buscar en los diarios de 1958 alguna noticia acerca de la muerte de una mujer joven.

Claro que existía la posibilidad de que Malú estuviera viva, pero era muy raro. Nadie
recordaba haberla visto después de la muerte de Elena, ni siquiera después de la
muerte del padre. Para mí estaba claro que el doctor De Bilbao, la viuda y su
hermano habían matado a Elena y al padre para quedarse con la herencia, y después a
a Malú para que no los delatara. Qué más fácil que sacar del medio a una chica joven y sola, alguien por quien seguramente nadie reclamaría, en el supuesto caso de que un día desapareciera del barrio y del mundo. Mi tarea ya estaba tomando forma; por lo menos, tenía una idea de lo que iba a hacer cuando terminaran las vacaciones. A partir de esa noche, me quedé tranquila y no pensé más en el asunto.

La primera semana en San Clemente había sido bastante agitada. Nosotros
llegamos el 30 de diciembre a la noche, o sea que el 31 ya estábamos perfectamente
instalados, haciendo los preparativos para la cena, lo cual significaba: asado. Cada
vez que mi papá tiene la oportunidad de hacer un asado, lo hace. Y como vivimos en un departamento, las oportunidades se reducen a las vacaciones. Conclusión: la cena del 31 no se discutía. A las siete y media de la tarde llegaron los Luises de Punta del Este, acompañados por la princesa, en una avioneta alquilada. Y lo primero que dijo tío Luis al entrar a la casa de mi abuela fue:

—Mañana, a las seis, la avioneta nos pasa a buscar y volvemos a Punta del Este.

Y lo segundo, separado de lo primero por una breve pausa para saludar a mi
abuela con un beso en la mejilla:

—Me imagino que no comeremos asado… Creo que lo más indicado será cenar
afuera. Yo invito
.
En fin, vaya esto como una muestra de lo que fueron las aproximadamente
veinticuatro horas que pasamos juntas las dos familias. Esa noche ganó papá y
comimos asado. Tío Luis y Ayelén se ofendieron mortalmente, y después de algunas protestas cerraron la boca y no la abrieron hasta la mañana siguiente. Tía Luisa no protestó, pero se pasó todo el tiempo hablando de sus amigos de Punta del Este y de la actividad social que tenía programada para las vacaciones, desfiles de modas incluidos. Por suerte, el 1º de enero a las seis de la tarde en punto partió la familia real a su palacio de verano.
Esa quincena resultó bastante lluviosa. Pero no me quejo, disfruté igual. Caminé
por la playa, leí, vi películas por televisión, me encontré con algunos amigos de otros
años; la pasé bien. Siempre es bueno alejarse de Buenos Aires, aunque sea por poco tiempo y con lluvia. Se vuelve con ganas de empezar cosas nuevas. Al menos, a mí siempre me pasa así.

Octubre, un crimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora