Uno.

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—No entraré.

Le repetía por tercera vez a Bill, el novio de Angela, mi madre, o la señora que se hace llamar mi madre cada vez que la encargada social viene a la casa. Pero por desgracia, era o entrar o esperar lo peor en casa.

La lluvia de Diciembre empezó a caer. No podría ser peor- pensé para mi misma y no me quedo de otra que entrar a aquel gran edificio. Un enorme edificio para solo unas cuantas oficinas ocupadas. Ojala un día llegara una carta del gobierno diciendo que lo tendrán que derrumbar. Como me encantaría escuchar eso, sería música para mis oídos, sería no tener que volver a este lugar. Pero al mismo tiempo sería estar en casa todo el día, durante el resto de mi vida. Al entrar a la recepción estaba como la ultima vez que había entrado. Las ventanas completamente limpias, sillones de espera color blancos, piso de mármol y una mesa con cosas innecesarias a la espera, como: café, azúcar, vasos, etc. Y tres ruidosos teléfonos sonando una y otra vez durante toda la mañana, tarde y noche.

—Señorita Charlie, por fin la vemos de nuevo por aquí.— habló Sara, la secretaria. 

Hice una mueca y subí al elevador. Piso doce, sentía como mi respiración se iba, mi pecho se hunde y mis piernas tiemblan como la primera vez que subes a la montaña rusa a la cual tu mejor amiga te obligó a subir, incluso cuando tu no querías hacerlo, pero terminas estando en el ultimo carrito gritando y queriendo bajar. Y al bajar decides subir de nuevo porque te gustó la forma en que sentías la adrenalina. O eso lo vi en las películas. Y allí estaba aquella habitación. Nadie quería entrar ahí, yo no quería. Podía escuchar la voz del Señor Turner dar sus típicas y aburridas platicas, podía ver a todos ahí mirando al techo ignorando a lo que dice el señor Turner, aunque no estuviera ahí adentro aún.

—¿Charlie?- todos voltearon a verme al momento en que azoté la puerta contra la pared.- Creímos que nunca te volveríamos a ver.—salió una pequeña sonrisa de sus labios, los cuales estaban un poco morados por el frío.—Siéntate, por favor.

Eso me hizo pensar en que todos creyeron que había decidido no regresar. Jalé una silla de la esquina y me senté a un lado de Dylan, la única chica de aquel lugar que se podría decir, me agradaba. Estuvieron platicando acerca de todo lo que había pasado en la semana. No había ido a clases de rehabilitación desde hacía ya un mes. Apuesto a que todos pensaron que me había muerto ya. Toda la clase estuve mirando al suelo, cuando escuchamos que alguien tocaba la puerta todos miraron, excepto yo. Aquella puerta blanca se abrió despacio, a diferencia de como la había abierto yo.

—¿En qué puedo ayudarte?—preguntó el Señor Turner mirando un poco confundido.

Se notaba que era callado y tímido, no habló rápidamente como todos los hacían al entrar, entró como si ni siquiera él supiera que hacía allí. Y finalmente se escuchó su voz tartamudear. Tenía una voz delicada pero grave al mismo tiempo. Otro chico estúpido que no sabe hablar y/o le teme a los adultos.

—Es lo más obvio, viene a las clases.

—Sí, vengo a las clases.

 El Señor Turner le dio una seña de que podía pasar. Podía escuchar como el chico arrastraba una silla, la cual puso enfrente mio. Se sentó y me miró durante el resto del día. Después de eso, el Señor Turner empezó a decir las últimas palabras que siempre decía cinco minutos antes de terminar las clases. Y reí para mi misma al darme cuenta que hablaba acerca de mi cuando dijo que había notado cambios en algunos y en algunos no. Para dar fin a la clase, todos dieron un aplauso como solían hacerlo siempre. Por mi parte, me quedé sentada haciendo ningún movimiento alguno. Me levanté y salí de aquel lugar sin importarme si golpeaba a alguien. No entiendo lo difícil que es salir de la puerta. 

Fix you; l.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora