Advertencia Espectral

11 3 0
                                    

Rodrigo creyó que era la mula flaca la que estaba detrás de él; quizá se había sentido abandonada y había caminado por voluntad propia.

Al regresar la vista, no esperaba algo así; debía ser un sueño o una ilusión producto de su ardua tarea. Ver allí de pie, con ojos vidriosos, a la hermana de su esposa. Estaba traslúcida ante los rayos del sol que notaban en el paraje.

Rodrigo no podía decir nada; la voz se le había vuelto ausente, parecía que tuviera una pelota cruzada en la garganta que le impedía respirar con normalidad. No podía dar crédito a lo que miraba. Sus piernas comenzaron a fallar, tiritaba de frío a pesar de que el sol lo estaba quemando.

Era una ilusión ver a su cuñada allí, parada y vestida de monja, pero estas prendas se mostraban desvanecidas.

"Rodrigo, no te dejes tentar de nuevo, escucha a Dios, él te salvará", dijo la voz que antes había tenido un tono dulce, como la de una niña, pero ahora era marchita y ajada, proveniente de una catacumba infernal.

Rodrigo, estaba tan horrorizado por la aparición que a las palabras no les prestó atención. Solo vio cómo la silueta volvía a difuminarse gradualmente con los rayos del sol y, de paso, la mula flaca aparecía de nuevo ante sus ojos, con esa mirada vidriosa que le estorbaba y aún más porque aquel espectro tenía esa misma mirada del animal, como si aún la siguiera mirando fijamente.

Estuvo largo rato desplomado en el suelo por la impresión. Luego, al encontrar la serenidad, recordó las palabras que eran una advertencia más que un saludo.

"No te dejes tentar de nuevo", recordó.

No entendía; él se mantenía alejado de toda tentación. Había abandonado de tajo su vida de inmundicia, de tomador, de amante, de jugador obsesivo; incluso había adelgazado tratando de ayunar y evitando el pecado de la gula. ¿Cómo podía volver a caer en aquellas miserias? Debía estar loco para hacerlo. Gabriel, o mejor dicho Dios, le había permitido redimir sus pecados y eso él no lo podría poner en juego; era su alma, su vida.

Rodrigo recordó la caja de Gabriel, o también dicho, su caja. Debía de tener ahorradas bastantes buenas acciones que últimamente había forjado; las acciones viles de seguro habían sido despojadas. No podía permitir que eso cambiara ni que el demonio, a pesar de que aún no se había aparecido, hurtara su alma.

Se incorporó con dificultad del suelo, miró a la mula flaca que aún lo escudriñaba; con un azote, la mandó agachar la cabeza de nuevo.

Desamarró a la mula gorda y emprendieron la marcha de nuevo, tratando de olvidar lo acontecido.

Disuadiendo al demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora