siete

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La mente del General Lee es un remolino, un lío en el que se metió sin siquiera buscarlo. "Apenas conozco a SungHoon, y sin embargo, ¿Cómo podré vivir si él no sobrevive?".

Tener a SungHoon abrazándolo le hace sentir bien, en calma. El omega le transmite paz, una que necesitaba desde hace ya bastante tiempo. Tranquilidad que no había encontrado en nadie más, ni siquiera en su esposa, con la cual habría aceptado casarse por mero compromiso social.

Es entonces cuando se cuestiona si puede cumplir lo que el menor le ha pedido. "Ámame", ¿era tan fácil hacerlo? ¿Cómo se supone que realizaría aquello? Podría simplemente cuidar de él, darle órdenes a los oficiales para que no se pasaran de la raya, desayunar con él; darle la comida en la boca en modo avioncito para sacarle divertidas sonrisas. También podría preparar deliciosas cenas solamente para ellos dos, sujetar su mano mientras le dice bonitas palabras y que SungHoon sea el único dueño de sus caricias.

No sólo ayudaría a SungHoon en cumplir su fantasía de un posible primer amor, también calmaría a su lobo, quien se lo ha estado pidiendo por bastante tiempo. Quien parece amar a SungHoon por encima de todo, incluso más que a él.

Pero, ¿Qué hay de su padre? ¿Qué pasa si JungHwan rápido descubre su mentira? No sólo SungHoon moriría, él se llevaría un grave y doloroso castigo del que no quiere volver a ser parte. No quiere que su padre deje cicatrices nuevas en su piel, tampoco desea estar horas y horas en una fría habitación pensando en sus "errores". Porque eso era lo único que tenía que decir de su padre, el Presidente JeongWoo, un hombre que no tenía piedad, ni siquiera con sus propios hijos.

Sentados bajo la luz de la luna, acompañados por un par de luciérnagas que insisten en ser testigos del crimen, HeeSeung sabe que no habrá otra persona igual al prisionero que se encarga de frotar su rostro en su pecho. Quien intenta desaparecer el horrible aroma de YeWon para dejar el suyo, el mismo que se encarga de absorber las feromonas olor a menta y chocolate que se disipan entre el nulo espacio entre sus cuerpos.

SungHoon, quien está sentado en las piernas del alfa: abrazando su pecho; no lo quiere dejar ir. Han transcurrido escasos minutos desde que le pidió aquello, y aunque el otro no respondió, cree firmemente que aceptó. No ha dicho una sola palabra pero tampoco se ha negado ante el restriego de sus cuerpos, mas bien parece adorarlo.

Me parece extraño llamarte lobo, así que te llamaré Luna. SungHoon le habla mientras sigue en lo suyo. ¿Lo estoy haciendo bien, verdad? ¿Estás feliz también, Luna? No obtiene respuesta.

ㅡ¿Cómo está... tu lobo? ㅡ SungHoon se separa del abrazo cuando escucha al general, se inclina hacia atrás y ve a HeeSeung a los ojos mientras una mano se apodera de su mejilla, acariciando suavemente con su dedo pulgar.

ㅡLe he dicho que se ha puesto mejor, pero no se si sobreviva. ㅡresponde con una mueca ㅡ JungHwan-nim seguramente me buscará por la mañana para inyectarme la segunda dosis, me atará a la camilla, pondrá a veinte hombres fornidos para que me sujeten y yo no tenga oportunidad de escape. Tu primo en estos momentos debe estar enfadado porque salí del salón de eventos sin ninguna explicación y...

ㅡShh... ㅡel dedo índice de HeeSeung viajó hasta estar sobre los carnosos labios de SungHoon, presionando levemente para que éste no hablará más ㅡHablas mucho, ¿no, amor?

SungHoon esbozó una sonrisa sincera, se sentía bonito recibir aquellas palabras.

ㅡPregunté como estaba tu lobo, no que me cuentes lo qué piensas que pasará contigo por ser un omega rebelde. ㅡarqueó una ceja y prosiguió a carcajear cuando SungHoon también lo hizo al sentir la palma de HeeSeung sobre uno de sus muslos lechosos.

ʿʿ ámame, después mátame ʾʾ  heehoon︕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora