Cuatro.

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Desperté el día siguiente en el frío piso de mi habitación. Ni siquiera yo sabía como había llegado aquí. Al abrir mis ojos sentí un dolor indescriptible en mi cabeza. Puse la pequeña almohada que tenía sobre esta misma, tapando mi cara de los brillos del sol, esperando que por si solo el dolor se esfumara. Iba a levantarme cuando la puerta se abrió bruscamente, dejando ver a Bill y Angela frente a mi enfadados, podía notarlo en su cara.

—¿Dónde estabas anoche?—preguntó Angela calmada, nuevo en ella.

—Estuve con unos amigos.

Recibí una burla por parte de Bill, preguntando que qué tipo personas quisieran estar conmigo, o por qué tendría amigos alguien como yo. Luego, sacándome palabras de la boca y diciendo que el chico de rehabilitación era mi único amigos, obviamente hablaba de Michael. Yo no lo consideraba mi amigo, y no creo que lo llegue a hacer. Y justo eso fue lo que le respondí a Bill, y sentí como el aire salió de mis pulmones al notar como alzaba su brazo, podría jurar ya haber sentido eso, pero no pasó nada.

—Déjala.—Angela rió y rodó los ojos.—Como sea, no me importa.—salió de la habitación mientras Bill seguía mirándome con furia.

—Más te vale llegar hoy temprano.

Me miró con lujuria y se marchó cerrando la puerta con un fuerte golpe, haciéndome saltar de nuevo del lugar de donde estaba. Me había quedado sentada mirando hacia literalmente nada durante más de diez minutos. Tomé mi celular y miré la hora, me levanté y fui directamente a cambiar mi ropa o se me haría tarde para las clases de rehabilitación -las cuales eran un asco porque no me servían de nada, mi vida seguía siendo una porquería- y tenía que ir o Bill se enojaría.

Tomé la única prenda limpia que estaba en mi armario, eran solo unos viejos jeans muy desgastados, los cuales me quedaban un poco holgados, tal vez porque he bajado demasiado de peso, puse una blusa que sus mangas me colgaban hasta la punta de mis dedos. Hablando del cabello, en realidad no me importaba, como siempre amarré una coleta en ella y bajé a tomar las llaves. No quise si quiera tomar algo de desayuno, no quería. Salí de casa y sentí una fuerte brisa enredar todo mi cuerpo, y me arrepentí de haber salido sin un suéter, pero no quería regresar.

Caminé las pocas cuadras que separaban mi casa de aquel edificio casi arrastrándome y obligándome a mi misma a ir. Tomé las pocas ganas que tenía y entré al elevador, segundos antes de cerrarse las puertas, unas manos se pusieron entre ellas evitando que se cerrara. Miré hacia el frente y era aquel chico, Luke. Me miró de arriba a abajo haciendo una pequeña mueca en su rostro y dejando su cuerpo en medio de ambas puertas.

—¿Vas a entrar?—pregunté.

—¿Tu lo harás?—. Agité mi cabeza de lado a lado.—Entonces yo tampoco.

Apreté el botón haciendo que estas chocaran con sus enormes hombros y se quejara un poco. Me miró con burla, pero notaba que eso lo hacía enojar. Gritó desesperado que parara después de haber apretado más de cinco veces aquel botón. Negué con mi cabeza y segundos después Michael apareció frente mío.

—Gracias por esperar el elevador, mamá demoró demasiado en el salón.

Sonrió y Luke me miró negando con su cabeza como si me estuviera culpando de haber querido cerrar las puertas. Como si en verdad me importara si Michael llega tarde o no a las clases o como si me importara si viene a las clases. Volví a mirar abajo.

—Hola Charlie.—me saludó con una enorme sonrisa y miré a otro lado esperando porque no siga con una platica.—Lo siento, Charlotte.—aquello ultimo me hizo reir pero paré, así como lo hizo el ascensor.

Los tres salimos y ahora entramos a la enorme y solitaria habitación. Donde solo se encontraban chicos con problemas que ellos mismo sabían que no se resolverían pero aún así querían intentarlo. En mi caso yo estaba en contra de mi propia voluntad, sabía que fuera o no mi vida seguiría igual. Pero aun así, era obligada.

—Buenos días chicos, espero que el día de hoy estén bien.—habló el Señor Turner.

Miré sobre mis hombros y aquel chico del cabello morado y su no tan pequeño amigo rubio habían pasado unas de las sillas quedando muy cerca de mi. Fijé mi mirada en ellos, queriendo darles a entender que no me agradaba la idea que estuvieran delante de mi pero, Michael solo me sonreía. ¿Cómo puede estar en un centro de apoyo cuando parece ser la persona más feliz de toda la sala?

—¿Charlie?—volví a escuchar la voz del Señor Turner. Alcé mis cejas en forma de pregunta.—¿Cómo estas hoy?

Miré a todos en la habitación, sus miradas estaban en mi, pero ninguno ponía atención alguna, ¿qué servia si mentía o no? A nadie le importaba. Solo asentí y él suspiró, creo que era el único al que se podría decir que le importaba y sabía que mentía.

—Luke, ¿cierto?—el chico de los seis pies de alto asintió.—¿Nos contaras acerca de por qué estas aquí?

—No.—dijo seco.—No quiero. No hoy.

—Esta bien, pero debes saber que algún día de estos tendrás que hacerlo.- Luke dio una carcajada sarcástica, dando a entender que nunca haría eso.—Como sea, hoy haremos una dinámica en parejas. Claro yo los uniré.—todos pusieron sus ojos en blanco y uno que otro empezó a quejarse.- Así no escogerán personas que ya conocen, deben de socializar con otras. ¿Esta bien?

Todos asintieron y murmuraron no muy convencidos. Minutos después empezó a unir parejas de chicos con chicas o chicos y chicos, incluso puso a Michael con un chico que nunca había visto en el tiempo que estaba aquí. Tal vez porque las únicas persona a la cual noto es al Señor Turner y Dylan.

—Charlie con... Luke.

Alcé mi cabeza sorprendida y con un poco de disgusto. El Señor Turner solo guiñó un ojo y movió su cabeza hacía la dirección donde se encontraba Luke y yo lo miré con fastidio. Me quedé en mi lugar sin mover una parte de mi cuerpo esperando por que Luke viniera a mi lugar. Pero nada. Esperé y esperé, alcé mi cabeza para mirar a Luke el seguía sentado, en una posición similar a la mía, y mirando al polo donde me encontraba.

—¿Vendrás o qué?—gritó, aun así estuviéramos frente a frente. Negué—.Sabes muy bien que yo no me moveré.—sonrió de lado.—Y yo sé que tu tampoco harás ni siquiera el mínimo esfuerzo en moverte.—reí.—Ja, eso me queda muy claro. 

Estuvimos algunos -muchos- segundos mirando uno al otro. Era, por así decirlo, una batalla de miradas. Y ese juego terminó cuando Luke rió delicadamente esquivando mi mirada y después agachando su cabeza.

—Tu ganas.—dijo y movió su silla justo a pocos centímetros de mi. Cruzó sus brazos y me miró profundamente.—Hola.





Fix you; l.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora