Del Placer A La Perdición

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Rodrigo trató de eludir la tentativa, pero el deseo ardiente era peor; esos recuerdos carnales y las caricias que le hacía la prostituta avivaban el erotismo y las ganas de apretarla contra él.

- ¡Basta, Marcela! - le dijo Rodrigo con firmeza, alejándola con sus brazos.

- ¿Qué te pasa? ¿Acaso no te gusta lo que te hago sentir? - replicó ella disgustada.

- No puedo - se limitó a responderle.

- ¿Qué, ahora le guardas respeto a esa mojigata? - se burló ella con ademanes.

Su jefe, quien lo había contratado para comercializar licor adulterado en uno de sus bares de esos lares, le había presentado a Marcela, diciéndole con orgullo que era su prostituta favorita en el sentido sexual y económico. Su jefe, dentro del bar, tenía varias prostitutas que enredaban a los hombres en sus telarañas eróticas para que derrocharan toda la noche.

- No lo pienses tanto - le volvió a decir, pero esta vez abriéndose el suéter, dejando entrever unos senos redondos, acaramelados y abultados.

Rodrigo permaneció inmóvil, sopesando los pros y los contras. Había ganado bastante dinero en un día, y si seguía así vendiendo mulas, no volvería a aparecer en su trabajo. Su jefe le reprocharía y lo echaría, dándole tumbos, desandándole que no volvería. Y si eso representaba la pérdida de su amante, aprovecharía la noche solo una vez más para el sexo. No bebería, su esposa lo estaría esperando. Debía ser una noche de placer efímero. Además, ¿quién se podría enterar? Y si eso le costaba su alma, dicen que el que peca, reza y empata. Y él estaría dispuesto a rezar mil rosarios para redimir su alma.

Tomó a Marcela entre sus brazos, dándole el presente de su esposa, colocándole el collar dorado sobre ese cuello delgado y sedoso. Más tarde le compraría de nuevo a su esposa; por eso no tendría que preocuparse. Y los dos amantes desaparecieron de la calle, metiéndose en el bar.

Estando en uno de esos cuartos destartalados de mala muerte, Rodrigo le quitó la ropa a tirones, sintiendo bajo sus pantalones el deseo insensato de querer bajarselos también.

Sin esperar, la recostó en la cama y se deslizó hasta su sexo húmedo, comenzando a aplicar sutiles besos sobre los labios de arriba abajo.

A Marcela le encantaba eso, sobre todo cuando se los mordían, lo que le provocaba una corriente en su espalda incrementado la ansia de suplicar por más.

Cuando Rodrigo sintió que no soportaría tener apresado su miembro, se bajó los pantalones para liberarlo y saciar el hambre dentro de la caverna mojada.

- Espera, sabes que me gusta primero en la boca - le dijo Marcela fatigada.

Rodrigo no prestó atención a su solicitud y comenzó a embestirla salvajemente.

- Tranquilo, más despacio, tenemos tiempo - le suplicó con un beso en la boca.

- ¡Lo haré a mi manera! - le respondió con rudeza.

La prostituta no dijo nada y se dejó llevar por su cliente favorito.

Después de intensos minutos probando diversas posiciones, de respiraciones agitadas y corazones desbocados, cuando Rodrigo ya sentía que se venía, empujó con más fuerza su sexo contra ella y apretó salvajemente sus cenos.

- Me estás lastimando - gimió ella.

- Ahh... Sí - vociferó Rodrigo, apretando aún más.

- ¡Es en serio, para! - suplicó Marcela, empujando con sus brazos delgados a su verdugo.

Rodrigo siguió con la tortura sexual hasta que Marcela no lo soportó y le marcó sus uñas en el rostro sudoroso. Este se apartó de inmediato ante tal sorpresivo ataque.

- ¡Qué te pasa! - vociferó Rodrigo, sintiendo cómo mienbro palpitaba por saciar el deseo.

- ¡Me estabas lastimando, salvaje! ¡A ver si te gustaría que te apretara las bolas! - le espetó ella, incorporándose de la cama y colocándose frente a él.

- ¡Para eso te pago, y ese es tu trabajo, complacerme! - gritó Rodrigo.

- ¡Estúpido! - le dijo ella, acercando su rostro y regalándole un escupitajo cargado de ira.

Rodrigo sintió cómo su sangre se irrigaba por todo su cuerpo, palpitándole las venas a punto de explotar.

Sin el mínimo resentimiento y sin vacilación, la tomó del cuello y la apresó contra la pared. Marcela se horrorizó, sus ojos de avellanas se ensancharon reflejando la angustia y el desespero.

- Suel...tame - replicó, tratando de abrir las tenazas de su garganta.

Rodrigo apretó con más fuerza, y ese rostro hermoso y acaramelado de la prostituta que inotizaba a los clientes se vio amoratado en una sonrisa de ahogo, hasta que su cuerpo se volvió flácido, suspendido desde las manos de Rodrigo, que lo soltó dejándolo caer estruendosamente en el suelo.

Disuadiendo al demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora