Redención

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El brío que había emergido en todo el cuerpo de Rodrigo que lo hacía sentir capaz de todo, lo había abandonado de tajo al sentir el frío de la espada en su cuello.

-Con tus actos y habladurías has ofendido al rey de los cielos. Y como buen rey, siempre va a salvar a sus soldados sin ver el número de victorias ganadas en la guerra. No le tengas miedo a mi Rey; témele a su enemigo. El demonio está oliendo tus pecados hasta encontrarte. ¡Gusto me daría darte muerte ahora!, pero mi Rey ha dicho que tu alma debe ser disputada con el mal, no porque sea importante, más bien para que creas de que existe un cielo-. Se lo dijo envainando nuevamente su espada.

Rodrigo absorbió varias bocanadas del aire gélido de la noche. La situación peligrosa le había negado el aire. Se secó el sudor con las mangas de su pijama y con una última chupada del aire replicó.

-En lugar de haberme trastocado con una... espada, me lo hubieras dicho de una manera más cordial. ¿Y de qué maldito libro me hablas, nunca hubo uno en esa caja?-. Se lo hizo saber Rodrigo, con una voz ruda pero entrecortada tratando de no acrecentar la ira del jinete.

Sus piernas gelatinosas estaban al borde de la precipitación a causa del miedo infundido que aún no amainaba y se sentó en el suelo sin importarle que el culo se le congelara.

-Tus berrinches fueron el causante de mi ira, por lo cual me vi en la necesidad de usar mi espada. Ahora ¡Ve y recoje la caja!-. Aquel grito enfurecido repercutió en la conciencia de Rodrigo, obedeciendo la petición del jinete.

No le iría a aclarar que la caja ya no existía, que dejara de ser idiota que él mismo la había roto. Tendría que recoger astillas y de seguro lo mandaría a repararla y de seguro luego de la reparación le diria que la bañara en oro.

-Si fuera por mí, te mandaría hacer todo lo que has pensado-. Se burló el jinete.

Rodrigo agachó la cabeza eludiendo la ira y cuando ya se disponía a hacer SU labor, el jinete alzó sus manos y mágicamente los retazos se unieron formando la caja de oro nuevamente sin imperfecciones.

Una vez recogida la caja volvió a hablar el caballero.

-Guarda la caja y a nadie la entregues. ¿Y Por qué?, pues esa ausencia de la caja que has podido visualizar es tu alma y tu conciencia, si uno de los discípulos del demonio la llegaran a encontrar será tu final; se adueñarán de tu alma y de tu conciencia. Los actos que tú has hecho en la tierra, buenos o malos, quedan conservados en tu conciencia; por lo tanto es a la conciencia a la que llamamos el libro de la vida. Si el demonio llegara a hallarla puede ser capaz de borrar las buenas obras que has hecho, que lo dudo, y dejar las erróneas, para así hacer más fácil la absoluta apoderación de tu alma. Guárdala-. Aquella respuesta hizo consternar aún más la conciencia de Rodrigo, haciendo surgir en él un llanto apagado.

-¿Por qué tú no la guardas?-. Se lo suplicó al jinete.

-Esa es tu vida y no la mía, esa es tu cruz y tú debes llevarla. Sálvate a ti mismo. Nunca firmes, ni actúes, ni digas nada en donde pueda involucrar tu alma-.

-Si Dios me quiere salvar, ¿Por qué no me perdona de una buena vez?-.

-Debes encontrar gracia en el seno de mi padre, porque Dios perdona, pero tampoco humilla sus mandatos. Sólo lucha por cambiar tu vida ahora mismo, y cuando lo hayas logrado vendré en busca de la caja-.

-Si tú llegaras a regresar por la caja, estarías llevándote mi alma; por lo cual sería mi muerte-.

-No quería decírtelo directo, pero tú lo has descifrado-.

Rodrigo al escuchar la afirmación a su suposición, sintió en su espíritu que su melancolía se engrandecía.

-Si como tú lo has dicho que el demonio está tras mi alma, ¿Por qué te llegas aparecer justo en este momento?, ¿Qué tal si el demonio se hubiera apresurado antes que tú, quizá hubiera hurtado mi alma?.

-¡Te exijo! que no dudes de los designios de Dios, come callado como siempre lo has hecho-. Le espetó con un tono de voz de concreto pero frágil, frágil a causa de ver y sentir el aciago de Rodrigo.

-¿Cuál es tu nombre?-. Se lo dijo Rodrigo un poco menos fatigado.

-Mi nombre es Gabriel-.

Ahora Rodrigo pudo entender que el caballero no era un jinete sino un arcángel. Y también descifró el porqué en su chaleco, espada, hasta en su caballo tenía la marca de la letra G adornada en sus bordes con algunos símbolos dorados.

Aquel arcángel montó en su caballo y partió.

Rodrigo, estuvo durante mucho tiempo aguantando frío sentado en el andén, torturándose con los recuerdos de sus viles acciones y eso hacía acrecentar su melancolía.

Cuando hubo entrado, quiso hacerle saber a su esposa lo sucedido, pero ella se encontraba en su peor versión. Decidió callar y esconder la caja.

Fue tanto el miedo que Gabriel le había infundido en su conciencia, que deseó estar ausente del mundo exterior encerrándose en su casa, procurando un encuentro desafortunado con el diablo. Era una opción con doble beneficio, no se toparía con el diablo y, su esposa podría perdonarle demostrándole que había cambiado. Pero como todo arcoíris tiene su aguacero, el dinero se agotaría si quedaba holgazaneando y haciendo el amor a cada rato, si es que su esposa lo perdonaba. Por lo tanto, si

no podía hacer lo anterior; debía no dar un paso en falso de lo contrario el demonio olería la mierda de sus pecados hasta cazarlo.

Durante los siguientes meses Rodrigo sufrió una transfiguración que le costaba mantener, le producía calambres demostrar demasiada santidad: le daba dinero a los pedigüeños, que en época de bebedor había insultado. Iba a misa sin faltas así fuese lloviendo a cántaros. Se había confesado con el sacerdote, que de penitencia le impuso rezar un novenario que ya se había olvidado que ya había rezado y volvía a hacerlo.

En tan poco tiempo Rodrigo había cambiado: ya podía percibir el olor dulzón del paraíso y no el hedor del infierno. Se había convertido en todo un galán con su esposa, había logrado que ella le perdonara.

Pero toda esta maravilla truncaría al ver en sus manos unos cuantos pesos demás despertando sus placeres.

Continuará...

Disuadiendo al demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora