49. Trato

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—¿Estás bien?—murmura cerca de mi rostro mientras pestañeo intentando acostumbrarme a la luz

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—¿Estás bien?—murmura cerca de mi rostro mientras pestañeo intentando acostumbrarme a la luz.

—Si, no —no deja de observarme con curiosidad como si quisiera ahondar y saber algo más—. Estoy bien.

—Entonces—no deja de estudiarme—, ¿eso fue un sí o un no?

Pasa unos mechones rebeldes tras mi oreja—en un pequeño porcentaje es tranquilizador—aunque el que me observe de esa manera solo me lleva a pensar que no sus engranajes mentales no dejan de sonar. Cuando nota algo extraño en mí, así que no pierdo el tiempo y evito su mirada lo más rápido que puedo, realmente no tengo ni la menor idea de cómo confrontarlo. Porque, es decir; ¿Cómo confrontas la emoción de ver a alguien que no has visto en más de dos semanas? No puedo negarlo, lo heche de menos, sus emociones su mirada he incluso su horrible manera de beber vino a todas horas.

Mis pensamientos están dispersos. Tal vez simplemente estoy confundiéndolo todo, como lo hice al inicio al confundirlo con una especie de acosador o asesino en serie.

O tal vez no.

Las emociones de Reeven me golpean la nariz desconcertándome y dándome una respuesta clara, quiere una respuesta clara, pero realmente no sé cómo dársela o al menos una manera de formular algunas palabras sin sonar idiota. Y realmente quiero que hable primero, que me explique que rayos pasa, pero realmente no se si quiero eso y menos saber si es mínimamente bueno o malo.

—¿Dónde estuviste?—anuncio mientras me acomodo y Reeven se aleja unos centímetros de mi cuerpo—simplemente no entiendo, porque después de esto de todo eso, desapareciste por días sin decir ni hacer nada.

—No desaparecí —se defiende tontamente.

—Ya, bueno Rev, dejar a tu hermano menor en la puerta de mi casa con una maleta y dos millones de dólares no es precisamente la mejor de las explicaciones.

El rostro de Reeven se enrojece desvía su mirada y luego carraspea llevándose la mano a la altura de los labios y carraspeando diversas veces, se aleja unos centímetros de mí y me observa detenidamente como si intentara decir algo —pasan segundos —y el aroma de su desesperación he indecisión comienza a molestarme y comienzo a considerar la terrible opción de propinarle una especie de golpiza. No sé si es capaz de siquiera leerme la mente, pero suelta una carcajada que termina por descolocarme.

Y para ser honesta, tengo una especie de curiosidad única y morbosa.

—Sal del auto—dice mientras aun sostiene su sonrisa.

Al ver mis intenciones negativas ante su petición baja primero del auto y luego lo rodea para abrir la puerta para mí, el sonrojo me sube desde la parte baja de la espalda, él lo nota y su felicidad llena el aire mareándome y alborotando mi corazón por al menos unos segundos. Cuando me encuentro de pie cierra la puerta tras de mi con delicadeza y me propone una estupidez.

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