Encuentro Inesperado

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En una de esas noches de derroche, Rodrigo, luego de haber tenido entre sus dedos aquellas figuras ardientes que enloquecen a los hombres, y con su conciencia semiatrofiada por el alcohol, salió de la taberna y emprendió su andanza por el camino empedrado que lo llevaría hasta su casa.

A mitad de recorrido, los oídos de Rodrigo escucharon el galope airado de un caballo a unos cien metros detrás de su espalda. Su conciencia le advirtió que se encontraba deambulando por la mitad del camino, debía apartarse aún lado si no quería ser arrollado por aquel caballo desenfrenado; así que ejecutó la acción de su conciencia.

Estando Rodrigo en la orilla, el sonido del galope se incrementó. Él creyó que por su airada velocidad con la que venía sería algo imposible de distinguir la raza del caballo ni su domador, pero sucedió lo contrario; antes de que el corcel pasara a su lado, el caballo ya había reducido su velocidad, ahora venía trotando casi con un paso destemplado.

A causa del trepidar de sus piernas, Rodrigo se detuvo por un instante, quería procurar alguna caída inesperada, además tenía el deseo de que fuera posible atisbar al jinete.

En aquel periquete de reposo, el jinete pasó a su lado, pero no contó con tal fortuna de mirar al jinete ni a su caballo, sus ojos gelatinosos temblaban dentro de sus cuencas; lo único que pudo escrutar fue la simple silueta de aquellos dos endemoniados.

Cuando a sus piernas volvió cierta cantidad de fuerzas, el caballero de la noche ya había perdido en la curva del camino y el sonido del azote de los cascos se fue reduciendo.

Rodrigo, al notar que nuevamente se encontraba solo en el camino, continuó con su andanza, pero tal sorpresa le dio el destino al cruzar la curva y mirar al jinete en completa quietud, de espaldas y aún montado en su corcel.

Disuadiendo al demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora