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Roma 14 octubre 1940

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Roma 14 octubre 1940

La familia Martinelli era quizás la única familia con autoridad y poder en gran parte de Italia, siempre llenos de polémicas y rumores que los rodeaban. A pesar de todo eran un ejemplo a seguir para muchas personas que en plena guerra mundial podían ver en ellos una especie de salvación.

Habiendo pasado un año desde la muerte del señor Martinelli, el hijo mayor de la familia fue quien tomó el mando tanto de los negocios como de su familia, quedando solo él, su madre, su hermana menor; Minerva y sus dos primos: Donatella y Damiano.
Estos últimos dos solo sabían derrochar el dinero de la familia e ir de fiesta en fiesta, para Santino eran una vergüenza pero no le quedaba de otra que encubrirlos, ambos eran mellizos y por lo tanto hacían casi todo juntos, incluyendo meterse en líos.

Caía la noche y como era costumbre, Donatella y su hermano estaban embriagándose en el gran salón principal, estando libres de la custodia de nadie bebieron cuanto vino pudieron hasta que Damiano quedó tendido en el suelo. Donatella en tanto siempre había sido más alocada y constantemente buscaba llegar al límite de cualquier cosa.

No tardó mucho en pasear por toda la mansión buscando algo más de alcohol pero rápidamente pensó en algo mejor, subió al cuarto donde dormía Santino y gateando se dirigió a su cama, el muchacho estaba sumergido en un profundo sueño por lo tanto la pelinegra se acercó lentamente hasta él.

— Qué demonios...— exclamó exaltado al sentir el peso de alguien más sobre su cama.

—Cierra la boca — musitó ella quitando la sabana que lo cubría.

Él totalmente desconcertado quiso salir de allí pero para ese entonces ella ya estaba sobre su cuerpo, sintió como las manos de la mujer comenzaron a subir por sus piernas hasta posarse en sus muslos.

Santino tenía 25 años y siempre fue muy retraído e incluso un poco cuadrado en temas sexuales, ella era solo cinco años menor pero era totalmente diferente a cualquiera de la familia.

Lentamente la chica tomó con una de sus manos el miembro del muchacho por encima de la ropa interior —Joder Dona vete, estás ebria — exclamó él.

— Si lo estoy pero también estoy muy caliente, sabes que me encantas Santi...— susurró llevando sus labios a su cuello.

Él en tanto puso los ojos en blanco llevándose las manos a su cabeza dejando su cabello rubio totalmente alborotado tras refregarse continuamente intentando buscar una escapatoria a aquella situación.

Para cuando lo notó tenía una enorme erección gracias a las caricias que la mujer le daba, ella procedió a despojarlo de su ropa interior dejando así su miembro al descubierto, mordió su labio y lentamente posó su rostro cerca de el, dejó caer un hilo de saliva mientras veía fijamente al rubio, quien para ese entonces ya estaba bastante excitado como para querer detenerla.

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